Por Charles MartDickens Iglesias
La Lotería, 22 de diciembre
I – Navidades presentes
Era una pequeña Compañía de Teatro que de haber nacido en el siglo pasado se hubiera llamado Compañía ambulante, Cómicos de la Legua o alguna de aquellas variedades de época.
Los actores eran gente joven -no llegaban a los 40– con todo lo que ello implicaba: haber nacido en época de progreso, de libertad y de la típica confusión de las épocas de abundancia, aún perteneciendo a la clase media popular (ya nadie habla de la clase trabajadora). Hay que reconocer que todos, absolutamente todos, tenían algo en común: eran impredecibles. Me dirán ustedes, claro, que en un artista eso es una magnífica cualidad que se puede traducir en una estupenda carga de creatividad o de improvisación incluso ante el público más exigente, cuando ha lugar.
Sí, es cierto. Ustedes tienen razón, pero en eso que ustedes piensan aplicado a la escena, no a la vida del roce cotidiano de la disciplina, de las manías individuales en las horas de ensayo, en el concepto modernizado de obligaciones y deberes, del uso compartido de las habitaciones cuando se va de gira, en… en…
-¡Estoy desesperado!
Quien acaba de hablar es el director de la Compañía.
Lo que ocurrió pudo haber comenzado otro día.
Sin embargo… todo ocurrió aquel 21 de diciembre de las Navidades…
La Compañía había hecho una pequeña gira por el sur. La obra resultó exitosa. Los programadores recogieron los aplausos del público como mérito a una buena actuación, y gestión teatral, por supuesto. Pronto regresarían a casa. Habían salvado el año. El futuro -siempre incierto para las pequeñas compañías – parecía esperanzador. Al final del túnel se veía una tenue luz…
– Tenemos que comprar lotería -sugirió Roger-. En el bar donde comimos ayer había uno que coincidía con el día y mes de mi cumpleaños: el 8. ¡Y he soñado que me va a tocar!
No obstante, ni él ni ningún otro de la compañía hizo movimiento alguno o pareció tener disposición alguna de ir al susodicho bar a comprar el mencionado número. Fue el director quien, ya comenzada la cena de ese mismo día, 21 de Diciembre, se presentó con el billete, posible caballo ganador.
– ¿88.650? ¡Pero si ese no es el número! -gritó enfadado el soñador.
– ¿Pero, no era el que tenía ochos? -perplejo, aunque no ofendido, se defendió el director.
– ¡Sí, pero era el 88.008! -insistió en sentirse airado.
– Todos entran en el bombo -sugirió Mariana limando asperezas
Sin más discusión todos estuvieron de acuerdo en comprarlo juntos. Eran 5.
– Pero recordad que la lotería se paga. Y el que no paga no tiene parte -recordó el director.
Como de costumbre todos rieron pero ninguno sacó la cartera; unos porque la habían dejado en la habitación del hotel -la comida la pagaba la empresa– y otros porque, bueno, a fin de cuentas, no era tanto dinero; que lo pagase el jefe.
-Si nos toca, yo…
¿Recuerdan el cuento de la lechera? Cierto, no fue hace tantos años que alguien lo escribió, pues aún no está olvidado, al menos la primera parte, la de los sueños e ilusiones.
Sea como fuere, todos llegaron al convencimiento de que este año sí, este año la suerte les perseguía. Tenían todas las cartas en la mano: por la mañana, en el aseo de las chicas, sin saber nadie cómo ni por qué, se había roto el espejo justo cuando se estaban maquillando para salir, sin tan siquiera tocarlo. No, no se interpretó como un mal fario sino como una extraña señal. Señal corroborada cuando al descargar el camión el montacargas del teatro, justo en el primer viaje, se detuvo y no se pudo utilizar durante dos horas, lo que hizo que luego tuvieran que andar con el tiempo muy ajustado, vamos, de cabeza, para preparar todo lo que exigía el montaje escenográfico. Y como no hay dos sin tres, Roger, que no por accidente llegó un poco tarde, apareció exaltado:
– ¡Me ha cagado un pájaro en la cabeza! ¡Me ha cagado un pájaro en la cabeza!
-¡Qué hijo de puta! -exclamó Mireia solidarizándose con Roger.
– Pues yo en Google he leído que los excrementos de algunas aves te hacen tal corro en la cabeza que como no lo limpies de la misma no lo vuelves a rellenar ni haciéndote un implante turco de cabello -habló la experta en las nuevas tecnologías, Tini.
Estaba cantado que ese año, o nunca, les iba a tocar… ¡El Gordo!
