Por M. Urraburu
Se habla de inmigrantes como de la lluvia que enriquece nuestros campos o los inundan. Son pocas las veces que dirigimos la mirada al ser humano que, por distintos motivos, padecen las consecuencias. ¿Sabemos realmente que siente el inmigrante?.
Salvo en casos contados, toda migración forzosa es traumática. Las circunstancias que empujan a las personas a abandonar su país son varias y no vamos a enumerar cada una de ellas. Durante algunos años, viaje a Argentina y Uruguay y tuve la ocasión de conocer y entrevistar a gentes de nuestra tierra que por culpa de una guerra absurda – como todas las guerras – tuvieron que buscar refugio y futuro en otros países. Son “los niños de la guerra” , ya abuelos, de aquel drama familiar.
Conservo grabaciones de lo que fueron sus vidas, Armando, Ramón, Manolo……
Salvo en casos contados, toda migración forzosa es traumática, pocos se salvan de lo que algunos han denominado “el mal del inmigrante”. Se trata de un trastorno de adaptación, que no solo es causado por el empleo, los papeles, la mayor o menor Integración social, sino por la nostalgia interior del cambio. Y, es que, son muchas las cosas que se pierden con el cambio: la separación de la familia y los amigos, por la lengua, por la cultura, por la tierra, por el status social, por el contacto con una nueva sociedad y por los riesgos físicos. No son ajenas a estas actitudes las circunstancias externas de acogida que le ofrece el lugar de destino. La prolongación de situaciones inciertas es también una prolongación de la nostalgia. Esto es lo que ocurre con la mayoría de refugiados, cuyos planes se concentran en una supervivencia transitoria hasta que llegue el día de regreso al país de origen, que pocas veces llega. Se entiende también, el alto índice de conflictos, maltratos y separaciones en el seno de las familias que emigran al completo y han adquirido un status suficiente. Los niños más propicios a la adaptación cultural y a la conquista de relaciones sociales, sufren fácilmente la frustración de ver como sus recursos materiales no les permite adquirir los mismos bienes de que gozan sus compañeros autóctonos.
El ser humano es en ocasiones contradictorio. De una parte necesita raíces sobre las que sostenerse. Por otra, le atrae el cambio de lugar, la búsqueda de novedades que le ofrezcan nuevos horizontes de felicidad plena. Las migraciones han acompañado al ser humano, unas veces por tendencia natural y otras de fuerza o necesidad. El escenario por el que se mueve el inmigrante no tendría que ser problemático si no estuviera teñido de incertidumbres, conflictos individuales y sociales y de graves problemas de adaptación. Cuando te vas, dejas de ser. Cuando llegas, pasas a ser un problema……si no vienes dando.
La gente muere, es una regla natural, y nos hemos acostumbrado a que quienes mueren pasen a ser estadística social. Nuestros muertos de coronavirus son bastante más que eso. Siempre he oído hablar de los niños de la guerra, fosas comunes o leyes de memoria histórica. ¿ Que mejor memoria histórica podemos tener que esta generación que no se merece la miserable despedida que les estamos dando?. Son los últimos niños de la guerra que han llegado hasta hoy. Nacieron en plena guerra o cerca; aquí se quedaron o volvieron padeciendo las penurias de la postguerra para trabajar como pluriempleado, incorporando a la mujer al trabajo; se inventaron un país desde cero; tuvieron hijos dándoles una educación y un porvenir; acabaron con un régimen infame sin futuro; diseñaron un país moderno, libre, demócrata con leyes acordes, no siempre cumplidas. Algunos tuvieron suerte quedándose, otros no tuvieron esa oportunidad y tuvieron que descubrir otro país sin haberlo elegido.
Y, de nuevo, los niños conocen la guerra. El miedo, la destrucción, las bombas, los tanques, la alarma de las sirenas, los muertos, . . Los niños no disfrutaran de su infancia y se verán obligados a ser testigos de situaciones que ningún niño debiera vivir. Las escuelas y universidades debieran ser espacios seguros y protegidos, pero las fuerzas armadas las convierten en lugares de intimidación y violencia. Las escuelas y hospitales han dejado de ser refugios seguros. Los más vulnerables han pasado a ser objetivo. Los efectos de las guerras en los niños son demoledores.
Si no se hace nada para evitar estas situaciones habrá una generación perdida.
No podrán soñar con un futuro. Solo deseo que, un día Putin, desee también no haber nacido.