Es necesario conocer el contexto que motiva cualquier fuerza actuante en la Historia. Lo digo porque nos estamos acostumbrando en nuestros tiempos a contemplar los acontecimientos como una especie de foto-finish sobre los que se emiten juicios basados más en prejuicios, que en un conocimiento y valoración de la globalidad previa generadora de la acción presente.
Admitiendo que el anticolonialismo es un vector fuerte en el cambio de paradigma que se está produciendo, cabe analizar el terreno de juego sobre el que discurre dicho vector. Hablemos, pues de ello.
El final del modelo presente, que nace con la Ilustración y que genera el estado-nación y las democracias liberales, avanza a velocidad creciente y ya se avizora un nuevo orden de las cosas y de las ideas. En estos momentos el pasado cobra vida y el presente, que es su resultado, es derruido como si fuera por una especie de justicia poética.
Y dentro de este pasar cuentas que se produce inevitablemente en cada final de paradigma, vuelve el anticolonialismo por una sencilla razón: el colonialismo nunca se ha ido.
Pero para no perdernos en la Historia, en la que en todo tiempo ha habido colonizadores y colonizados, quiero circunscribir el tema al periodo histórico que nos ocupa y que mencionamos más arriba que, a grosso modo podríamos entender desde la naciente República Francesa hasta nuestros días.
Es reseñable que en dicho periodo, mientras en Europa se propagaban filosofías y doctrinas liberadoras, el colonialismo clásico europeo se asienta con fuerza en África y la trata de esclavos adquiere una dimensión empresarial con las características del capitalismo moderno.
Después de las guerras napoleónicas, y justo antes del repartimiento de África en la Conferencia de Berlín en 1884-85, el negrerismo se realiza con criterios industriales. La burguesía, clase social emergente tras la revolución francesa, participa con frenesí y amplitud en un comercio que no considera nunca desde el punto de vista de la moralidad. Solo el concepto de beneficio económico informa dicha actividad.
Así los barcos negreros, se armaban y se financiaban las expediciones en régimen de accionariado suscrito por lo que después sería la poderosa burguesía industrial francesa, inglesa o catalana. El infame comercio de carne humana era tan rentable que, a menudo, los barcos se amortizaban en un solo viaje. Brasil, Cuba, Guayana o los EE.UU. eran los grandes mercados donde los ricos criollos y los ricos europeos se hacían todavía más ricos. Mientras tanto los genocidas de los dos continentes derramaban lágrimas de emoción ante una buena ópera o la encendida prosa o poesía del Romanticismo.
La fiestaza marchaba la mar de bien, hasta que los ingleses dieron en prohibir la trata. Hubo dos razones que les indujeron a ello: la filantropía, y el comprobar que las primeras máquinas de la revolución industrial eran más eficientes que los esclavos.
Total, que empezaron a perseguir a los negreros y estos se pasaron al contrabando. Fue seguramente, la época más cruel del negrerismo. Si un cúter inglés avistaba un barco negrero, este tiraba al mar “la mercancía” y sin la prueba, lo dejaban seguir en libertad.
De todas formas desde la prohibición formal en adelante el tráfico fue menguando poco a poco. Las máquinas de vapor se iban adueñando de la producción y pasó aquello de la guerra civil americana en la que el norte, mintiendo en cuanto a sus reales intenciones, declaró que lo hacía para liberar a los negros de la esclavitud.
En Europa se empezó a generar una cierta inquietud, no por la inmoralidad de la esclavitud, sino por la futura rentabilidad del negocio. Y esa Europa culta, civilizada y que no pensaba más que en la fraternidad humana, dio con la solución: si no podemos llevar negros a las colonias, llevemos las colonias a África. En Berlín se repartieron el continente. Subieron el podio de la etapa negrera Francia, Inglaterra, España, Portugal, Bélgica, Holanda y otros. La crema de Europa occidental que hoy no para de hablar de derechos humanos a todo quisqui!
Por lo tanto, a partir de la magna Conferencia de Berlín, nace el colonialismo clásico que se extenderá hasta las décadas de los 50 y los 60 del siglo XX, en que se producirán los procesos de descolonización formal.
Había llegado, pues, la estabilidad. Nace la estética moderna de la esclavitud: unos señores con salacot, calzón corto y calcetines largos, que vivían en bungalows, y eran servidos por abundantes negros con cara de felicidad y agradecimiento por la civilización recibida. A veces los del salacot, aburridos por el tedio de la vida africana, iban a pegarle unos tiros a algún elefante, deporte que siempre ha gustado a los imbéciles y al que llaman safari. A veces visitaban a los misioneros, que también llevaban salacot, y que predicaban a los negros las bondades del dios blanco de los blancos que les azotaban. Las diferentes iglesias cristianas fueron colaboradoras distinguidas en la colonización.
Los ingleses estaban imbuidos de que Inglaterra tenía el mandato divino de crear un mundo anglosajón y que el inglés era la lengua de los ángeles. Magnates como Cecyl B. Rhodes, incluso acabaron dando su nombre al estado de Rhodesia.