II – Navidades pasadas, o casi pasada la Navidad…
– ¿Manolo? ¿Granada? ¿Bar los Manolos? … Oye, llevo toda la mañana llamándote. Mira, es que vivo en un pueblo muy pequeño donde a veces no llega el agua, a menudo en invierno se nos va la luz y no siempre tenemos cobertura telefónica… ¿Es cierto que ha tocado la lotería en tu bar en el número acabado en 8?
– ¡Que nos hemos enterado que nos ha tocado! -sacudió el chat del grupo escénico todos los móviles al mismo tiempo.
Era Mariana. Extraño. Realmente extraño que fuera Mariana la portadora de tan extraordinaria noticia; lo cual quería decir que entonces, en el momento de la llegada de la noticia, todos lo sabían, aunque ninguno había llamado al jefe para confirmar, comentar, felicitar, alegrarse…
Eran cuatro actores -tres actrices – más el director.
Ninguno de ellos había llamado a Josep. Lo habrían hecho por el privado.
Sin embargo, cada uno de ellos lo rumiaba en su casa. Mireia en la cocina, pues se levantaba tarde y le gustaba desayunar tranquilamente; de hecho siempre tenían que poner los ensayos después de las doce del mediodía: “Chicos, es que yo, ensayar antes de esa hora no soy nadie”, proclamaba con autoridad. Y, en la cocina, Mireia también recordó que no había pagado la parte que le correspondía del décimo.
– ¿Será tan hijoputa que ahora me niegue mi parte? ¿Por cinco miserables euros me va a negar la parte que me corresponde? ¡Pues no sabe con quién se las está viendo!
Y siguió maquinando su venganza antes de saber la decisión del jefe.
Tini, al enterarse, no pudo evitar echar las campanas al vuelo:
– ¡Dejo la compañía! De la misma me pienso gastar la mitad del premio en un viaje a todo tren. Estoy hasta los ovarios de dormir en hostales y hoteles de dos estrellas, comer bocadillos y fumar a escondidas. En cuanto cobre lo quemo…
Pero apenas reflexionó esto, a solas consigo misma, entró en Google, en Abogados, e hizo la pregunta pertinente:
– Si tu jefe te dice que te da Lotería pero luego no te la da y toca, aunque no le hayas pagado tu parte del billete, ¿tiene derecho a no darte nada?
Ante la profusión de webs, links, foros, chats, tik-toks… hablando sobre dicho tema se pasó toda la mañana rascándose el cuello y haciéndose un hematoma que más parecía lametón que stressón. Y no, no llamó al jefe para confirmar u obviar la situación.
A Mariana la noticia le pilló lavándose los dientes. Apenas recibió un whatsapp privado de Roger con la noticia, dejó de lavárselos y pensó, pensó, pensó… De la emoción tuvo que meterse en la cama. Era muy sensible a la luz y a las emociones. ¡Alucinaba! Lo primero que pensó fue enviarle un whasapp al jefe diciéndole escuetamente:
– ¡Estoy alucinando!
Pero luego recordó que ella al menos no había pagado la lotería. ¿Qué haría el jefe? Porque ahora no era Josep; ahora era el jefe, por no decir el puto jefe, porque cierto que a ella le gustaba mediar en los conflictos, tan humanos, pero hay momentos en los que, digamos la verdad, ¡la pasta manda! ¿Sería capaz de negarle su parte? ¿Cobrarían todos su parte menos ella? ¿Tendría cara de hacerlo? ¡Se le había olvidado, claro! Bueno, el día que se habló de ello ella sí llevaba dinero, pero como nadie sacó dinero para pagar, no iba a dejarles en evidencia y quedar ella como la chica buena, o tal vez como la pelota.
– Como no me dé mi parte, yo es que alucino.
Y se quedó alucinando en las diversas formas de decir a su jefe que ella también sabía ser mala; mala no, perversa; perversa no, h…
Para Roger el tiempo se había detenido. Solo estaba él y la canción de opereta favorita que estaba cantando mientras terminaba de afeitarse. Aquel premio le venía pintiparado. Acababa de tener un hijo, acababa de meterse en un piso, acababa de rompérsele el coche… Aquellos dineros le llovían del cielo en el momento adecuado. ¡Y… él había sugerido comprarlo!
– ¡Joder! -detuvo el afeitado – ¡Si no lo pagué! ¡Seré gilipollas! ¡y además seguro que seré el único que no ha pagado! ¡Mamón! ¡Mamón! ¡Mamón!
Y al decir el ex abrupto no distinguía si se lo dedicaba a sí mismo o… al jefe.
-¡Le pincho las ruedas! ¡Le quemo la furgoneta! ¡Gilipollas, gilipollas!
