Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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Adivinos

Mikel Pulgarín, Periodista y Consultor de Comunicación

Cuentan que tres sabios quedaron aislados en una isla tras un naufragio. Tras varios días de ayuno, encontraron una lata de conservas que el mar había arrojado a la playa. Eufóricos, se dispusieron a abrirla. Los esfuerzos no dieron resultado. No tenían la herramienta adecuada. Uno de ellos, químico de reconocido prestigio, propuso introducir la lata en el mar para que el efecto conjunto de la sal marina y la elevada temperatura del agua produjeran la ebullición. El proceso fue inútil. Otro de los sabios, renombrado físico, planteó la posibilidad de situar la lata en posición perpendicular a la luz solar, formando un ángulo concienzudamente estudiado. También falló. Por último, el tercero de los sabios, reputado economista, se acercó con ademán decidido a la lata. La cogió en sus manos, la dirigió una concentrada mirada y afirmó con rotundidad: “Bien, supongamos que la lata está abierta”.

Que la economía nunca ha sido una ciencia exacta parece un hecho más que constatable. Algunos consideran que sólo se la puede calificar como ciencia tras el surgimiento del capitalismo. Otros afirman que ya los fenicios practicaban de manera más que aceptable ese “arte”. Probablemente ambas teorías sean ciertas. Lo que sí es posible es que los albores del capitalismo trajeran consigo el nacimiento de una nueva casta: la de los “macros”, los nuevos adivinos, los predictores, descendientes de aquellos fenicios “micros” que no entendían de variables y que se sentían seguros con su negocio diario, con apilar moneda a moneda. Quizás por eso aquellos fueron los primeros contables profesionales.

La progresiva complejidad de los estados trajo consigo nuevos sistemas de organización política, vertebraciones sociales novedosas y, al mismo tiempo, presupuestos generales, gasto y déficit público, impuestos, productos interiores brutos, inflaciones, expansiones y recesos.

En una palabra, complicaciones necesitadas de una definición. Y a algún descendiente de Keynes se le ocurrió aquello de “variables macroeconómicas”. Y el terreno quedó abonado para el surgimiento de los nuevos adivinos, magos de los números, capaces –tras complicadas fórmulas matemáticas- de pronosticar al detalle cuanta riqueza tiene un país, el dinero que tenemos en el bolsillo los ciudadanos, a cuanto se cotizará el dólar en el año 2050, cual será el precio del barril de petróleo al finalizar el siglo XXI y cuanto crecerá el PIB interestelar dentro de 200 años. Sorprendente.

No deja de ser sorprendente tal capacidad de adivinación del futuro. Pero tampoco deja de sorprender que no se puedan prever las crisis económicas con un año de antelación, que el IPC se dispare sin que nadie se percate de ello, que no sepamos cual será la cotización del dólar dentro de una semana, que desconozcamos lo que ocurrirá con el empleo o que, de pronto, nos veamos inmersos, sin previo aviso, en una tormenta monetaria. Claro que todo tiene solución.

Para eso se han inventado las famosas “revisiones a la baja”. El adivino no se equivoca. Es el mercado el que cambia. Las circunstancias externas son las que hacen variar las previsiones tan metódica y profesionalmente elaboradas. Y, además, todo el mundo sabe que la economía no es una ciencia exacta. Por eso, es mucho más seguro decir aquello de “supongamos que la lata está abierta”.