Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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GEOPOLÍTICA DEL IDEALISMO

Por Héctor Herranz

Comienzo así mi pequeño grano en estas arenas movedizas para tratar de inducir a todo aquel que se aprecie y desee un sentimiento de optimismo frente al excesivo uso de la palabra distópico que oigo, oigo y más que oigo, pero no me detengo a escuchar.

Dice el diccionario de la Real Academia Española por distopía que es la “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”.

Pero no crean que es porque niego la evidencia, sino porque todo escenario en la vida puede elegirse ver como uno decida, no por autoengaño, sino por elección de la disposición de ánimo.

Si llueve, uno puede llevar paraguas o dejarse empapar por el agua que cae mientras baila a lo Gene Kelly, pero, aunque las gotas se desparramen por aceras y calzadas de igual manera, una sonrisa y un corazón contento siempre llaman al sol reluciente, pues después de cada tempestad, llega la calma, como ya escribiera Verdi en su gran despertar.

Desde que el Sr. Trump llegara a la Casa Blanca, los peores miedos de la Humanidad y las fobias más adversas parecen haber salido de las alcantarillas como cucarachas, pues vivíamos un punto de inflexión en el que se apuntaba sobremanera hacia la sostenibilidad y la concientización de una sociedad más equilibrada.

De repente, los analistas de todas las especies ponen el grito en el cielo y se barruntan todas las hipótesis catastrofistas porque parece que no sabemos vivir sin drama, cuando, en realidad, todos los individuos deseamos una paz y armonía constante, sin olvidar la alegría, que alcanzamos en según qué momentos y con quién.

No seré yo quien critique lo que acontece, pero, mucho menos, lo defienda, pues vivo la vida en Mar Neutro, como un jabón entre dos islas con dos náufragos que han tomado demasiado el sol y ahora necesitan quitarse el salitre de encima.

La Sra. Harris es santa de mi devoción y el Sr. Trump es santo de la devoción de aquellos que han pensado que el mundo puede seguir un camino de zarzas sin que les afecte. Tras la campaña contra Rusia, guerras, gas y nitrógeno aparte, el Sr. Trump tiene pensado sentarse con el Sr. Putin para ver cómo colonizar el planeta que todavía no han comprado desde China, sabiendo bien que China es propietaria hasta de los caramelos que se come la nieta de su vecino.

Otro drama. El “malo” de la película rusa, heredero de zares y zarinas, se sienta con el “malo” de la película estadounidense. Una guerra fría que calma su sed para vender un teatro caliente que ponga más firmes a los guerreros de Terracota.

Y yo me pregunto: “¿Por qué no le preguntan a China? Quizá le han preguntado y no sabe o no contesta. Quizá no se fía después de trescientos años de americanismo obligado. Yo tampoco lo haría, pero sí me sentaría, y lo haría para escuchar. Tal vez China no pretenda apropiarse del planeta, sino meramente sobrevivir. O vivir, ya que es un derecho y no un privilegio.

Lo que sí tengo claro es que el chiste que cuenta que si todos los chinos dieran un salto podrían sacar al planeta del eje es ya de todo menos un chiste. Antes el tío Sam se reía y ahora se va a Moscú con el diccionario cirílico bajo el brazo. Parece que le traería más a cuenta aprender mandarín que seguir luciendo palmito en avión privado a costa de los sueldos de los que le han votado (y los que no).