Por Montxo Urralburu
Hay un principio general de la comunicación que nadie debiera olvidar. Es el que establece la preferencia de distintos medios por aquellas informaciones que les satisfacen. Cada uno moldea su imagen del mundo conforme a su conciencia, y en ese proceso participan de forma decisiva las noticias falsas que hemos dado en llamar rumores, bulos o calumnias. En especial cuando los que quedan en mal lugar son nuestros enemigos. La verdad no siempre es interesante y la gente cree muchas cosas solo porque son interesantes, aunque en realidad apenas haya evidencia de ello, Y, ¿Qué es lo que desacredita a alguien que no nos cae bien?. Pues muchas cosas. Descubrir que un adversario político ha incurrido en un acto de corrupción, por venial que este sea, nos proporciona un argumento para justificar la posición critica que manteníamos previamente contra él. Es sabido que las mentiras tienen más éxito cuanto mayor dosis de vedad contengan. Al creernos las descripciones que envilecen al otro, amoldamos la narración no solo en la imagen negativa que nos habíamos formado de él, sino también al estado emocional con el que nos enfrentamos a aquella imagen. Retrato y relato se alían a la medida de nuestros deseos. Lo perverso de formulas como “ se dice “, “al parecer, “ he oído que..”, “ por lo visto”, con las que transmitimos el rumor es que todas ellas dejan caer la insinuación de una fuente ajena en la que descargamos las responsabilidades.
Nosotros somos inocentes. Al poco tiempo el contenido de muchos de esos mensajes vienen a ser matizados, corregidos por la aparición de informaciones nuevas, al menos subordinadas a la precipitación de los primero momentos. Pero las rectificaciones escasean, si es que las hay. En la mayoría de los casos, quienes han contribuido a la propagación del rumor se limitan a olvidarse del asunto sin tomarse la molestia de desmentir el error. Otros recurren a una tímida aclaración sobre lo inevitable de estos accidentes, como si los bulos difamatorios o injuriosos fueran un tributo obligado del progreso y, una alta proporción de usuarios de las redes sociales que intervienen en ellas preferentemente para hacer rebotar los mensajes recibidos donde, de un modo u otro, queda puesta en tela de juicio la reputación de las personas. No hace falta usar datos falsos. Basta con sugerirlos. En la inspiración, las palabras se detienen en un punto, pero las conclusiones que se extraen de ellas llegan mucho más allá.