Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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Cuento de Navidad

Por Charles Martickens

El fantasma de las Navidades pasadas:

Tiempos difíciles, de crisis del sistema, de guerras inacabadas o interminables, de geo-estrategias futuras… ¡Ah! ¿Pero esto no es la historia de la humanidad?

Políticas globales, organizaciones internacionales, gestiones e intereses nacionales, locales… ¡Ah! ¿Pero los mandatarios no trabajan únicamente para el bien común?

¿El presente será el pasado?

El fantasma de las Navidades presentes

Abrumado, he tomado la decisión de aportar mi pequeño granito de arena –”Nihil humanum alienum est mihi”- como simple profesor de castellano en la Fundación Ignacio Ellacuría (cómo he llegado aquí es otra historia). Con el comienzo de la guerra en Ucrania necesitaban gente. estaban desbordados. Yo no sabía a dónde iba.

Oficialmente he tenido más de 17 alumnos. Normalmente no superan la asistencia unos 13, por distintos motivos. Principalmente ucranianas (incluimos dos hombres), pero también alguna rusa y algún bieloruso, una saharawi y tres marroquíes.

– Buen cocktail -me ha dicho más de un amigo con ironía, o tal vez con sarcasmo.

-¡Excelente cosecha! -he contestado.

Comenzamos de “0” o casi “0”. Nivel A-1. Como siempre -defecto profesional – les pregunto quiénes son, de dónde vienen… Me olvido de decirles mi nombre; a fin de cuentas, ellos intuyen que soy “el profe”.

La mayoría han huido de la guerra en Jarkov. Nuestra última guerra aún no ha muerto después de 83 años. Han venido con la maleta vacía, y el corazón a punto de estallar por una explosión de sentimientos. A más de uno se le romperá, si es que todos no lo traen ya roto.

¿Qué se les puede dar? ¿Qué les puedo ofrecer? ¿De qué sirve que se les dé lo que no necesitaban antes de llegar aquí hace escasamente unas semanas, unos meses?

Dos días a la semana, dos horas cada día. A eso lo llaman compromiso. A eso lo llaman solidaridad. Prefiero no opinar. Opinar es solo expresar una medio verdad, siempre limitada por nuestras capacidades o incapacidades personales; a menudo interesadas. De eso saben mucho los políticos, los nuestros, y los otros.

En el centro me han aconsejado que aprendan principalmente a hablar, a comunicarse oralmente. Han olvidado  sugerirme que no se olviden de reír, que la risa es la mejor medicina contra el dolor; que no se olviden de olvidar su tragedia al menos durante dos horas, que olvidar no siempre es malo, y a veces es relajante e inteligente, especialmente cuando nos han hecho daño, mucho daño. Todo lo demás me lo han enseñado ellos, mis nuevos alumnos.

-¡Nadia! -grito y voy hacia ella a darle un abrazo, dos días a la semana.

Ella me habla en ucraniano, me da los buenos días, me dice que está bien, que se alegra de verme, y que sus nietos Dmitrov y Roman,  también están bien, en la escuela.

Luego suele llegar Nikolay. Es él quien viene  a abrazarme, me estrecha con unas manos grandes y recias, me mira a los ojos, me saluda. Nikolay es nuestro hombre polilingue: sabe ucraniano y ruso, 20 frases en castellano, 10 palabras en inglés, 5 en francés y ya 3 en euskera. Ronda los 60. ¿Qué más se le puede pedir? ¡Ah! Y con su mujer cuida de diez niños.

Natasha penetra tu pensamiento cuando te mira, porque siempre mira a los ojos. Es rusa y queda en medio de los ucranianos, como un lago. Todos ellos sienten sus aguas calmas. Es un lago gratificante.

-Siempre preguntas a Natasha -me recrimina Nikolay, como si estuviéramos en la escuela. Todos ríen.

– Una cosa -interrumpo los falsos celos-, yo os doy clase. Vosotros, ¿qué me vais a dar para pagarme? Nada es gratis en este mundo.

Mykola se ofrece a ser mi entrenador personal; Tatiana me oferta clases de danza y coreografía; Liudmila se compromete a enseñarme trucos para cuidar un bello jardín y del adecuado cultivo de árboles frutales; Khalil-1 (Khalil-2 nos dirá adiós a la francesa) francés o corte y confección debajo del puente donde habita; y Malika me promete clases de árabe en un universo de color; Denis cree que necesito más conocimientos de gestión de empresas, Anastasia me propone abrir un negocio de moda o un nuevo museo en la ciudad. ¿Y Liubov? Intuye que unos cursos para trabajar on-line no me vendrían mal.

Pasan los días y podríamos decir que la ONU (donde, por cierto, nadie tiene derecho a veto) reside entre nosotros,  que la Asociación World Citizens -en inglés crea menos prejuicios locales – es una realidad, y que el espíritu erásmico europeo y universal no necesita de explicación alguna.

Un día hacemos una etapa del Camino de Santiago del Norte, gracias a la intervención de una empleada del Gobierno Vasco -¡Gracias Amaia!

-Iremos junto con hospitaleros, voluntarios de…, un tal P. Txarli, Julio,un periodista que parece la reencarnación de Roberto Herrscher o tal vez Ryszard Kapuściński… y varios presos.

