Por Julen Rekondo– Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente
Después de un verano pródigo en temperaturas récord en la península Ibérica, así como en otras latitudes de Europa, las aguas del mar mucho más calientes, con grandes incendios forestales, casi todo el mundo habla del cambio climático. Pero, cabe preguntarse, ¿avanza la lucha contra la crisis climática? ¿Se está avanzado en la puesta en marcha de medidas para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero?
Desde el inicio de la invasión militar de Ucrania por parte de Rusia, el tema del debate energético ha dado un giro radical. En Europa y en el Estado español ha pasado al centro del debate el tema del gas. Y se habla de gasoductos, y este giro radical en el debate energético ilustra muy bien que la lucha contra el cambio climático es débil y parece ser que las proyecciones y recomendaciones del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, en sus siglas en inglés) han caído en el olvido una vez más, cuando según la comunidad científica nos queda poco tiempo para evitar los peores escenarios del calentamiento de la tierra. Esto debería de suponer un impulso importante en la realización de una profunda transformación estructural durante los próximos años, pero sin embargo el punto central es la desconexión a Europa del gas y del petróleo rusos.
Como bien ha revelado el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, “estas medidas de corto plazo conllevan el riesgo de crear una dependencia de largo plazo de los combustibles fósiles y de hacer imposible la limitación del calentamiento global a 1,5 °C”. Lo que a su vez podría dañar o incluso arruinar las políticas de reducción del uso de las energías contaminantes y el cumplimiento del Acuerdo de París. No se trata de sustituir el gas ruso por combustibles fósiles europeos, como el carbón, otro gas mundial (provenga de EE.UU., Argelia o Qatar) y reavivar la energía nuclear, sino construir las condiciones para que Europa necesite menos energía y que la energía realmente necesaria en un mundo más sostenible (es decir, que produzca y consuma menos) pueda venir de energías renovables autóctonas.
Mientras unas tímidas medidas de ahorro y eficiencia energética propuestas por el Gobierno español para reducir el consumo de energía despiertan una gran oposición en la derecha española comandada por el PP, el apoyo político a la construcción de un gasoducto que nos conecta con Alemania es amplio. Una vez más las políticas de contención de la demanda generan un enorme rechazo. El contexto político español en materia climática es desolador: la derecha que representa el PP está más en el discurso negacionista de Ayuso que en la aceptación del cambio climático y de la urgencia de tomar medidas. Allí donde gobierna, el PP aplica políticas retardistas que tratan de evitar a toda costa medidas que nos permitan avanzar en la reducción de emisiones. Con este contexto, cualquier medida que adopte el gobierno español, por tímida que sea, parece revolucionaria. Pero no nos podemos quedar tranquilos: hace falta mucha más ambición climática.
Al mismo tiempo que el abrasador verano nos recuerda con crudeza que el cambio climático es una realidad palpable, sale corriendo el gobierno español a ofrecerse como los mediadores del gas para Europa, pensando en la obtención de un posible beneficio político. Conviene no olvidar que el gas es un combustible fósil. Que el gas licuado que llega a las regasificadoras es extraído con tecnología de fracking en Estados Unidos, que se rechazó en el Estado español y en Euskadi, y qué, por tanto, seguimos en la dinámica de dependencia de los combustibles fósiles.
Mientras tanto, no se dice nada, salvo algunos expertos, en los que cabe citar a Antonio Turiel, Investigador Científico en el Institut de Ciències del Mar del CSIC, que en una entrevista en Radio Euskadi, ha comentado que “el problema de fondo, que persistirá aun cuando acabe la guerra, es que estamos llegando al límite de los combustibles fósiles. Cada año se producirá un poco menos que el año precedente, aunque si gestionásemos correctamente esta crisis, el ritmo de caída debería ser relativamente lento y alargarse durante años, décadas incluso. Ese es el problema de fondo que tenemos, que comenzó antes de la guerra y seguirá después de ella”. De hecho, el 13 de octubre de 2020, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) avisa de que la producción de petróleo puede caer de una manera precipitada de aquí a 2025.
Y por ahora, lo que se está haciendo y hablando es de aumentar el consumo de carbón, alargar la vida de las centrales nucleares, posible construcción de un gaseoducto por España para suministrar gas natural a la UE, proveniente del norte de África, y en modo alguno, se está hablando de la imperiosa necesidad de reducir nuestro consumo energético. Tenemos un cambio climático desbocado y que cada vez va más deprisa. Y tenemos una escasez imperiosa de combustibles fósiles, cuya producción ya nunca va a crecer más. ¿Se ha oído a algún representante político reconocer estos hechos simples? No.
Se está hablando mucho en los últimos tiempos de las energías renovables. ¿Está la solución en el 100% renovable? Obviamente, a largo plazo nos tendremos que basar solamente en las energías renovables. Sin embargo, este 100% no será la misma cantidad de ahora. Las energías renovables tienen muchas limitaciones: su potencial máximo, dependencia de materiales escasos, su despliegue y operación requiere de energías fósiles, etcétera.
Habría que comenzar a hablar de otro modelo de transición. No solamente uno en el que nuestro consumo decreciera, sino además uno en el que la energía renovable se aprovechase no solo de manera eléctrica. Antonio Turiel en su libro “Petrocalipsis” sobre el fin del petróleo, viene a decir que “habría que hablar de los sistemas no eléctricos de energía renovable, que eran los sistemas dominantes a principios del siglo XX. Son esos diseños que tenemos que recuperar y poner al día con la tecnología actual. Así, por ejemplo, aprovechar la energía mecánica lineal de vientos y cursos de agua se puede convertir en energía mecánica circular a través de las aspas, y esa energía usar directamente, como se hacía antaño para moler el grano, pero también para trabajar el metal y para mover materiales. También la energía solar térmica para calentar agua sanitaria, o para producir vapor de agua o incluso fundir metales”.
¿Qué soluciones hay? A nivel individual, hay medidas como mejorar el aislamiento del hogar, consumir productos de proximidad, entrar en una cooperativa de consumo, cultivar tus propios alimentos cuando sea posible… son todo medidas que pueden ayudar. Aunque, las acciones más importantes, en mi opinión, son las que se pueden hacer a nivel colectivo, y eso implica un cambio sustancial en el sistema económico y social actual, y también que la ciudadanía realmente vea la necesidad de estas cosas.