Por José Manuel Alonso
El más vivo recuerdo de estos días es Ramiro Pinilla García, nacido en Bilbao el 13 de septiembre de 1923, hace ahora 100 años y un mes, y fallecido en Baracaldo el 23 de octubre de 20014, hace ahora nueve años… Ramiro comenzó a escribir a finales de los años cincuenta, con menos de treinta años, y formó parte de la corriente renovadora de la narrativa que se inició en 1960… Escribía con bolígrafo y luego pasaba los textos al ordenador, utilizaba éste como si tratase de una máquina de escribir porque ni tan siquiera tenía Internet..Escribió más de veinte obras y consiguió, entre otros premios, el Nadal y el Nacional de Narrativa. Dominó como pocos la acción y los diálogos, y, desde una perspectiva muy humana, logró integrar a la vez épica y lírica, así como la historia y los mitos del País Vasco… Fue en el 2004 cuando le llegó el máximo reconocimiento de sus muchos lectores con su trilogía: Verdes valles, colinas rojas, una saga sobre el mundo vasco, de cerca de 3.000 páginas y que tardó dos décadas en perfilar, relanzándole a los 80 años dentro del mundo editorial internacional…
El extraordinario escritor Fernando Aramburu, también Premio Nacional de Literatura, autor de la famosa novela “Patria”, escribe de Pinilla: “Ramiro arrastró de por vida el recuerdo tenebroso de la represión. Pasadas las décadas, aún se acordaba de aquellos falangistas de principios de la posguerra que iban por las casas de Getxo y alrededores buscando carne de paredón. Lo refirió en algunos pasajes de sus novelas; como asunto central, en La higuera, uno de sus textos que mayor aprecio me inspira. Ramiro Pinilla gastaba ese tipo de humor que obedece al nombre de retranca, cuyo fin primordial no es causar la risa, sino clavarle al interlocutor, como quien no quiere la cosa, un aguijonazo sutil de ironía. Era más un hombre de significados que de ornamentos formales” (…)
Getxo, el mar, la escritura y la intensa vida social…
El camino que hace nueve años emprendió Ramiro Pinilla, y digo camino porque siempre le gustaba a él hablar de eso, de los caminos, y de la intuición para emprender el camino más adecuado…, este camino definitivo en vida llegó un par de meses antes de que comenzara el año 2015, declarado por las Naciones Unidas “Año de la luz”, e inmediatamente recordé que una de sus grandes críticas y verdades expuestas fue la falta de luz en la sociedad, pese a que él siempre la tenía encendida y siempre trataba de regalarla para que los demás le leyéramos y disfrutáramos, tanto en sus novelas como en sus ensayos (por ejemplo, la divertida Guía secreta de Vizcaya, en 1975); o en sus obras de teatro… Obras bien representadas por aquel añorado grupo Akelarre, así como su intensa vida social dedicada a los demás… Paseaba todos los días pegadito al mar y por los escenarios de sus novelas, que eran también los de su vida…
Pinilla pasó gran parte de esa su vida en Walden, una casa que lleva el nombre del famoso ensayo estadounidense, publicado en 1854 por Henry David Thoreau, autor al que admiró tanto en el terreno literario como intelectual. Fue en Getxo donde escribió todas sus obras, a cualquier hora del día o de la noche, porque los ratos de insomnio le permitían fabular e imaginar personajes en cualquier momento… “No dejaba descansar su cabeza… En lo último que estaba trabajando era en una novela sobre un grupo de personas a las que se les expulsa de la sociedad —artistas, soñadores— y se van todos juntos a vivir una vida alternativa… Solo le faltaba el final”, señala el editor Juan Cerezo…
“Verdes valles, colinas rojas”, monumental obra
Ramiro pasó casi 20 años de su vida tejiendo y desgranando en fichas de cartulina lugares y personajes hasta construir ese mundo que rodea a Verdes valles, colinas rojas (Tusquets y Círculo de Lectores), la trilogía que forman las novelas La tierra convulsa, Los cuerpos desnudos y Las cenizas del hierro. Precisamente, gracias a esta última gran obra, Ramiro logró el Premio Nacional de Narrativa: “por haber sido capaz de hacer una epopeya sobre un mundo tan difícil y rico como es el vasco” (…) Su obra es un monumento a la memoria. Los personajes que pululan por su novela formaban parte de su vida y tanto los vivos como los muertos le permitieron construir un mundo literario diferente…
