José Manuel Alonso López
Estas Navidades hemos vivido o mal vivido por culpa de la pandemia del Covi’19 extendida por todos los rincones, y sólo estamos pendientes de unos Reyes Magos que cada vez traen menos regalos porque se adelanta ya definitivamente la juguetería de Papa Noel, y lo importante es ahora prescindir de cuanto recuerde el cristianismo, y por eso, en muchos casos, ya no se felicita la Navidad sino que se desean “felices días” o “felices fiestas” (…) En suma, estos días pasados hemos vivido sin vivir una nochebuena y otra nochevieja como unas de las peores noches de nuestra vida, debido a la prudencia, y lo que es peor: al vacío, por las ausencia de algunos de los familiares y/o amigos confinados o ya desaparecidos, como ha sido el de muchas familias en todo el mundo.
En mi caso, como supongo que en el de muchos otras personas, las pasadas noches las dedicamos a cenar poco, sí, porque se come mucho sólo cuando se comparte y se es feliz, y a ocupar el tiempo en ver la televisión en el caso de la nochebuena (de buena, nada) y no los programas estúpidos de músicas y bromas pasadas, programas insoportables, o ver alguna película demasiado vista, y por eso preferimos seguir y escuchar, a través de un par de emisoras de la pequeña pantalla, las palabras de tres grandes personajes: el Papa, el rey Felipe VI y Juan José Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal, que habló en nombre de los obispos españoles…
Vimos y oímos a esos personajes tan carismáticos, al menos para los que somos creyentes en el caso de los religiosos y receptivos en el caso del rey… En primer lugar, seguimos la misa oficiada por el Papa desde el Vaticano, y posteriormente escuchamos las palabras del santo padre con motivo de la nochebuena… Dada la situación del mundo, no solo por la extensión de la pandemia sino por otras muchas situaciones, dramas y dictaduras políticas con persecución a los cristianos, esperábamos unas palabras del Santo Padre que fueran, eso, santas, o que al menos, con el recuerdo del nacimiento de Jesús y el nuevo año complicado del mundo católico, y del grave descenso de vocaciones religiosas, diera ánimos (no ya soluciones imposibles) a los que los necesitan, y pidiera a Jesús, en la celebración de su nacimiento en Belén, que concluya esta pasión diaria de la pandemia… Pero lo que más nos sorprendió fue el hecho de repetir incansablemente el sentido de “pequeñez” por el recién nacido y hacerlo en un escenario como es el Vaticano repleto de esplendor y grandeza por todas las esquinas…
Menos mal que en las palabras de la misa del día 25, con la bendición urbi et orbi, cambió y mejoró el discurso y pidió no olvidar a los más necesitados y puso mucho énfasis en la pandemia y en los conflictos en que vive el mundo. Palabras estas que sintetizaba Antonio Pelayo, corresponsal de Antena 3 en el Vaticano: “El Papa lamenta la pandemia, ha puesto a prueba las relaciones sociales porque refuerzan la tendencia a cerrarse o renunciar a salir o a colaborar, y así corremos el riesgo de no escuchar los gritos de dolor y de desesperación de muchos”. Además, el Papa ha denunciado algo tan estúpido como incoherente, “que la pandemia ha difundido aún más la violencia contra las mujeres”, y ha pedido algo tan razonable de que “las vacunas lleguen a los países más pobres” (…) Y eso sí, ha sabido concluir con acierto citando entre otros dramas los diez años de guerra en Siria, con miles de víctimas y refugiados, y la gravísima situación de Afganistán, donde más de medio millón de personas han sido desplazadas tan solo en el 2021; y recordó a Etiopía, en plena guerra civil; y a los duros enfrentamientos de Vietnam del Sur…
El Papa concluyó con lo que nos afecta a todos: “Nos hemos acostumbrado a que enormes tragedias pasen a nuestro lado en silencio y corremos el riesgo de oír los gritos de dolor y desesperación de nuestros hermanos y hermanas” (…) Y en la posterior homilía del nuevo año 2022, el Obispo de Roma ha sido aún más explicito con la violencia contra las mujeres, sólo contra las mujeres, porque “atacar a una mujer es ultrajar a Dios” (…) Ante esa afirmación, me pregunto: ¿y no lo es el atacar a un hombre?… Y fue más sorprendente aún, cuando señaló que “la pobreza del pesebre es una hermosa noticia para todos, especialmente para los marginados, para los rechazados, para quienes no cuentan para el mundo” (…) ¡Sin comentarios!
Posteriormente a las palabras del Papa Francisco, vimos y oímos las del rey Felipe VI, con su octavo mensaje desde que sucedió en el trono a su padre Juan Carlos I. Precisamente, la máxima atención de la opinión pública española estaba en saber si, en esas palabras, había o no una referencia al rey emérito (?) y su posible regreso a residir en España. Pero en toda la intervención de Felipe VI (alrededor de un minuto menos que en otras anteriores) se centró desde el principio en la pandemia y en la Palma, y no citó a su padre. Tampoco nos enseñó nada sobre la situación que vivimos en nuestra democracia y en el futuro de desastre económico que nos espera.
