Por Julio Flor
Se han cumplido ya dos años, el pasado 30 de marzo. Nuestro querido ANTONIO ÁLVAREZ-SOLÍS, a quien tanta gente en Euskadi le pondría ese título de afecto, se marchaba definitivamente de madrugada.
Su adiós lo dijo en su casita de un pueblo de Segovia, donde alimentaba a los gorriones libres. Nos decía “Agur, Ikusi arte”, porque Antonio creía rotundamente en el más allá.
Recuerdo la tristeza profunda que me invadió por la pérdida de un gran ser humano al que llamaba «mi hermano mayor». Estábamos en pleno confinamiento, así que no pude acercarme con otros amigos para decir unas palabras en su memoria.
Digo tristeza profunda, la que yo sentía, aunque por otra parte él siempre me decía, con una fe inquebrantable, que cuando muriera estaría «con el Señor, mucho mejor que todos vosotros. ¡Dónde va usted a parar!».
Antonio murió con las botas puestas, escribiendo hasta su último día, como periodista de raza que era, dejando escrito un último artículo para el diario Gara. Además, había dejado recién terminado un libro sobre la ternura. La ternura, querido niño Antonio, cómo no, tu ternura incondicional y generosa.
Un grupo de amigos y amigas aún tenemos pendiente organizarle un homenaje social en su amada Euskal Herria, lo que haremos el próximo 8 de junio. Como periodista, como escritor, como ciudadano político y comprometido, porque Antonio era un rebelde con causas, siempre dando la cara por Euskadi.
Su libertad jamás fue confinada por el pensamiento único.
Fue un honor conocerte, disfrutarte y quererte. Las lágrimas de aquellos días, de hace dos años, fueron un regalo más de los muchos que me hiciste. Como ya intuía hace dos años, sigues vivo entre nosotros.