Por Javier Sábada vía El Desmarque
· Javier Sádaba es filósofo, Catedrático honorario y athleticzale
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Nosotros nos entendemos dando significado a nuestras palabras y actos por medio de reglas. Si no actuáramos siguiendo determinados modos de comportamiento todo sería un caos. Desde no obedecer a un semáforo, un caso trivial y cotidiano, hasta las reglas más universales de la ética, piénsese por ejemplo en la norma de respetar nuestra libertad, estamos atravesados de reglas. Estas son las maneras fijas de conducta que configuran nuestras vidas.
Al estudio de este decisivo tema dedicó el filósofo Ludwig Wittgenstein buena parte de su obra. Desde entonces se ha escrito una profusa bibliografía intentando conocer al máximo qué es lo que quiso decir. Y como proyectar la idea de estar regulados a todo nuestro quehacer social. Pero resulta que a Wittgenstein se le ocurrió ese fundamental concepto viendo un partido de fútbol. Se preguntó que es lo que ocurriría si las reglas del fútbol, y en un encuentro entre equipos, fueran cambiando sin cesar. El resultado serie una verdadera locura.
Ese decisivo hecho entronca con lo que el sociólogo Norbert Elías escribió sobre el fútbol al considerarlo un deporte que ha ayudado a la civilización. Si el futbol comenzó como una pelea sin control alguno entre un pueblo contra otro su regulación fue desactivando la violencia y civilizando.
Las reglas en cuestión se han ido sofisticando y adaptándose a los tiempos. Las federaciones con sus distintas instituciones, el poder de los árbitros e incluso el recurso a la técnica utilizando el VAR son algunas muestras de como las reglas cambian y se adaptan a la vida deportiva. Todo se ha ido profesionalizando y poco se escapa a un deporte que se ha convertido en uno de los acontecimientos mas importantes y que todo lo invaden.
De ahí que abarque movilizaciones sociales, grandes sumas de dinero o clara politización. El fútbol es como un Estado en movimiento y en donde nada queda al azar. Es eso el fútbol con sus reglas. Pero mas allá de su inherente reglamentación existen otras normas que no se limitan a los hechos y que hacen referencia a los valores. Son las normas morales y que regulan nuestras costumbres.
En este sentido voy a fijarme en algunas acciones que deberían desaparecer y otras que seria bueno promocionar. No seré exhaustivo ni original, pero esta en su punto recordar aquello que nos ayude a mejorar. En lo que habría que intentar superar, y en un terrenos inmediato, esta en primer lugar la torpe masificación.
Una cosa es la afición entregada a animar a su equipo y otra el insulto, la grosería, la vejación, la falta de elegancia y de educación. Todo ello embota el razonamiento, colabora a la tiranía de las emociones e impide reconocer lo que esta sucediendo en el campo. Es obvio que los problemas morales no se ciñen a cuestiones inmediatas y que abarcan todo un mundo de negocios pero me parece oportuno señalar algo que da el tono de lo que es el futbol.
Si pasamos a lo que hay que dar brillo y que esta ya en la vida futbolística, con su rivalidad, la ambición por ganar, el juego como elemento esencial de los humanos y diversión que rompe el aburrimiento y la rutina me fijaré en lo siguiente. No hay que olvidar que actuar en equipo es promocionar la cooperación. Y esto vale tanto para los que están en el terreno como para los que contemplan y se mueven en las gradas. Por otro lado, es bueno airear y recrear nuestros afectos, aplaudir a quien se lo merece, gozar con la obra bien hecha y, cosa importante, saber perder.
Te Quien esto escribe es consciente que ha tocado una parte mínima de lo que es el fenómeno futbolístico pero que tiempo habrá para ampliarlo. Y todo lo expuesto nace de una irrefrenable pasión. Esa pasión se concreta en mi equipo del alma, el de la presencia en mi vida de mi tierra vasca: en el Athletic Club.
- Por Javier Sádaba Garay, filósofo, Catedrático honorario de la Universidad Autónoma de Madrid y athleticzale