La reportera de la que hablamos nació en Tolosa inmersa en un ambiente obrero, por lo que pronto se sintió implicada en la problemática social de la época
Por Miguel Ángel Fernández vía La Marea.
Llevamos semanas pegados a medios que nos informan de un nuevo conflicto en territorio europeo. La guerra desangra Ucrania dejando un reguero de muerte y destrucción, y los principales medios han emplazado nuevamente a sus reporteros para que sean los ojos y la voz que nos transmitan la actualidad de la guerra. Casi no prestamos atención al hecho de que muchos de esos reporteros son precisamente mujeres, algo normalizado impensable hasta hace poco tiempo.
El nuevo auge del feminismo y la labor de investigadoras como Ana Muiña o Araceli Pulpillo han ayudado a recuperar la genealogía de pioneras del periodismo como Carmen de Burgos, Teresa de Escoriaza o Josefina Carabias. Por su parte, la labor de reporteras contemporáneas como Rosa María Calaf, Carmen Sarmiento o Mónica G. Prieto han apuntalado ese reconocimiento. Y, sin embargo, la figura fundamental de Cecilia García de Guilarte, sigue envuelta en el manto del olvido. Hablamos precisamente de una mujer que debería ocupar por derecho propio un lugar destacado dentro de la historia del reporterismo de guerra -sin contar su dedicación al mundo del periodismo literario y su fecunda producción novelística y teatral-.
La reportera de la que hablamos nació en Tolosa inmersa en un ambiente obrero, por lo que pronto se sintió implicada en la problemática social de la época. Su padre, y principal referente, era militante de la CNT y empleado de la Papelera, donde también trabajaría ella una temporada intentando dar rienda suelta a su conciencia social. “A mí la República me hizo anarquista; (…) porque resultó una República tan pachucha y tan así… Y hacerse anarquista (…) era lo menos que un joven podía hacer en aquellos tiempos en lo tocante a protestar”. Por otro lado, la joven estudiaría, por decisión de la madre, en el colegio de las Hijas de Jesús. De ello le quedaría una peculiar mezcla de socialismo cristiano que, como apunta Manuel Aznar en el libro Cecilia G. de Guilarte de Tabernilla y Lezamiz, es una forma “muy característica del anarquismo finiscular y por ello parece otra enseñanza aprendida de su padre”.
De niña ya había destacado por una insaciable voracidad lectora y una vocación escritora que la lleva, con tan solo 11 años, a publicar su primer relato sobre el vuelo del Plus Ultra, a ganar un premio de cuentos a los 17 y a escribir artículos para el periódico confederal canario En Marcha. A los 20 publica relatos breves en La Novela Ideal de Federico Urales y Teresa Mañé, y en la que colaboran intelectuales más o menos cercanos al mundo libertario y social, como Leopoldo Alas Clarín, Miguel de Unamuno, José Nakens, Francisco Giner de los Ríos, Anselmo Lorenzo, Ricardo Mella o Teresa Claramunt. Y a esa misma edad está ya trabajando para el prestigioso semanario Estampa de Madrid, en el que publica algunos reportajes sonados. La trayectoria de la periodista vasca es, sin duda, meteórica.
En el frente
Pero los años más intensos y fecundos serán los de la guerra civil, el primer conflicto bélico que va a ver la incorporación masiva de mujeres para cubrir lo que ocurre: fotoperiodistas como Gerda Taro, Margaret Michaelis, Kati Horna, reporteras como Gerda Grepp, Lise Lindbæk, Maria Osten… También españolas, como las hermanas Margarita y Carmen Nelken (más conocida por el pseudónimo de Magda Donato), ocupan un espacio destacado en las crónicas periodísticas que vuelan esos días; si bien es cierto que la mayoría trabaja desde la retaguardia, en oficinas o gabinetes de prensa.
No es el caso de Cecilia, que destacará por sus visitas al frente de batalla, llegando incluso a empotrarse en unidades militares. Ella no ha nacido para seguir las indicaciones de Victoria Kent, cuando insta a limitar la colaboración femenina a la retaguardia: “Las mujeres tenemos nuestra misión que cumplir (…) Los hombres tienen su puesto de combate en los campos. Las mujeres lo tenemos combatiendo el hambre de la ciudad”.