Verdes valles, colinas rojas” es la historia del País Vasco, un ambicioso fresco sobre la historia, sobre todo la reciente y, a la vez, un retrato de un microcosmos realista y mágico que es el pueblo de Getxo… Es la gran novela sobre la colisión entre un mundo que cambia y un pueblo que se resiste a todo cambio… La historia arranca a finales del siglo XIX con el enfrentamiento entre Cristina Onaindia, aristócrata casada con el rico industrial Camilo Baskardo, y Ella, una ambiciosa y astuta criada sin nombre que pone en peligro todos los valores tradicionales, y lo hace cuando anuncia que espera un hijo ilegítimo. Esa rivalidad prolongada durante décadas y que marca la historia de Getxo es comentada por dos figuras protagonistas: don Manuel, anciano maestro, y Asier Altube, su discípulo predilecto, que rememoran los meandros y ramificaciones de otras muchas historias derivadas de éstas, como la de Roque Altube, primogénito de un caserío y enamorado de una agitadora socialista, o la de los niños Baskardo, que vivirán en su propia piel la locura aranista de la madre…
Mi personal amistad y admiración por Ramiro
A Ramiro le conocí a raíz de concederle el Premio Nadal en 1960, cuando yo estudiaba primero de Periodismo y estaba de prácticas veraniegas en La Gaceta del Norte. Tenía yo 18 años y Ramiro unos pocos 19 años más. A mí los compañeros me llamaban entonces “chupetín” y a Ramiro el “dios de las hormigas”, no sólo por el título de una de sus novelas sino porque –decían– tenía una capacidad de organización literaria fuera de lo normal; era un creador que, como las ciegas hormigas, tenía tal tesón que llegaría a su meta o se estrellaría… Así lo analizaba el psicólogo Mauricio Xandro: “Ramiro: introvertido, metido hasta el fondo en su mundo interior exigiendo lealtad para entregarse siempre a los demás” (…)
Recuerdo que en aquella primera entrevista que me concedió, se me encendió la luz cuando afirmó: “Las ciegas hormigas fue mi desahogo del período franquista y de sus imposiciones y opresiones. Disfruté escribiendo la novela porque creo que logré reflejar una cosa bien clara: que nadie consiguió hacer de mí lo que quería, es decir, impedir mi libertad de pensamiento y de juicio” (…)
Luego, ya de redactor en La Gaceta y en La Hoja del Lunes entablé con él una buenísima amistad, que se reflejó en distintas entrevistas y contribuciones al purísimo pensamiento creativo, solidario y socialista del escritor. Sobre todo, a través de La Hoja del Lunes en secciones que yo realizaba, la mayoría con la firma de Francisco Allo, secciones como “Chequeo Público”, “Tema vivo”, “Tema de Opinión”, “Lunes Cultural”, “Tertulia de las Artes”, una Hoja del Lunes que era la de mayor tirada de España y que estuvo varias veces amenazada de cierre por los ministerios de Educación, Cultura e Información y Turismo. En esas secciones, Ramiro, ya con algunas nuevas obras y otros premios, aportó su talento, su originalidad y sus iniciativas sociales y culturales. Y me voy a referir a algunas de ellas:
En “Chequeo Público”, junto a Aresti y García Llopis, estuvo en una mesa redonda muy comentada y dedicada al “Escritor”. En “Tema vivo, Tema de opinión”, participó, con otros seis escritores bien conocidos, en un tema muy delicado: “Las siete palabras” de Cristo en la Cruz, que comentaré más adelante, y, en temas culturales, apoyó, con su aportación y su firma, diversas iniciativas, tan valientes como la libertad de expresión y. una muy bella y muy a favor de su pueblo, Getxo, en mayo de 1972: la creación de un movimiento titulado: “¡Que Getxo despierte del letargo cultural!”, con diversos objetivos: uno, que ningún talento se desperdicie en el pueblo; dos, demostrar la rentabilidad de la cultura; y tres y el más importante: la unidad, un agrupamiento de todos cuantos quieran trabajar por la cultura no para unos pocos sino para todos”.
Esto de la unidad y de entregarse a los demás fue también el centro de atención del homenaje que se le hizo a Ramiro en noviembre de 1971 en el restaurante Vicandi, de la calle Somera. Fue al publicarse su novela “Seno”, finalista en el Planeta. Y allí Ramiro habló ya de la necesidad de “unidad” de todos cuantos escritores, artistas y periodistas estábamos presentes. Y sugirió una doble idea e iniciativa: “Que el escritor no solo se ocupara de escribir y editar sus libros sino también de venderlos, como él lo hizo, y lo hizo porque siempre le gustó –decía— el “cuerpo a cuerpo”. Y otra idea sorprendente: que “se creara una mesa de lectura en la comunidad, a modo de Jurado Permanente, para asesorar y orientar a los escritores que empiezan”.
