Por Begoña Beristain vía Crónica Vasca
Casi el 80% de los abusos sexuales cometidos contra menores de edad se producen en el seno de la familia, es decir, en la propia casa que, por cierto, no es lo mismo que un hogar. La casa es la vivienda habitual; el hogar es ese lugar refugio en el que nos sentimos seguras, libres, protegidas. Pero ambos conceptos no son siempre sinónimos. Qué se lo pregunten a los niños y niñas que se ven sometidas cada día a las agresiones, vejaciones y violaciones por parte de quienes deberían protegerles, es decir, sus padres, abuelos, hermanos.
En Euskadi somos pioneros en muchas cosas y lo hemos sido también en poner en marcha una ponencia sobre abusos sexuales en la infancia y la adolescencia que finalizará sus trabajos este mes de junio. Por ella han pasado una treintena de víctimas que han transmitido sus experiencias y sus peticiones.
Las vivencias no han podido ser más traumáticas. Desde el niño que sufrió violaciones por parte de su padre durante trece años y se calló ante la amenaza de que su denuncia haría que las violaciones se trasladasen también a su hermana, hasta el abuelo que violó repetidamente a su nieta o la niña que creció sin ser consciente de lo que sucedía porque el bloqueo mental se lo impedía.
Casi todas las personas abusadas que han participado en la ponencia han utilizado palabras similares a la hora de describir lo sucedido. Han hablado de ese bloqueo que les mantenía en silencio y, casi más terrible, de una total falta de credibilidad por parte de sus mayores cuando se atrevieron a contarlo. Son cosas de niños, se lo ha inventado, los niños olvidan, etc, etc, etc.
Pues no, ni se lo inventan, ni la violación es inocua, ni olvidan. Eso que muchos siguen considerando un asunto privado, un tabú, empieza afortunadamente a romperse. La culpa que han sentido durante toda su vida y la vergüenza que les ha acompañado comienza a ser más ligera, a pesar menos, y así es como un asunto tan doloroso se hace visible. Triste realidad en la que viven niños y niñas a quienes se les roba la infancia y la adolescencia y a quienes se les condiciona su vida adulta.
Sólo en 2020, año pandémico, la Ertzaintza identificó en Euskadi 664 víctimas de violencia dentro de su ámbito familiar. El dato supone casi un 70% más que los registrados cuatro años antes. En lo que a la violencia sexual se refiere, los registros indican que uno de cada dos casos se produce en el entorno familiar y que únicamente el 2% de los casos se conocen en tiempo real, cuando el abuso se está perpetrando. El 80% de las víctimas son niñas y adolescentes.
Cada vez son más los casos que salen a la luz con la iglesia o el deporte como lugares en los que se produce esa violencia. Ahora tienen que salir los que se producen en la familia. Porque eso es violencia intrafamiliar y no otras cosas, como algún partido político de cercana creación nos quiere hacer creer. Pensar que esto son cosas que pasan “de puertas para adentro” y no hay que airearlas es fomentar una cultura de la violación a la que no ponemos freno. Sí, existe, la cultura de la violación que nos lleva a normalizar situaciones de abuso verbal y físico cuya denuncia dejamos pasar.
Todas las víctimas coinciden en la necesidad de aumentar el número de especialistas, de profesionales formados que sepan detectar cuando una simple frase de una niña o niño debe investigarse para frenar un posible abuso o violación. Coinciden también en la necesidad de desarrollar un trabajo comunitario en el que el entorno de la víctima le proteja y le de amparo físico y psicológico. También en no tener que contar lo sucedido una y otra vez ante distintos estamentos para no revictimizar incesantemente.
La ponencia que a final de mes nos dará sus conclusiones generará un documento en firme que servirá para trazar un protocolo de atención a las víctimas. En él se recogerán recomendaciones sobre cómo atender, acompañar, asesorar y prestar ayuda psicológica y emocional a quienes la vida les situó en una casa, no en un hogar.