Pero no terminaba de saber a quién iban dirigidos los improperios.
¡Ay, perdón! Pero si me había olvidado de… el jefe.
¿Qué pasó por la cabeza de Josep cuando se enteró que habían ganado el Gordo de Navidad?Nunca creyó que le tocaría, ni que sentiría esa sensación tan extraña y mega-hilarante llamada felicidad por una cuestión de dinero. Porque Josep era así como un hippy nacido a destiempo, un profeta de los antiguos, vagabundo, en una sociedad donde tan solo se apreciaba el dinero y la tecnología, el eterno adolescente para quien el mundo es un infinito universo por descubrir cada día. Bueno, eso era una parte de él. La otra parte era que había puesto las ilusiones vitales en hacer una compañía de teatro, de teatro infantil, de luz negra. Ingenioso, imaginativo, brillante no sabía preocuparse “de las cosas de este mundo”; así que aunque sus obras eran exitosas, sus economías -ayudadas por las crisis permanentes del sistema cada tres o cinco años – adolecían de liquidez.
Al recibir la buena noticia, se le iluminó la cara y pensó cómo saldar todas sus deudas de un plumazo. En ese mismo instante pensó que estaba siendo egoísta y visionó a sus cuatro empleados, en su alegría, en su satisfacción, en cómo les iba a ayudar en la vida. Incluso intuyó algún abandono. Regresó a la solución de sus problemas más inmediatos. Y en ese momento recordó:
– ¡Pero si nadie me ha dado ni un euro, y bien que se lo dije! ¿Me llamarán? ¿Cómo se sentirán? ¿Serán capaces de exigirme o esperarán a ver mi movimiento?
Se quedó barruntando las diferentes respuestas a la situación creada.
De repente se le abrió otra luz.
¿Y si por una casualidad…?
III – Las Navidades futuras
– Manolo. Soy yo, otra vez, Josep. ¿Seguro que el número premiado es el nuestro?
– Mira, ahora te lo puedo decir con toda seguridad. Lo siento. Estaba equivocado. No es el vuestro. Teníamos dos números y os llevasteis el no premiado.
Josep no supo decir ni A ni B. Hizo un silencio tal que Manolo pensó que se había cortado la línea en toda la galaxia.
Josep imaginó escuchando a Roger:
– ¡Yo seré gilipollas! ¡Pero tú más! ¡Te dije que ese no era el número, que era el otro! ¡No me hiciste caso y ahora por tu culpa…! ¡Eso me pasa a mí por gilipollas, por tonto y por vago, por confiar en que los demás me entienden y me van a solucionar los problemas!
Pero, ¿y la reacción de Mireia, Tini y Mariana en la nueva creada situación?
– ¡Lo sabía! -comenzó su nuevo monólogo Mireia – Ya me lo dijo mi padre, que solo sé rodearme de perdedores. Si seré tonta que llegué a pensar que me tocaba, que me largaba sin importarme un carajo si podían seguir o no sin mí, que cada uno ha de mirar por sí mismo, que bastante he aguantado, como la otra noche, que viene ese con dotes de jefe a decirnos lo que podemos o no podemos hacer en el hotel. Pues me apetece fumar maría, pues la fumo. “Que está prohibido fumar en las habitaciones”. ¡Será tonto! Se cree que no lo sabemos? ¿Acaso no hemos abierto las ventanas? “Que huele”. ¡Sus cojones también huelen y no le digo nada! ¡Pero hay que ser corto para equivocar el número, vamos que no era el listín telefónico al completo!
– ¡Para una vez que podía habernos tocado! Porque eso ya me lo dijo mi madre: Hija, la lotería es como el primer polvo: te cae donde y cuando menos te lo esperas y, sí, te quedas embarazada a la primera. Ahora bien -continuó Tini – yo pienso mirar en Abogados a ver qué dice, porque si todos queríamos el número premiado, yo es que alucino que cogiese el otro, para dos putos número que había en el bar. Vamos, seguro que hay alguna sentencia judicial en la que se penaliza tal vez no por la equivocación sino por la falta de respeto y preocupación por el número que dijo Roger, o por engaño involuntario, como eso de homicidio involuntario, pero que también penaliza. Y mira si me dan un 30% por daños psicológicos y morales, pues eso que me llevo… ¡Yo, es que alucino con lo poco que se preocupa la gente hoy día por los demás, como que fuésemos cáscaras de mandarina!
