Como tantas veces me sucede, combato el mal tiempo, y lo digo sentido literal, pues está cayendo una tromba de esas de aúpa, no solo con buena cara como dice el refrán, sino con este lienzo electrónico, que me permite volcar mis reflexiones aprovechando al máximo el momento.
Porque de eso trato en este sábado estival, de lo rápidos que suelen pasar, y de lo anónimos que se nos van.
Me los imagino llorosos y frustrados, porque de tan ocupados como estamos, en visionar un ilusionado incluso idealizado futuro, o un nostálgico y arraigado pasado, con mucha inconsciencia; los ignoramos.
Granos de arena del reloj, que vacíos a montones los dejamos marchar, suponiendo que antes o después, será mejor, más apetitosa, nuestra vida. Sin caer en la cuenta, de que vida, realmente vida, es la del ahora.
Cada respiración, es un lujazo. No solo una oportunidad, sino una concesión, que en forma de privilegio caduco se nos otorga.
Dotarla de contenido, estrujarla como las naranjas en el exprimidor, es un acto de madurez y de economía. Porque segura estoy, que siempre existe algo en ese instante, poco o mucho, que merece la pena. Algo con lo que disfrutar, evadirnos, reflexionar, crecer, mejorar. Algo que justificaría la pugna, por no dejarlo correr sin más. Por tratar de retenerlo hasta darle color, música y hasta nombre.
A menudo miro el reloj, que se va cansando de verter arena. No son ilimitados los granos, e indefectiblemente, llegará un día o más certeramente una noche (porque en ella todo se apagará y enfriará), en la que ya no quedará ninguno.
¿Por qué entonces, no empezamos presurosos, a festejarlos todos?
Cristina Maruri