Por Javier Fernandez Eraso- Catedrático de Prehistoria, UPV/EHU
La Historia nos la han explicado siempre compartimentada en diferentes edades con el fin, probablemente, de facilitarnos su estudio. Pero esa es una realidad perversa que rompe el hilo conductor de lo que no es más que un proceso continuo, dinámico, pues cada día hay un poco más de Historia, y estático, pues los hechos que pasan no se pueden modificar, quedan anclados en el tiempo, los podemos enmendar, pero el hecho en sí queda. Queramos o no somos herederos de una larga tradición que, en muchas ocasiones, condiciona nuestra propia realidad actual.
Luis Pericot García, Catedrático de la Universidad de Barcelona, afirmaba “hay dos ciencias que nos hacen tomar conciencia de cuán pequeños somos, la Astronomía, en el espacio, y la Prehistoria, en el tiempo.”
Nosotros, gentes del siglo XXI, tal vez hemos perdido la noción de dónde venimos, qué somos en realidad, y dónde estamos. Poseedores de una tecnología de la que nunca habíamos gozado, ni siquiera soñado, nos sentimos señores y dueños de nuestro destino y de nuestro entorno. Nosotros mismos nos hemos denominado “Homo sapiens sapiens” y nos lo hemos creído.
Vivimos muy deprisa y, de vez en cuando, conviene parar, mirar hacia atrás y a nuestro alrededor.
Hace unos 2.800.000 años uno de los primeros seres humanos tomó en su mano, similar a la nuestra, una piedra, la golpeó y fabricó el primer instrumento conocido, un chopper, un guijarro tallado, iniciando así la primera revolución tecnológica.
En 1990 la sonda Voyager 1 superaba los confines de Plutón, el planeta más alejado del sistema solar. En aquel momento sus cámaras se tornaron hacia la Tierra. Tras aquella visión, Carl Sagan, conocido astrofísico, se refirió a ella como “una mota de polvo suspendida sobre un rayo de luz del Sol. Un escenario muy pequeño en un enorme ruedo cósmico.” Ese micropixel azulado, en una fotografía cósmica, es la tierra, el lugar en el que vivimos.
Los humanos actuales no somos sino descendientes de un grupo de supervivientes que han ido evolucionando a lo largo de millones de años. Keyanthropus platyops, Homo Ledi-Geraru, Homo nadeli, Homo rudolphensis, Homo habilis, no son sino eslabones de una larga cadena que llega hasta nosotros. Si toda la Historia la plasmáramos en la esfera de reloj las 0’00 señalaraín la aparición del primer humano y las 11’58 marcarían la Historia contemporánea. Nosotros hemos sido prehistoria durante mucho más tiempo que otra cosa.
A comienzos de la pasada centuria el celuloide nos ofrecía una imagen de la Prehistoria protagonizada por gentes estultas, presas de una barbarie irracional. Hoy, afortunadamente, tenemos una concepción muy distinta. Se organizaban en pequeños grupos que subsistían mediante la recolección de vegetales, raíces, insectos, larvas, rapto de pequeñas crías o aprovechando la carroña abandonada por otros depredadores superiores y, cuando había suerte, la caza.
Físicamente éramos los depredadores peor dotados de la naturaleza. Ante el ataque o acoso de otros animales, la única salida posible era huir, correr o encaramarse al árbol más alto, si lo había, y esto no siempre terminaba bien. La aparición del fuego supuso cierto alivio pues asustaba a todos, aunque aquellos primeros humanos aprendieron a utilizarlo en su defensa. En un principio aprovechando los fuegos que se producían en la naturaleza hasta que, casi un millón de años después, aprendieron a encenderlo. Tal vez de aquí podamos escuchar la primera lección que comunica la Prehistoria. Las gentes vivían en grupo, la subsistencia del grupo dependía de cada uno. La suerte de uno era la del grupo, el individualismo conducía, irremediablemente, a la extinción.
Pasado el tiempo, mucho tiempo, solo unos 14.000 antes de nosotros, al final del Paleolítico, los grupos de recolectores-cazadores aprendieron que, si esquilmaban indiscriminadamente a los animales que garantizaban su propia existencia, se terminarían los recursos y verían peligrar su propia subsistencia. De ahí que comenzara una caza selectiva de manera que se garantizaba el alimento de los propios animales y la supervivencia del grupo. Posiblemente esta es la segunda lección que se nos comunica desde la Prehistoria, no agotar los recursos naturales. Además, durante la Prehistoria no había nada que se pudiera desperdiciar, todo era utilizable y reciclable.
Hoy estamos ya agotando el primer cuarto del siglo XXI y si damos un vistazo a cualquier informativo, a cualquier periódico, resulta que las preocupaciones de la humanidad son exactamente las mismas. La supervivencia como especie, el respeto y cuidado de los recursos naturales, el reciclado de los productos manufacturados, etc.
No hemos avanzado mucho, hemos maquillado nuestro devenir para sentirnos más seguros. Pero, después de todo, no somos más que un primate, simio catarrino, hominoideo que un día hace unos 2.800.000 años golpeó una piedra y que vive en una mota de polvo suspendida sobre un rayo de luz del Sol.