Por Juan Carlos Pérez Álvarez, Xabier Grandío Araujo y Jesús de la Cruz Oliva.
La trágica DANA que asoló a la Comunidad Valenciana el día 29 de octubre, con su rastro de destrucción y muerte (223 hasta el momento) ha mostrado lo mejor y lo peor del ser humano y nos ha proporcionado varios aprendizajes de interés.
El primer y principal aprendizaje que no podemos obviar es que la sociedad civil responde cuando percibe un peligro colectivo. Los miles de voluntarios y la solidaridad que llegó del resto del Estado, pero también de países vecinos, son la prueba de que, ante una tragedia de tal magnitud, existe un sentido del altruismo. Y eso, en tiempos en los que parece que cada vez vivimos más lejos emocionalmente, aunque estemos hiperconectados, no es baladí.
El segundo aprendizaje es que se pueden hacer las cosas bien, regular, mal y muy mal. Y tenemos que coincidir en que, ante esta crisis, nadie ha estado a la altura en la Comunidad Valenciana. No lo estuvo la Confederación Hidrográfica del Júcar durante más de 10 años al no actuar para realizar canalizaciones en el Barranco del Poyo, a pesar de que estas estaban proyectadas desde 2007 y que distintos grupos políticos valencianos las reclamaban con frecuencia en el Parlamento; no lo estuvo, por supuesto, el President Carlos Mazón, que actuó tarde y mal, resistiéndose a pedir la ayuda que necesitaba cuando era consciente de la falta de medios; no lo estuvo tampoco el Estado, actuando de forma cicatera y por puro cálculo político sin tomar el mando de la situación cuando era evidente la falta de gestión de la Generalitat. En estas ocasiones, el factor personal de los dirigentes políticos cuenta, y mucho. Es trabajo del debate político y de los tribunales determinar los grados de responsabilidad.
Y el tercer aprendizaje que nos deja la DANA es que las tragedias y desastres siempre son terreno abonado para que los demagogos, a izquierda y derecha, centrífugos y centrípetos, lancen sus discursos. Es cierto que la Generalitat Valenciana carece de una policía integral que habría ayudado mucho en un primer momento, como también lo es que en las riadas de 1983 de Euskadi a Karlos Garaikoetxea se le dio el mando sobre una Policía y Guardia Civil que, formalmente, no estaban bajo su competencia. Aunque haya cuestiones estructurales, la voluntad política cuenta también. Quizás sea el momento de replantearse si se tiene que acercar más la administración al ciudadano, incluyendo las políticas de orden público, pero de una forma sosegada y estudiando los casos de una forma objetiva, sin apasionamientos y teniendo siempre la perspectiva de una mejora colectiva.
En definitiva, a medida que limpiamos los escombros de la DANA, también es momento de arrojar la luz ante los principales interrogantes para que esto no se vuelva a repetir: ¿qué hacer? ¿cómo hacerlo? ¿cúando hacerlo? No podemos evitar que haya DANAS, pero sí que estas tengan efectos tan mortíferos. Es nuestro deber reclamarlo como ciudadanos.