Sorpresa, curiosidad, y numerosas preguntas…

Alto de Itziar, y Deba, un paisaje sobrecogedor para ellos y una Historia singular de nuestro pasado, una experiencia multilingüe, multi-étnica, multi-generacional, y el sentimiento común de peregrinar para ver, para reflexionar, para aprender que no sabiendo qué esperar o no esperando nada se recibe mucho más…

“Mis” dos Hannas, Hanna S., mi profesora de yoga, y Hanna M., mi artista loca creadora de belleza en todo lo que toca, y Nadía, que se ha empeñado en que yo aprenda ucraniano pues su edad no le permite aprender mucho castellano, han ido a ver “La vía láctea”, de la Cia. de Teatro “El Cau de L’Unicorn”, teatro negro, música, luz y color para embellecer el mundo.

¿Y cómo no visitar nuestro barco insignia, Museo Guggenheim, y hacer de ello la mejor clase de arte preguntando por el Qué, quién, cuál, cómo, donde, cuándo y por qué? Belleza y desconcierto. En las esculturas de Serra han olvidado que son  adultos y se han comportado con el espacio, la luz y el sonido, las sensaciones y la búsqueda de olores como niños. Un vigilante nos ha estado observando sin terminar de entender la edad de las sorpresas.

Hoy he llegado a clase como siempre. Como siempre he revisado el material del libro para adaptarlo a mi realidad circundante. También he colocado todas los interrogativos en la pizarra digital para hacer las preguntas sobre el Museo.. Previamente, Teresa Villar, mi jefa -algo que a ella no le gusta que le llamen y que a mí me encanta -, una mujer que sabe mirar y que sabe escuchar, me ha ayudado en el uso del móvil aplicado a la pantalla digital.

Las 9:20: ha aparecido…

-¡Buenos días, Nadia! -y sus 60 años me han abrazado.

Luego ha aparecido Ayla, la saharawi, grande, impresionante como una torre en la montaña, con quien me he abrazado virtualmente.

Han dado las nueve y media. Han pasado cinco, diez, quince minutos…

-Bueno, chicas -he dicho-, la sorpresa de hoy es que no viene nadie.

Y he comenzado la lección.

Pero apenas he empezado a hablar, un desafinado coro emocionado de ruidos y risas ha interrumpido cantando:

-¡Cumpleaños feliz!

Y ahí estaban todas y todos, Nikolay con los globos, Natasha con la tarta de mil velas y las letras alumbrando “Feliz cumpleaños, Carlos”, Tatiana con una bolsa con el regalo de su hija Karina, Liudmila con los zumos, y más tarde Anastasia, y Teresa, que no se pierde nada, sonríe escondida asomando la cabeza con una sonrisa capaz de abrir puertas.

-¿Qué he hecho, Señor, para merecer esto?

Pero no se equivoquen. No es oración religiosa ni plagio cinematográfico. Es una pregunta poética. Porque la pregunta -¿Qué he hecho para merecer esto?- es correcta:

Lo primero que he abierto ha sido algo envuelto en papel navideño que podría ser un libro.

-¿Te gusta Fiódor Dostoyevski? -me han preguntado todos con la mirada encendida.

-¡Mi autor favorito a mis quince años!

-¿Has leído “El jugador”?

¿Cómo decirles que más que lector yo soy jugador.? Me he pasado toda la vida jugando, en el colegio, con mis amigos y mis adolescentes -soy de Secundaria -, con mis hijos y con todo el que se pone a mano. Incluso no pude evitar jugar al escribir “El juego infinito”.

-¿Tan mala fama tengo para que tu hija Karina me regale entre los txutxes un pequeño Jack Daniels? -finjo llorar de incomprensión.

Y cuando entre tanto regalito he sacado, tamaño llavero, la unión de la ikurriña y la bandera ucraniana, alguien me ha dicho:

El fantasma de las Navidades futuras

-Haz la señal de la victoria, Carlos, como la hacemos en Ucrania -y me han colocado los dedos correctamente. Y no he podido evitar el gesticular victorioso riéndome ante un enemigo invisible con  las 100 caras de las 100 emociones diferentes que podemos expresar los humanos.

Hemos reído de cosas de las que no es políticamente correcto contar ni describir, por si nos lee quien no debe o hay personas sensibles a la risa. Varias veces he necesitado respirar: por la sorpresa, por la imagen de su desfile cantando siguiendo la ruta de la tarta encendida, por cada uno de los abrazos, por sus miradas, por la satisfacción y orgullo de ser uno todos juntos, ucranianos, rusos, bielorusos, marroquíes, saharawis, una vasca de Bilbao, Ana, mi excelente compañera de clase, María nuestra erásmica profesora y un castellano de Burgos.

-¡Qué coño -o qué cojones – están haciendo los políticos de este mundo! -he pensado, pero no les he dicho, aunque también les enseño palabras inadecuadas, no crean. Y no me he sentido orgulloso de mí.

¡Me he sentido orgullo de ellos, que sufriendo me regalan su alegría y el placer del reconocimiento, que teniendo poco me dan todo, que perdidos en lenguas ajenas hablan el mejor idioma, el del entendimiento entre diferentes!

Luego -Fiódor Dostoyevski es testigo – han firmado la dedicatoria.

Finalmente, con los ojos cerrados me la han leído en ucraniano, en ruso, en bieloruso, en marroquí, en inglés, en castellano y en árabe. He necesitado respirar y he respirado.

El último en salir ha repetido.

-Agur eta Zorionak, Carlos!