Por Cristina Maruri.
Este es el título que abre una reflexión que no me aborda en una tarde lluviosa, nostálgica o con regusto a “depre”. Muy al contrario, el domingo ha sido luminoso y predominantemente placentero. Una jornada lúdica de paseo descalza sobre playa dorada y chapuzón en aguas tan frías como cristalinas.
Pero he sentido la necesidad de poner blanco sobre negro aquello que, más que observar, confirmo día tras día en la sociedad que me rodea y que avanza en muchos aspectos, pero que en este que me inquieta, entiendo retrocede.
Vivimos muy rápido, demasiado, y aunque tengamos la fortuna de no ser bombardeados con armas de guerra, al menos de momento, lo somos por otro tipo de bombas. Las de la presión que ejercen nuestras preocupaciones económicas, laborales, familiares… Todo un compendio de lucha y penalidades, generador de agobios y ansiedades, que oscurecen nuestro cielo, como los pájaros en la película del genio Hitchcock.
Poco tiempo nos queda pues para la distracción, que es más una necesidad que un dispendio. Pero más allá no vamos. No consta en nuestra agenda, reservas para la reflexión o el pensamiento crítico.
Y no es nuestra culpa, al no poder contar con más arena en el reloj, ni neuronas sin saturar, para utilizar en esas otras capacidades elevadas del ser humano. Por eso discriminamos con criterios de “lo fácil e inmediato”. Por eso creo que, en su consecuencia, nos estamos convirtiendo, inconsciente e irremediablemente, en gargantúas.
Devoradores de cuanto se nos cuenta o proyecta. Deglutiendo sin saborear ni masticar. Oídos y ojos que son meras puertas de entrada, pero que no filtran. Lamentablemente perdemos conocimiento, porque, aunque absorbemos como esponjas, ya difícilmente discernimos un vino de un vinagre.
El filtrado, el decantado, requieren de su maña y de su tiempo, y este último es rara avis, una medida finita y muy escasa, como los alimentos para millones en este planeta.
No soy halagüeña en cuanto a encontrar solución a lo que considero un problema de relevancia: el humano ovinizado, pero ponerlo de manifiesto ya es un avance.
Tiro la piedra esperando sus ondas, y en la cima de la montaña, busco el eco.