En favor de la paz, de la justicia y de la libertad
Hubo otras aportaciones de Ramiro en aquellos difíciles años en favor de la paz, la justicia y la libertad, por ejemplo, la que se hizo antes de mayo del 68, a finales del 67, año en el que asesinaban a Che Guevara, en el que seguía la absurda y cruel Guerra del Vietnam, año en el que nacía el Superrealismo (que, por cierto, se puede contemplar hoy en el Museo de Bellas Artes de Bilbao) y año en que se publicaba “Cien años de Soledad”, de García Márquez, que es con quien algunos críticos han comparado a Ramiro Pinilla, y año que trabajó en favor de la paz y la libertad con la aportación también de otros escritores como Sabina de la Cruz, Antonio Pericás, Vidal de Nicolás, Manuel Revuelta, Luciano Rincón, Elías Amézaga, etc. y artistas como Dionisio Blanco, Agustín Ibarrola, Bonifacio Alfonso y todo aquel movimiento generado a favor del arte y en torno a José Luis Merino y su Galería Grises; o a los movimientos literarios y artísticos en Baracaldo, Portugalete, Sestao y el mismo Getxo…
Coincidí también con Ramiro escribiendo grandes biografías. Nos contrató una gran editorial de Bilbao, Asuri, y mientras yo escribía la vida y las andanzas de Nasser, Madame Curie o Che Guevara, firmando con mi nombre o con algún seudónimo, Ramiro Pinilla, que yo recuerde, escribía sobre dos personajes reflejando su personalidad: Martin Luther King y Lawrence de Arabia, en las que analizaba un pensamiento recogido de Abraham Lincoln: “si el caso con el cual nos encaramos es nuevo ello nos obliga a pensar también en términos nuevos”. Es decir, a nuevos tiempos, ideas y soluciones nuevas, lo que muy bien podría aplicarse en el momento tan delicado y preocupante en el que vivimos…
Hubo otras épocas en que Ramiro y yo coincidimos menos… Razón tenía el ya getxotarra cuando hablaba de los caminos que uno toma y que muchas veces distancia (en el espacio y en el tiempo) a los verdaderos amigos y que abortan compromisos adquiridos…
Y hago otra referencia a las palabras que Ramiro amaba y respetaba tanto que “nunca consentí –decía con firmeza— que me las quitaran o censuraran”. Y una palabra, como ya he indicado, fue la que le invité a Ramiro para que comentara el 27 de marzo de 1972, en “la Hoja del Lunes” de Bilbao, en plena Semana Santa. Elegí 7 escritores para cada una de las 7 palabras de Cristo en la cruz. La suya fue la séptima palabra (quizá mejor sería decir la séptima frase): “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Ramiro Pinilla escribía entonces: “Nadie como Cristo con más justificación para pronunciarla. La humanidad posterior no se ha hecho merecedora de esa frase, de la que sólo ha extraído una forma egoísta, la esperanza (…) Nos hemos sentido elegidos, superiores: somos del Padre” (…) Y más adelante escribe: “En nombre del auténtico ateísmo o de la auténtica fe, ¡¡¡qué tengo yo que ver!!! (y aquí daba una relación de las injusticias de la Justica, muy relacionadas con el ayer y con el hoy) y añadía: “¿qué tengo yo que ver con tantas monstruosidades de este mundo?… Nada… o quizá mucho, por mi pasividad”. Y termina: “¿qué diría hoy aquel Dios o aquel hombre mortal?… ¿Le dejarían decir algo?” (…)
Grandísimo homenaje: ¡Pinilla; oh, recuerda!
Al genial, social y humano escritor se le hizo un grandísimo homenaje, concretamente seis días más tarde de que, como él decía, se despidiera. El acto, organizado por las bibliotecas municipales de Getxo, municipio donde vivía Ramiro desde los 27 años, se tituló: “¡Pinilla: oh, recuerda!”, y fue un acto abierto, en el que cualquiera de los presentes pudo participar y donde se compartieron fotos, textos del escritor, anécdotas, recuerdos… Y a través de la intervención de quienes fuimos compañeros y amigos suyos, recorrimos su trayectoria vital y literaria (23 obras) con imágenes, música y vivos testimonios de los presentes, entre los que estuvo este periodista…
En el homenaje, se dijo: “todos los que estamos aquí conocemos al mismo Ramiro y sabemos que sus escritos son tan fuertes y su conversación tan humana y natural que cada uno conocía a un Ramiro distinto. Le gustaban canciones como las de François Hardy o músicas y escenas como las del Tercer hombre… O películas como “Sólo ante el peligro” (…) Decía: Primero, vivir, estar vivo… La muerte que espere, que se fastidie… Amaba palabras como “quedada”… y quedar contigo y charlar era lo que más le gustaba, aparte de escribir, cualidad impresionante… XX son sus obras… Y recuerdo que le encantaba la naturaleza y el mar, así como árboles como la higuera…
A Ramiro, tío majo, tío grande, tío repleto de sencillez e inteligencia, del que siempre goce de sincera amistad, mis últimas palabras de recuerdo: tú, que fuiste como el periodismo que nació en el Siglo de las Luces, ese que amamos todavía algunos periodistas; tú, que nos enseñaste a amar al lector, a estar con él cara a cara, amar a ese hambriento o manipulado lector al que deseabas abrazar, conquistar y que se sintiera ser y no enser. Tú, Ramiro, que fuiste entregando tus numerosas obras, es decir, tu espíritu grande y luminoso; tu, que gozaste de la genial forma de narrar posándola en nuestro espíritu… Tú, a ti, Ramiro, gracias de corazón, por lo que nos diste y nos sigues dando…