Por Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente
Desde hace unos días el tema de la sequía está muy presente en los medios de comunicación y en importantes sectores de la población que viven angustiados de la situación tan alarmante en que están no pocas comunidades del Estado español por la escasez de agua y la falta de lluvias. De hecho, el pasado jueves 11 de mayo, se celebró un Consejo de Ministros extraordinario para aprobar un paquete de medidas contra la sequía. Aunque las ayudas son muy necesarias, quizá las aprobadas por el Consejos de Ministros son un tanto insuficientes y cortoplacistas, y no solucionarán el problema a largo plazo. Si no frenamos la emergencia climática, nos enfrentaremos a condiciones cada vez más difíciles y, sin duda, la falta de agua será de las peores, porque todo depende de ella. Fenómenos extremos como la sequía van a ser cada vez más frecuentes y devastadores, y, la península Ibérica, está entre las zonas de Europa más castigadas, afectando a nuestras condiciones de vida, nuestra salud e incluso nuestro modelo productivo.
Este mes de abril ha sido el más seco desde que hay registros en el Estado español, es decir, desde hace más de 60 años; las reservas hídricas de agua embalsada están al 49% de su capacidad. En el caso de Euskadi, no lo están tanto. Desde la Agencia Vasca del Agua (URA) del Gobierno vasco, se ha señalado que “la situación de los embalses, en los tres territorios, están bien de caudal, y el abastecimiento de agua potable está asegurado durante un año; aunque si sigue la ausencia de lluvia -al menos estos días está lloviendo-, podría haber problemas en los riegos para la agricultura y para los campos”. Sin embargo, en Navarra, la situación es muy preocupante.
Los sucesivos informes del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas (IPCC) dicen bien claramente que los recursos hídricos se van a reducir con la crisis climática, y, por tanto, la gestión del agua urbana debe seguir con más fuerza los esfuerzos de reducción del consumo, el regadío debe adaptar su tamaño a los recursos disponibles y todos los usos tienen que reducir drásticamente la contaminación que vierten a las aguas.
Uno de los principales impactos que el cambio climático está teniendo sobre el planeta es la menor disponibilidad de agua. Según el estudio “Perspectivas ambientales de la OCDE hacia 2050. Consecuencias de la inacción”, en el año 2050 el 40% de la población vivirá en entornos de estrés hídrico. En el caso de Euskadi, las precipitaciones disminuirán de un 15% a un 20% a finales del siglo XXI, según los diversos estudios realizados desde el Gobierno vasco. El cambio climático significa menos agua.
Otro de los problemas existentes en los ríos y acuíferos es la contaminación. En el contexto de emergencia climática en la que nos encontramos, con menos agua, esta situación de contaminación se agrava notablemente y compromete la salud de los ríos y acuíferos, y, por tanto, de buena parte del suministro de agua de boca.
Por otra parte, en el Estado español, aproximadamente el 80% del agua se destina a regadío, como lo es en Navarra; y el 20% restante queda para abastecimientos urbanos y demanda industrial. El caso de Euskadi, es diferente, en la medida que la agricultura tiene una dimensión mucho más pequeña.
Además de la falta de lluvias, otra cuestión importante, es que se han dado unas temperaturas muy altas para la época en que estamos, y, a más temperatura, más agua se evapora, es decir, pasa de líquido a gaseoso y se eleva a la atmósfera. La evaporación se produce desde el suelo o las plantas después de que llueva y desde las superficies de agua como los ríos, los lagos y, lógicamente, los embalses.
La emergencia climática en que vivimos trascurre con el consumo intensivo del agua que se está produciendo en el Estado español, mientras que los embalses no han recibido las recargas de lluvia esperadas. En el caso de Navarra, la pasada semana el Gobierno foral vino a decir que únicamente está garantizado el riego para toda la campaña en 30.000 de las 130.000 hectáreas de regadío, aquellas que dependen del embalse de Itoiz. Este pantano es el que tiene mayor cantidad de agua y se encuentra al 69% de su capacidad, casi 20 puntos por debajo del nivel al que estaba en estas mismas fechas en 2022. Peor que los regantes dependientes de Itoiz están los del embalse de Yesa -del que también se abastece gran parte de Aragón-, que se encuentra al 56% de su capacidad (30 puntos por debajo del año pasado. Las parcelas que dependen de estos embalses no tienen garantizado el riego para toda la campaña, lo que ha obligado incluso a algunos agricultores a dejar terrenos en barbecho, sin cultivar, y esperar a que las previsiones de agua mejoren en el futuro.
La cosecha de la agricultura de secano se da ya por perdida en la mitad sur de Navarra, y ello ha hecho activar seguros y petición de ayudas. Sin duda, las ayudas pueden paliar los daños que sufren los agricultores, pero se necesita una estrategia a corto, medio y largo plazo que ordene las infraestructuras hidráulicas para reducir pérdidas de agua y que afronte un cambio estructural y drástico ante la crisis climática con las sequías y la elevación de temperaturas.
Pronunciar cambio climático es decir menos disponibilidad de agua, y lo lógico sería aplicar el principio de precaución antes de promover nuevas superficies de regadíos, como es el caso de Navarra, donde a pesar de que no hay agua para ello, la segunda fase del canal de Navarra supone aumentar 21.000 hectáreas más de regadío.
En el caso de Euskadi, hay que continuar con las políticas que propician un uso racional y responsable del consumo del agua por la ciudadanía en época de abundancia, cada vez menos, y de escasez. Pero, además, están las fugas en la red de conducción del agua potable, que en el conjunto del Estado español suponen una pérdida 650.000 millones de litros de agua al año, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). La Rioja es la comunidad que más agua pierde al año, en donde al día se pierden unos 78 litros de agua por habitante, duplicando así la media estatal, y, por otra parte, el País Vasco, la que menos, con 25 litros al día. No obstante, siempre hay un margen de mejora, y también depende la situación de unas comarcas a otras en Euskadi.
Un gran frente de mejora es la reutilización de las aguas residuales urbanas, que en Euskadi apenas se hace, al igual que en otras comunidades del Estado español, con la salvedad de Cataluña, y no digamos en California e Israel, países muy secos, que reutilizan el 70%.
En el caso de Cataluña, el agua regenerada -aguas residuales que son tratadas para poder ser reutilizadas- ya cubre el 25% de las necesidades de agua en Barcelona, aunque hasta ahora se ha destinado fundamentalmente a la limpieza de calles y riego de jardines. La emergencia climática hace que se extienda a usos agrícolas, industriales e incluso domésticos.
La crisis hídrica es uno de los mayores desafíos que afrontamos y es muy urgente encararlo.