La verdad es que yo (este articulista) nunca fui un entusiasta de la monarquía, más bien al contrario, pero la que tenemos actualmente la acepto encantado porque pienso lo que sería este nuestro país-estado en una república… ¡Basta con repasar la historia! (…)
El rey, en su intervención, pidió mantener el esfuerzo colectivo y la prudencia ante la sexta ola pandémica: “Debemos seguir teniendo cuidado, protegernos y actuar con la mayor responsabilidad individual y colectiva. Todos tenemos que hacer lo posible para no dar pasos atrás en esta crisis sanitaria que tanto sufrimiento ha causado” (…) El rey también destacó la Constitución, de la que afirmó que “ha sido y es la viga maestra que ha favorecido nuestro progreso, la que ha sostenido nuestra convivencia democrática frente a las crisis serias y graves de distinta naturaleza”. Y en cuanto a la responsabilidad personal y la de quienes mandan, afirmó: “Debemos estar en el lugar que constitucionalmente nos corresponde, asumir cada uno las obligaciones que tenemos encomendadas, y respetar y cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral” (…) Un mensaje en el que el rey ha pedido consenso político y social para garantizar una mayor estabilidad. Y no concretó ni especificó mucho más destacable, como suele ocurrir en estas intervenciones… A este mensaje navideño hubo comentarios: la derecha española y el PSOE a favor; la izquierda en contra, y el representante del PNV comentó: “Parece que ha puesto deberes a todo el mundo y él pasa de puntillas” (…)
En cuanto al arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Juan José Omella, en nombre de los obispos españoles, esperábamos nos diera algunos datos muy preocupantes de la situación de la Iglesia que el representaba, y no citó nada más que vacías palabras sin el menor compromiso… Se refirió, eso sí, al tiempo “de profunda oscuridad que viven de manera acentuada muchos hermanos y hermanas y que no es ajeno a Dios” (…) Y añadió: “quiero dirigirme especialmente a todos aquellos que viven en la oscuridad y en la intemperie, a aquellas personas que están sufriendo por diversas circunstancias: por motivos personales, por problemas de salud, por no tener trabajo, por la pérdida de un ser querido, por las consecuencias de las inclemencias de la naturaleza, como la erupción del volcán Cumbre Vieja, y las inundaciones por la crecida del río Ebro… Y por otras muchas circunstancias que alteran nuestra vida y nos desalientan”
Y continuó con palabras un tanto sobradas: “No nos asuste el escenario oscuro que nos toca vivir. Asustémonos, eso sí, de ser incapaces de ver o acoger esa Luz que viene de lo alto… ¿Por qué somos incapaces de ver la Luz de Dios que brilla en medio de las tinieblas? Porque nos dejamos dominar por las preocupaciones, las angustias y los miedos, hasta el punto de no poder mirar más allá de nosotros mismos, de quedar herméticos a la esperanza que viene de Dios (…) Sucede esto cuando vivimos acomodados, aparentemente seguros, dispersos por multitud de distracciones que nos deshumanizan, incapaces de salir a la intemperie para acompañar a los que viven en ella” (…) Todas esas palabras no merecen ningún comentario.
Tanto el cardenal arzobispo de Barcelona como lo hizo anteriormente Felipe VI, concluyeron sus intervenciones deseando felicidades en diversos idiomas: ¡Feliz Navidad!, Eguberri on!, Bon Nadal!, Goyosa Nabidá! (…)
Colas del hambre para el reparto solidario y diario de alimentos
Decepcionados por las intervenciones hasta avanzada la noche y siguiendo atentos a la televisión, tuvimos la suerte de que apareció en una de las cadenas una monjita que, como muchas otras, dirige y controla una sociedad de voluntarios que dan acogida a miles de personas (hay más de 40.000 sin hogar en España) y consiguen alimentos para muchas otras miles (hay más de cinco millones y medio en paro), monjita que mostró con sencillez y en pocas palabras su agradecimiento a cuantos colaboran en esta acción diaria en ese y en otros muchos lugares: ciudades y pueblos repartiendo vida y felicidad…
Esa acción y esas palabras fueron lo mejor (lo más solidario) de cuanto vimos y vivimos la nochebuena (?), y de la que nos retiramos con la esperanza en el futuro nuevo año 2022, sin la puñetera y mortal pandemia, tan insólitamente creada (?) y extendida para reducir la población del mundo… Confiemos en su final y en un año 2022 repleto de felicidad, tal y como escribía el siempre admirado Miguel de Cervantes, con el que aprendí a leer y al que desde chaval he ido escribiendo un libro de más de 150 sonetos, titulado: “Don Quijote en sonetos” y que espero concluir en este año nuevo. Por ello, he recogido esa reproducción de la sabiduría transmitida por el hidalgo manchego, con la firme esperanza de que se cumpla: