Por Mikel Pulgarín, Periodista y Consultor de Comunicación
Dicen las malas lenguas que el general De Gaulle olvidó cerrar la puerta del baño cuando procedía a su ducha diaria en el Palacio Presidencial francés. Su esposa, desconocedora de esta circunstancia, penetró en la estancia y se encontró con la pálida desnudez del histórico hombre. Confusa y sorprendida, no pudo reprimir exclamar “¡Oh, Dios mío!”, a lo que el general, con parsimonia, respondió: “Querida, en la intimidad puedes llamarme Charles”.
A los periodistas nos ocurre lo contrario que al general De Gaulle. Nos asusta que nos sorprendan desnudos. El denominado “Cuarto Poder”, posición en el ranking que no permite el acceso al podio ni a la socorrida medalla de bronce, teme que las cambiantes circunstancias pongan de manifiesto una desnudez tan cierta como inevitable. En lo que ya se conoce como periodismo económico, denominación de cuño relativamente reciente, este mecanismo se reproduce con mayor virulencia.
En los orígenes de esta peculiar rama del periodismo, el redactor que, haciendo caso omiso de las advertencias de sus amigos y de las sonrisas de sus enemigos, elaboraba las arduas páginas de las primeras secciones económicas de los periódicos, debía incluir en su acervo de conocimientos términos como plan de reconversión, excedente, ajuste fino, números rojos, concentración, suspensión de pagos o Fondo de Garantía Salarial. La comprensión de conceptos y denominaciones de este cariz, posibilitaban acudir en pos de la noticia e incluso adelantarse a ella. ¡Qué tiempos aquellos!
Más tarde, el periodista que escribía en las secciones económicas de los diarios, en las páginas salmón de los periódicos económicos o en el coloreado papel satinado de las revistas financieras y empresariales, que hablaba en la radio o que mostraba su rostro en la televisión, necesitaba, en sus aventuras informativas, cargar con varios tomos de diccionarios económicos-financieros-laborales, en los que poder proveerse de los necesarios conocimientos y términos que le posibilitaran elaborar su crónica con un mínimo de rigor y acierto. Así, palabras como devaluación, Mibor, Libor, Tipo Lombardo, TAE, IPC, tasa de cobertura, managing, factoring, just in time, … debían ser asimiladas con rapidez, comprendidas y utilizadas como si se conocieran de toda la vida.
Hoy, en plena revolución digital, el periodista económico ya no precisa recurrir a la Enciclopedia Británica, ni explorar en los infinitos tomos del Espasa Calpe para encontrar el maná que le alimente e ilumine. Le basta y sobra con pulsar unas cuantas teclas de su terminal informático y penetrar en la cueva de Internet, donde tanto los frutos del bien como los del mal están a su alcance. Aunque, todo hay que decirlo, la sofisticación de la red de redes no le eximirá de enfrentarse a una nueva jerga, más frondosa y abundante que nunca. Allí se encontrará con cadenas de siglas, montañas de acrónimos y arsenales de anglicismos de nuevo cuño. Expresiones como Stress Test, Target Costing, ROI, KPI financiero, EBITDA, IBAN, Bitcoin o Prima de Riesgo revolotearán por su mente como mariposas monarca en plena migración.
Así y todo, hay cosas que nunca cambian. Y al igual que sus antecesores, pioneros en el oficio de la información económica, el periodista, tras apenas un cuarto de hora de tumultuosa navegación por el ciberespacio, se verá obligado, por la falta de tiempo y la inmediatez en la difusión de la noticia, a lanzarse al vacío sin paracaídas ni red. Y de esta manera, con resignación estoica, narrará con aparente soltura y solidez, a quien quiera leerle o escucharle, complicadas teorías, proyectos e iniciativas que han tardado meses en elaborarse, y que ni tan siquiera quienes las promueven las tienen claras. Y cruzará los dedos para que, una vez más, los hados le sean propicios. Y es que a los periodistas nos asusta que nos sorprendan desnudos. Algo que no le ocurría al general De Gaulle.