Con la sublevación fascista, deja su trabajo en Madrid y vuelve a su tierra natal para poner la pluma al servicio de la causa antifascista en el donostiarra Frente Popular, órgano oficial de la Junta de defensa de Guipúzcoa y donde están representadas todas las fuerzas leales a la República. Esos primeros días, la joven reportera se estrena como corresponsal de guerra acompañando al grupo Los Temerarios al frente de Irún, donde deben tomar posiciones avanzadas. Son días intensos, vividos frenéticamente y sus crónicas son una mezcla de propaganda y aventura, de acción en estado puro. Días también de mazazos en lo personal: en Irún morirá su hermano, Félix, luchando contra los militares sublevados. Pero la vida del diario republicano será efímera, el último número de Frente Popular verá la luz el 12 de septiembre, día previo a la caída de San Sebastián.
Estabilizado el frente en Vizcaya, la reportera se incorporará a la redacción del periódico CNT del Norte en enero de 1937, en cuya redacción, haciendo gala del ideal libertario, todos los integrantes, de director a redactores, cobran el mismo salario. Y es para este medio para el que la reportera consigue su primera gran exclusiva, la entrevista al aviador alemán Karl Gustav Schmidt, único superviviente del derribo de su aparato (Otro aviador había sido linchado por la multitud hasta la muerte como represalia por el bombardeo de Bilbao).
En ella, Cecilia muestra el lado humano de un enemigo amedrentado todavía por lo que ha vivido apenas unas horas antes en las calles bilbaínas, aunque totalmente “alienado por la propaganda nazi”. La entrevista supone un punto de inflexión en la trayectoria de la tolosarra, que se sentirá “más periodista que nunca” recorriendo las calles y los frentes en busca de la noticia. Así, entre enero y febrero de 1937, acude varias veces a la línea de fuego para compartir experiencias con los milicianos vascos en una serie de reportajes de estilo directo y desenfadado que combinan reportaje y entrevistas. De esos días es también una figurada entrevista al Jesucristo de la Gran Vía bilbaína, al que considera como un referente en la lucha social. Se trata de otra muestra de ese socialismo cristiano tan sorprendente para la época.
A medida que avanzan las crónicas de guerra, estas empiezan a adoptar un tono sombrío, alejado del entusiasmo de los primeros meses. Son significativas aquellas en las que, en el frente asturiano, cubre la ofensiva sobre Oviedo: “En estas casas se siente con más intensidad que nunca el dolor de esta guerra suicida. De cara al sol, con fijeza extraña en los ojos inmóviles, unos cuerpos jóvenes ponen la nota de un gris oscuro en el verde y azul de este día espléndido. Es tan corta la distancia que nos separa del enemigo que unos pocos cuerpos bastan para cubrir la semialfombra de carne joven”.
Textos crudos y realistas que ya no dejan espacio a la poesía guerrera: “Máquinas automáticas caminan hacia adelante, movidas por un resorte y solo se detienen cuando una bala rompe la pieza que mueve el mecanismo. Así estos hombres, a los que la bomba de mano deshacía la cabeza sobre las ametralladoras que manejaban. Crispadas en agonía sus manos. Ni un documento. Nada que los identifique. Destrozados sus rostros, nadie diría a qué raza pertenecen estos cuerpos. Son, no una prolongación de la máquina: son un tornillo más. Es la guerra”.
Además, la reportera huye del triunfalismo e incluso consigue sortear la censura militar en artículos que se alejan de la tónica propagandística de otros medios: “Que sepan los que, a fuerza de barajar lo de ‘valientes milicianos’ y ‘fantástica derrota del enemigo’, han terminado por no creer en las derrotas ni en el valor, que las casas de Oviedo, de gruesos cimientos, nos han de costar muchos combates y no pocas víctimas”.
A la vuelta de Asturias repite exclusiva entrevistando a un prisionero italiano capturado en la bolsa de Bermeo, con quien empatiza: “No tiene el orgullo y la pretensión de fortaleza como los germanos”, pues el prisionero, un supuesto comunista obligado por Mussolini a venir a la guerra española personaliza “la Italia que muere en España, por no morir de hambre en su tierra”. Tras la caída del frente Norte, la periodista consigue pasar a la zona republicana y, recién casada, se dedicará a labores domésticas y el cuidado de su hija hasta la derrota de la guerra y el exilio a Francia, donde continuará su labor periodística colaborando en Le Soud-Ouest.