– Si me preguntan los demás, ¿qué voy a hacer? -se preguntaba Mariana – A mí me gusta suavizar las cosas, porque yo también reconozco que a veces… por ejemplo cuando digo que estoy mal para ensayar, o para cargar… ¡Jo, el otro día le dije a Josep que me dolía la espalda por no cargar con el attrezzo y me pilla llevando al pavo de las luces del teatro una caja de más de 20 kilos. Bueno pues eso, que me tomo mis tiempos. Cada una tiene sus necesidades personales. Si no, ¿dónde queda la libertad individual? Vamos, Josep es majo. El otro día sin más me tuve que ir de mi habitación del hotel porque se pusieron a fumar maria. ¡Claro que saben que soy alérgica al humo! Pero habían montado una fiesta allí, a espaldas de Josep, que a fin de cuentas es el que paga el hotel. Pues eso, se lo conté sin más, y de la misma fue a echarles una bronca. Yo se lo agradezco; pero entiendo que si yo no fuese yo sino ellos, no me dejaría abroncar. Cada uno hace lo que quiere. O si no, ¿por qué los políticos pueden hacer cosas mucho peores y encima presumir de ello o incluso son premiados y nosotros, los de abajo, siempre disculpándonos? Por cierto, al final de la bronca, para limar asperezas ya les dije que no pasaba nada, que lo entendía… ¡Ah, bueno! ¿Que qué voy a hacer yo? Bueno, si Tini encuentra algo en Google, que ella seguro que mira… tendré que solidarizarme con ellos, ¿no? No voy a ser tan tonta de quedarme sola sin cobrar.
– Josep, perdona -dice Manolo en tercera llamada telefónica-, te llamo para decirte que estamos equivocados, que no solo no ha tocado en nuestro bar, pues aunque somos de la Asociación de Bares del Barrio cada uno lleva sus números, así la gente visita todos los bares de la zona con la disculpa de comprar lotería, sino tampoco en ninguno de los números acabados en 8 que teníamos y creíamos. Ya lo siento, pero al menos no te quedes con mal cuerpo con eso de que cogiste el número equivocado. Ya sabes; los malditos periodistas de la televisión que no saben cómo subir el ratio de audiencia dando medias verdades que al final son grandes mentiras.
Como por magia, ¿o ahora se dice como por mensaje viral?, apenas ha colgado, Josep ha comenzado a recibir llamadas de toda la Compañía. Extraño. Realmente extraño. Casi nunca lo hacen.
– Entonces, nada de nada, ¿verdad? -comienza Mireia sin decir hola ni buenos días – ¡Menos mal que no te pagamos! Si no ahora estaríamos económicamente en menos 5. ¡Feliz Navidad, Josep! -y cuelga riendo sin esperar respuesta alguna. Ya ha cumplido.
-Mira que ya había mirado en Abogados qué ocurriría al barista cuando te da el número equivocado y no el que tú has pedido… Bueno, Josep, ¡Feliz Navidad!
– ¡Feliz Navidad, Josep! Yo alucino en las cosas que pueden pasar con la Lotería. Ah, mañana no puedo ensayar, que me encuentro mal.
– OK. Buscaré a otra persona para la próxima actuación…
– ¡No, no busques! ¡No te preocupes!Yo me recupero en 24 horas -pero su mente está escribiendo un whatsapp a las 12:01 de la noche en el que escribe a una amiga virtual: “Yo es que alucino.”
¿Y Roger?
– ¡Josep! Te voy a decir la verdad: Si no nos llega a tocar por tu equívoco te mato. Si no nos llega a tocar por culpa del barista le quemo el bar. ¡Hasta estoy pensando en denunciar al Sistema Nacional de Loterías y al chico que cantó el número acabado en 8 por no seguir las reglas de mi pulsión, que nunca me falla! Venga, ánimo, que volvemos al tajo, que a esta Compañía no la mata ni la Lotería de Navidad.
– Gracias -contesta escuetamente Josep.
Pero en su fuero interno Josep se queda pensando:
– Todo esto que me ha ocurrido es un mensaje cifrado -mira detenidamente al cielo azul, a pesar de tanta borrasca cerebral-. ¿Qué es lo que me está diciendo la Vida que tengo que aprender?
Llama a Granada desde Canaletes.
– Josep -es Manolo, el del bar, con quien ha cogido cierta sintonía, o empatía, esa que a veces se da sin saber por qué entre humanos-, me alegro que me llames. Te voy a contar una historia, y esto que te voy a contar sí que es Lotería de la buena y no lo vuestro, lo que te ha ocurrido, vamos… ¡De la que te puedes librar en la vida por no coger, y para que no cojas, el número premiado, te lo juro!
Media hora más tarde en ambos auriculares de ambos teléfonos se escucha, esta vez dicho con el corazón y como si fuese una canción de amistad:
¡Feliz Navidad!