Por Begoña Beristain vía Crónica Vasca
Parece una obviedad decir que las mujeres vivimos momentos convulsos. Llevamos haciéndolo desde el principio de los tiempos así que reiterarlo puede parecer una perogrullada o una insistencia inútil. Sin embargo, hay que hacerlo, especialmente cuando los pasos se dan hacia atrás y no hacia delante.
Una vez más, mujeres, niños y niñas están siendo los objetivos fáciles de las bombas y ataques que se dan en territorio palestino. Lo mismo sucede en cualquiera de las guerras olvidadas y eclipsadas ahora por el eterno conflicto entre Israel y Palestina. Las mujeres son utilizadas como arma de guerra, como instrumento para castigar al enemigo con violaciones consideradas como otra herramienta de lucha más. La violencia sexual en un escenario de conflicto bélico se agrava por su utilización como mecanismo de tortura que no solo genera terror sino que degrada a las mujeres y a las niñas.
La dramática situación que viven las palestinas ve agravadas unas condiciones de vida que ya eran terribles antes de estos nuevos ataques. En la guía ‘Ocupación, conflicto y patriarcado: impactos en las mujeres palestinas’ queda reflejado cómo décadas de ocupación y militarización, así como las escaladas de hostilidades y el bloqueo israelí han tenido severas consecuencias sobre estas mujeres. La guía, elaborada por la Escola de Cultura de Pau, analiza el día a día es las palestinas con desplazamientos forzados, deterioro visible de sus derechos humanos, elevados niveles de pobreza y desempleo y, como consecuencia de todo esto, graves problemas de salud.
Desplazamientos forzados, deterioro visible de sus derechos humanos, elevados niveles de pobreza y desempleo y, como consecuencia de todo esto, graves problemas de salud
La sociedad palestina es profundamente tradicional y patriarcal y condiciona unas relaciones de género totalmente desiguales. Cada día ellas hacen frente a múltiples formas de violencia y discriminación tanto en lo público como en lo privado. La desigualdad en el acceso a los recursos y a las oportunidades les hacen vivir en los que la feminista Cynthia Cockburn llamó «continuum de violencia», es decir, viven en una inercia de violencia que se reproduce, fomenta y preserva haciéndola permisible y justificable para la sociedad.
Esa dolorosa situación en la que se mezcla el control y utilización de la mujer por parte israelí y el fuertemente arraigado modelo patriarcal en Palestina provoca unos altos niveles de exposición a la violencia para las mujeres y una prevalencia constante de la violencia de género en el ámbito familiar. El uso de este tipo de violencia se considera, además, como una medida disciplinaria e incluso como fórmula para restaurar el honor de la familia llegando en ocasiones a exonerar a agresores sexuales de sus delitos si se casan con la víctima.
Esa es la realidad de las mujeres en lugares como Gaza. Y por si todo esto fuera poco, la guerra viene a dejar a mujeres y niñas en un lugar aún más dramático. En la franja de Gaza, antes de estos últimos ataques, había 50.000 mujeres embarazadas. Algunas ya han perdido la vida como consecuencia de los bombardeos. Otras lo harán debido a las deplorables condiciones de los hospitales y otras tantas no podrán sobrevivir a las carencias de agua, alimentos y medicamentos. Quienes consigan sobrevivir se encontrarán en situación de mera supervivencia y con muchas dificultades para sacar adelante a sus recién nacidos. Y, además, tendrán que cuidar del resto de familiares que queden vivos porque ese es su papel dentro de su sociedad.
Quienes consigan sobrevivir se encontrarán en situación de mera supervivencia y con muchas dificultades para sacar adelante a sus recién nacidos
Están a dos pasos de nosotras, pero nos sentimos impotentes e incapaces de ayudarles. Un drama que duele y deja ante nuestros ojos un mapa teñido de rojo y negro en el que el morado que nos identifica es simplemente un color, no un sentimiento de lucha, igualdad y libertad.
Mientras, la policía de la moral iraní vuelve a la primera línea informativa por atacar gravemente a Armita Geravand, una joven de 16 años que fue sacada inconsciente del metro en Teherán tras ser golpeada por no llevar hiyab, el pañuelo que debe cubrir su pelo.
El mundo no es hostil. Podríamos decir que lo es en general, pero es cierto que esa hostilidad la padecemos doblemente las mujeres en cualquier parte del mundo. Unas más que otras, sin duda, y es por eso por lo que quienes hemos caído en el lado «bueno» del mundo debemos seguir denunciando y ayudando a las que no han tenido la misma suerte.
Como dijo Anguita en su célebre discurso, malditas sean las guerras y malditos los canallas que las provocan. Malditos sean quienes, además, utilizan a las mujeres como arma.