La estancia en el país vecino será corta y la familia toma rumbo a México, donde los comienzos son complicados, y las penurias económicas la llevan a publicar algunas novelas de corte romántico para la editorial Delly, que ella misma denomina “novelas para cambiarlas por pan, sentimentalonas y rosas”, pero rápidamente destacará por una intensa actividad intelectual y cultural, que la llevará a ser considerada como una de las figuras que más contribuye al mundo de la cultura en el exilio, y, de hecho, participará en la fundación del Ateneo Español en el país azteca.
En lo político, sufrirá una evolución que la aleja del anarquismo y la acerca a Izquierda Republicana, organización de cierta relevancia entre los exiliados en México. En su libro Un barco cargado de… confiesa; “Ya se había marchitado mi ilusión anarquista, pero creo que algo del polen de esa flor ha quedado para siempre en mi corazón”.
En su estancia mexicana alternará su dedicación al periodismo con trabajos como el de guionista de radio o la docencia. En Hermosillo, capital del Estado de Sonora, será nombrada jefa del departamento de Extensión Universitaria y directora de la revista Universidad de Sonora. La frenética actividad desplegada le ayudará a integrarse en el país de acogida, pero sin olvidar su origen, por lo que seguirá colaborando con las publicaciones de la comunidad vasca del exilio: Eusko Deya, Tierra Vasca, Gernika…
Y, por supuesto, se dedicará de manera incansable a la producción literaria, cuyas novelas y obras de teatro destacan por la inclusión de mujeres indígenas y una continua llamada de atención a la doble discriminación social y de género que viven las mujeres originarias. Profundizará, además, en aquella temática esbozada en obras anteriores, presentando casi siempre, tal y como recalca Blanca Gimeno en Cecilia G. de Guilarte. Un discurso valiente en el exilio español de 1936 en México “un personaje femenino extranjero fuerte e independiente, que ejerce un cierto activismo social a través de profesiones o tareas destinadas tradicionalmente a hombres”. Estos personajes “son claves que sirven de modelo a las protagonistas que buscan la realización personal, mujeres fuertes y profesionales cuyos trabajos, en la mayoría de las ocasiones, están relacionados con la escritura”.
El regreso a España
Con el tiempo, la nostalgia y los continuos traslados por el territorio azteca van haciendo mella en su ánimo. Lo que sumado al grave accidente de tráfico que sufre en 1959 y en el que casi pierde la vida, le hacen reconsiderar la posibilidad de regresar a España y a su Tolosa natal, lo que llevará a cabo en 1964. Dejó en México a su marido –que se había negado a pisar suelo español mientras viviera Franco– y a Marina, la mayor de sus hijas. Pero la vuelta no será como se había imaginado.
Según explica su hija Ana María en el libro de Blanca Gimeno, “los años en el exilio le hacen idealizar a España y los españoles, y por eso el choque con la realidad es aún más duro”. El regreso a España en 1963 le muestra su rostro más severo y la realidad que se encuentra es muy diferente a la imaginada. La situación social y política de país siguen siendo muy difíciles y pesa la ley del silencio frente a una derrotada que vuelve del destierro. La escritora añora ahora México y siente que se encuentra ante un segundo exilio, al que, en todo caso, va a sobreponerse nuevamente gracias a su reincorporación al periodismo y a la literatura.
Colaborará con La Voz de España en San Sebastián, donde publica una serie de artículos de carácter biográfico bajo los títulos de Los años de las verdes manzanas (marzo – octubre de 1968) y Un barco cargado de… (enero – marzo de 1972) hasta que deba abandonar por las presiones de la dictadura. Y sigue escribiendo novela sin parar: en 1968 envía Todas las vidas al premio Planeta, donde es finalista.
Un año más tarde consigue el éxito con Cualquiera que os dé muerte, ganando el premio Águilas de novela en Murcia, dotado de 250.000 pesetas. Y Cecilia no se esconde: en la rueda de prensa afirma haber sido anarquista de joven y seguir siendo republicana: “Me marché porque me dio coraje perder la contienda. He regresado porque me da coraje estar fuera de España contra mi voluntad”.
La sorpresa del público es notable y al alcalde no le llega la camisa al cuello, ¡la ganadora del premio es mujer y además republicana! A partir de ese momento recibirá el apodo de “Madre coraje”.
Con el tiempo, irán apareciendo los lógicos achaques de la edad y Cecilia fallece el 4 de julio de 1989 en su casa de Tolosa a causa de un infarto, dejándonos un indispensable puñado de textos pioneros en el reporterismo de guerra español y una ingente producción literaria cargada de personajes femeninos, fuertes e independientes que se rebelan contra la estructura patriarcal que les ha tocado vivir.