Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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Boomerang

Mikel Pulgarín, Periodista y Consultor de Comunicación

Algunos ilustres pensadores han mantenido siempre una inquebrantable fe en la teoría “circular”, o lo que es lo mismo, en aquella suposición que pretende demostrar que los hechos y acontecimientos que marcan el rumbo de la Historia se repiten cíclicamente tras completar una suerte de circunferencia, que se inicia y concluye en el mismo punto. Otros eruditos, no menos insignes que los anteriores, se han mostrado más partidarios de la hipótesis “espiral”, presumiendo que la crónica de la Humanidad se alimenta de millones de momentos encadenados, conformando periodos que -aunque en ocasiones guardan grandes y sorprendentes semejanzas- nunca son similares, ya que actúan como esa línea curva de un muelle, que cuanto más cerca parece estar de un punto más se aleja de él. Determinados filósofos de la modernidad prefieren hablar del movimiento “parabólico”, es decir, del permanente “sube y baja” que marca el devenir humano. Y yo, que me siento coronado con la aureola del Milenio e impulsado por el aura del nuevo siglo, reivindico el derecho a formular mi propia conjetura, que -para no ser menos geométrica que las anteriores- he bautizado con el nombre de “boomerang”, conocida arma arrojadiza propia de los aborígenes australianos que, una vez lanzada, puede volver al punto de partida. Enseguida me explico.

Pienso que la Historia se comporta a semejanza de esa lámina de madera encorvada tan común en Oceanía, la cual, impulsada en sucesivas y determinadas épocas, se proyecta hacia adelante en el tiempo y/o el espacio para, a partir de un lapso concreto, variar la dirección de su trayectoria, trazar un cambio en el sentido de esta y regresar por un camino próximo al inicialmente emprendido. Con ese movimiento se da rienda suelta a una tendencia tan extendida como enraizada en la Naturaleza, quien -al igual que las compañías de transporte- siempre prima los viajes de ida y vuelta. Y ese “volver, volver” que entona el boomerang de la Historia en su regreso al pasado, sólo se interrumpe cuando la mano que lo lanzó, la misma que mece la cuna donde duerme la Humanidad, lo detiene tras asirlo con fuerza para, una vez más, proceder a dispararlo al futuro. Quizás durante el tiempo transcurrido entre el empujón inicial y la recepción final, el sujeto protagonista haya iniciado el avance y, por tanto, el boomerang nunca regrese al mismo punto del que partió. De esta manera, mi osada teoría se sustenta en la percepción de que la Historia avanza y retrocede a impulsos, pero siempre con una clara tendencia a regresar al punto del que partió, aunque realmente eso nunca suceda debido a que el constante deambular humano, con sus cortos pero decididos pasos, impide la vuelta al mismo lugar de partida.

¿Pero qué pasaría si el lanzador no alcanzara a atrapar el boomerang? No es necesario ser un lince, ni tener un doctorado, para suponer que la tabla seguiría su trayectoria de regreso al pasado hasta que alguien la detuviera o, tras perder inercia, se desplomara en el vacío. En ese caso, se rompería el proceso de retroalimentación inherente al movimiento constante, y así estaría hasta que alguien, quizás un miembro de una tribu perdida en el tiempo, recogiera el boomerang y lo volviera a proyectar hacia el futuro para, de esta manera, mover de nuevo la rueda de la Historia.

Patética teoría, ¿verdad? Sí, estoy convencido de que no merecería una condena a la hoguera, si acaso un estirón de orejas. Pero, lo que son las cosas, siempre me acuerdo de ella cuando oigo a mi vecino decir aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. No puedo dejar de pensar en que ocurriría si nadie recogiera ese boomerang y la Historia se detuviera, para siempre, en el mismo tiempo pasado, aunque este fuera mejor.