Francia por su parte, entendió que la “Grandeur” consistía en que sus negros fueran redimidos por las virtudes republicanas y los alemanes, pueblo sin tradición colonial, cuando se encontraron con unos territorios inmensos en Namibia, Camerún o Togo, no supieron que hacer con tanta palmera y cocodrilo y se decidieron a imitar a los ingleses y franceses. También se pusieron un salacot y se empeñaron en que sus negros desfilaran al paso de la oca, metafóricamente hablando.
Me refiero con lo del paso de la oca a la explotación económica de las colonias haciendo servir como mano de obra a los africanos. Los blancos no habían ido allí a trabajar. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
La cosa es que la célebre Conferencia de Berlín, obligaba a las potencias colonizadoras a explotar económicamente los territorios sobre los que extendían su soberanía. De lo contrario esta no sería efectiva y podía ser reclamada por otra potencia.
Sobre 1914, Francia e Inglaterra miraban con glotoneria la parte alemana de África. Además Alemania había construido una enorme flota de guerra y se había constituido como una gran potencia industrial y exportadora. La guerra fue tan inevitable como todas las guerras evitables. A los africanos les toco el papel de luchar en una guerra ajena, tanto en África, como en los fríos frentes europeos, donde los regimientos coloniales fueron masacrados con la misma eficacia que los europeos. La muerte tiene un cierto sentido igualitario.
Naturalmente, el colonialismo fue una tabla de salvación para la Europa devastada. África recibió nuevas hornadas de gilipollas con salacot y la explotación del negro se puso a pleno rendimiento. Mientras sus amos blancos, tras unas décadas de charleston y una buena quiebra de la economía en1929, pusieron todo su empeño y sabiduría en preparar una segunda
carnicería mundial. No diremos nada sobre ella, ya que bajo la perspectiva de los africanos, fue el segundo acto de una misma obra. Lo realmente interesante fue lo que paso después.
Y lo que pasó después fue el neocolonialismo. Claro, después de tanta retórica antinazi y antifascista, quedaba como muy mal tener colonias. Durante las décadas de los 50 y los 60, se produce una descolonización formal auspiciada por la O.N.U. y, en cierta forma, por los EEUU., que no tenían colonias. Pero lo que si tenían estos, era la idea de cómo marcharse de las colonias sin marcharse. En este nuevo orden, los EE.UU. tendrían un buen trozo de pastel.´
Por de pronto, los colonos, funcionarios y diferentes clases de vividores, cerraron el bungalow, se quitaron el salacot y regresaron a Inglaterra, Francia o Bélgica con el botín y las manos manchadas de sangre. Allí, y en la comodidad de sus casas decoradas con colmillos de elefante y el tocado de algún jefe tribal que es mejor no saber cómo llegó a sus colecciones, pudieron dedicarse a contar batallitas a sus nietos sobre el salvajismo de los negros.
Pero lo que dejaron atrás garantizo, hasta el día presente, el predominio occidental sobre el continente africano.
Tras abandonar África, se le reconoció soberanía a los diferentes estados, pero a los colonos les sucedieron las multinacionales y ciertas estructuras económicas cómo el franco CEFA en la zona francófona. Se instaló en el gobierno de las nuevas naciones élites corruptas que siempre atendían a los intereses de las multinacionales, y los prestamos interesados del Banco Mundial o el FMI siempre tenía cómo contraprestación políticas privatizadoras que hacían imposible ni una sombra de estado social. Ante cualquier intento reivindicativo sindical, social o político, la solución siempre ha sido la misma: guerras inducidas, más dictaduras o, en último caso, la intervención directa, más o menos encubierta, de tropas occidentales.
Vea el lector, que hasta aquí, el artículo no es opinativo; es simplemente la mirada fría a un archivo todavía humeante.
¿Con todo lo expuesto? alguien puede extrañarse de la penetración ruso-china en África? Internet ha expuesto con impudicia la actitud de Occidente sobre los africanos. Les hemos tratado mal, les tratamos mal y pensamos continuar tratándolos mal, como demuestran la Historia y la praxis.
África ha decidido, y lo hace de una forma cada vez más firme, iniciar una descolonización real. Es inútil insistir en el acostumbrado discurso pseudo democrático. No se lo creen. Están desarrollando una visión propia sobre el mundo y el papel que ha de jugar el africano en el nuevo orden de las cosas. El rol de la República Sudafricana, socio fundador del BRICS, está creando una diplomacia de base cultural autóctona. Igualmente es inútil explicarles la maldad ruso-china. Saben perfectamente que ellos no han empuñado nunca el látigo´. También saben que en un mundo multipolar, África no tiene nada que perder y sí mucho que ganar. Tarzán, rey blanco de la selva negra, tendrá que hacer las maletas y volver definitivamente a casa.
P.S. A mi amigo Joan Antoni Simon, que todavía cree en la memoria, la justicia y la reparación.
Celrà a 16 de mayo de 2024
Tono Álvarez- Solís