Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

PUEBLO

Por Montxo Urraburu.

Me gusta, siempre que puedo, regresar a mi pueblo, el pueblo de mis abuelos. El  pueblo que conocí de niño y en el que viví, en mi época de estudiante, los veranos más felices. Era un pueblo  lleno de vida.

Recuerdo que, cada cierto tiempo, alguien sacaba de un armario, una caja de zapatos donde se guardaban las viejas fotografías familiares. No eran muchas y la mayoría en un blanco y negro rancio. No tenían ningún orden, y en ellas se recordaba una boda, un bautizo, una primera comunión o una reunión familiar. Se trataba de acontecimientos importantes. Los mayores contaban la historia de cada foto, y una anécdota llevaba a otra. De esta manera los más pequeños conocían a sus antepasados y cómo vivían sus familiares. Se guardaban como un tesoro.

Vivian los abuelos con sus hijos, hasta que un  buen día, estos, decidieron abandonar la tierra, porque esta no daba para todos. Luego, hijos y nietos, eran visitantes asiduos en celebraciones familiares, fiestas y vacaciones. Hoy, no hay abuelos porque , la suma de los años les jugaron una mala pasada. Sus hijos pasaron a ser abuelos y a sumarse a la lista de espera. Y sus nietos, del pueblo….ni la campana, que es la única que marca el paso del tiempo. Suponiendo que funcione.

Nuestros pueblos se están quedando huérfanos de habitantes. Los pueblos, como sus habitantes, también envejecen y al final, se convierten en cementerios de recuerdos. Son pueblos más cerca de las nubes que del mar, sin transporte público, donde la cobertura del móvil es dudosa, la llegada de la televisión sigue siendo una promesa, y el medico duerme demasiado lejos. Donde hace tiempo que el campo ha dejado de  producir por falta de brazos que lo cuiden. Y, donde sus ríos bajan secos, sus campos  parecen  campos de golf , las distintas especies de aves han desaparecido por falta de lugares donde anidar y criar, y las mariposas hace tiempo que se fueron.

Pueblos en los que solo suena el viento al atardecer, haciéndose oír entre las piedras dormidas de casas huérfanas que no despertaran del olvido, y caminos que nadie pisa.. A veces, cuando alguien los visita, el silencio parece que invita al viajero a esforzarse a conocer la historia de sus habitantes escrita en las piedras, en la fuente seca, en el árbol vencido por los años, con grietas y sin hojas, o en ventanas sin cristales y con cortinas rasgadas al viento. Lugares de silencio y ausencia, desde que se fue su último vecino. Pueblos enfermos de soledad. Pueblos y vecinos que pidieron muy poco a la vida. Un campo próximo para el quehacer diario, un trozo de pan  y un poco de sol para alegrar sus vidas. Y ver a sus hijos crecer con la esperanza de una mejor vida.

Todo está en nuestra infancia. Un largo verano en el pueblo, con sus fiestas, y el mejor amigo, – tu perro -, y la cuadrilla, y un rio….Olores, sabores, sensaciones, imágenes de un entorno  que sigue vivo pero solitario. Todo forma parte de nuestra infancia. También los seres queridos, que ya no están, pero que nos han dejado sus rasgos en nuestros cuerpos y mente. De todos nosotros depende, que nuestro pueblo siga vivo.