Por Julen Rekondo.
Conforme pasa cada día nos damos cuenta de los efectos y los daños que están ocasionando las terribles inundaciones que han asolado sobre todo a Valencia pero también a otras zonas, y la enorme solidaridad desplegada en muchos lugares con los miles y miles de afectados.
Lo primero es solidarizarse con el dolor de todas las víctimas; luego analizar a fondo lo sucedido para que no vuelva a repetirse. Ha habido tres grandes problemas: el contexto de cambio climático, una planificación urbanística desastrosa e irracional, y una funesta gestión de la catástrofe.
El Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático de la ONU (IPCC), advertía en 2021 que el Mediterráneo es una zona de alto riesgo por temperaturas y precipitaciones extremas. Es un mar que arde, que ha elevado su temperatura en 2ºC respecto a los últimos veinte años, alcanzando los 30º C el pasado verano. Su gran calentamiento es una bomba de relojería que seguirá estallando con la misma peligrosidad. Es algo que no se puede ignorar, porque hacerlo implica graves consecuencias. El negacionismo climático mata. La ciencia se basa en estudios y evidencias, por eso hay que hacer caso a la comunidad científica.
Lo que ha ocurrido en el País Valencià es un ejemplo de lo que no hay que hacer. Se ha actuado mal y a destiempo. Se desmanteló la Unidad de Emergencias Valenciana en noviembre de 2023, por el gobierno del PP de la Generalitat. Hubo una irresponsable tardanza de los responsables políticos con los sistemas de alerta y emergencia a la población. A las 7:31 horas del 29 de octubre, AEMET avisaba de «peligro extremo» por la DANA. Pero la alerta a la población general no llegó hasta las 20:12 horas, cuando ya había zonas con el agua al cuello. Muchas empresas obligaron a los trabajadores a permanecer en sus puestos de trabajo con riesgo para su vida.
Pero siguiendo con las causas es obligado referirse a la ocupación de zonas inundables por viviendas e infraestructuras, donde se come terreno a los ríos, y donde todavía se construye en esas zonas. Se suele hablar de desastres naturales, de inundaciones catastróficas e imprevisibles, cuando de lo que hay que hablar es de construcciones catastróficas. Si se ocupan los dominios de los ríos o del mar, tarde o temprano, serán ocupadas por las aguas. Las crecidas son fenómenos naturales previsibles.
Las inundaciones no podrán evitarse del todo, a no ser que no llueva, pero siempre se puede reducir sus efectos con la ordenación del territorio, asignación de usos del suelo compatibles con las inundaciones y con apoyo en sistemas de prevención y alerta hidrológica.
Las obras de defensa frente a inundaciones, como las que también hemos conocido en Euskadi, en muchos casos han agravado los daños por inundaciones. Dragados, diques y encauzamientos, lo que hacen es aumentar la exposición al riesgo, una mayor ocupación de zonas inundables, y aumentan la velocidad del agua y su capacidad de destrucción aguas abajo.
Hemos oído en repetidas ocasiones, y estos días también, al igual que en Euskadi cuando se producen inundaciones, que hay “que limpiar los ríos”. Limpiar es eliminar lo que está sucio, por lo que en este caso este verbo debería restringirse a eliminar la basura (residuos de procedencia humana) que pueda haber en los ríos.
Pero cuando se pide «limpiar un río», no se pretende liberarlo de basuras, sino eliminar sedimentos, vegetación viva y madera muerta, es decir, elementos naturales del propio río. Se demanda, en definitiva, agrandar la sección del cauce y reducir su rugosidad para que el agua circule en mayor volumen sin desbordarse y a mayor velocidad. Este es uno de los objetivos de la ingeniería tradicional, y se basa en una visión del río muy primaria y obsoleta, simplemente como conducto y como enemigo, en absoluto se contempla como el sistema natural diverso y complejo que realmente es”.
Técnicamente, por tanto, «limpiar» es intentar aumentar la sección de desagüe y suavizar sus paredes o perímetro mojado, es decir, dragar y arrancar la vegetación. Y para ello se destruye el cauce, porque se modifica su morfología construida por el propio río, se rompe el equilibrio hidromorfológico longitudinal, transversal y vertical, se eliminan sedimentos, que constituyen un elemento clave del ecosistema fluvial, se elimina vegetación viva, que está ejerciendo unas funciones de regulación en el funcionamiento del río, se extrae madera muerta, que también tiene una función fundamental en los procesos geomorfológicos y ecológicos, y se aniquilan muchos seres vivos, directamente o al destruir sus hábitats. En definitiva, el río sufre un daño enorme, denunciable de acuerdo con diferentes directivas europeas y la legislación de aquí.
Adaptarse y mitigar no es opcional. Hay que actuar con sistemas de alerta cada vez más precisos, y analizar su efectividad en los tiempos actuales de emergencia climática en los que estamos. Hay que recuperar la permeabilidad del suelo con Sistemas de Drenaje Urbano Sostenible, que abarcan un amplio muestrario de medidas como son las soluciones basadas en la naturaleza, con incremento de las superficies vegetadas, humedales artificiales y jardines de lluvia, con el fin de eliminar la escorrentía superficial y minimizar los daños en zonas urbanas. Hay que abordar una regulación urbanística y de las infraestructuras adecuada, con una cartografía de zonas de inundación que prohíba construir en ellas. Desarrollar un modelo agrícola adaptado, una política de reforestación masiva de las montañas y riberas, renaturalizando los ríos….
En los últimos años ya se viene avanzando en Euskadi en esta materia, aunque todavía hay mucho que hacer. Un ejemplo de esto que digo, se expuso en una interesante Jornada organizada en Bilbao el pasado 26 de octubre por la Sociedad Pública de Gestión Ambiental Ihobe, dependiente del Gobierno vasco, y en la que se presentaron veinte proyectos, entre los que destacaría el proyecto de Bakio, sin desmerecer al resto, ni mucho menos, donde se recrea una marisma y un bosque inundable en torno al río Estepona para disminuir el riesgo de crecidas, en vez de elevar el volumen edificatorio en algunas parcelas aún libres.
Finalmente, no existe una cultura de la gestión del riesgo, como se ha comprobado en la Comunicad Valenciana. Es más necesaria que nunca educar y concienciar a la sociedad en la gestión de la incertidumbre y del riesgo. Solo una sociedad bien informada estará preparada para abordar situaciones de emergencia.
Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente