Porque hemos de acompañar nuestras vidas, también de sonrisas, de cierto descanso.
De un fluir, como las esporas que vuelan tras ser sopladas con fuerza e ilusión por los niños.
Demasiados túneles de oscuro e interminable final. Demasiados estruendos y chillidos, carreras, hambre, mugre, polvo y destrucción. Locuras repetidas que penetran en nuestra piel y aliento, que nos producen vómito, que nos encogen y enferman.
Hemos de empatizar con quienes a todas luces nos necesitan, pero al mismo tiempo hemos de procurar sobrevivir.
Y en estos días en los que la estrategia del mal y el miedo ganan casi todas las guerras, cada uno, una y une, hemos de alzarnos, aunque, abrirnos paso entre la rocosa y estéril tierra del mundo, sea tarea harto ardua. Pero debemos renacer y llegar a florecer, tender hacia el sol, rivalizar con él.
Porque somos primavera: luz, cascada, brisa y hierba. En el ser humano hay dones, como ramilletes de amarillo fluorescente, se desparraman en estas fechas por los campos. Infatigable e inconscientemente.
No sucumbamos al horror, despleguemos colorido, como las colas de los altivos pavos reales o los arcoíris que refrescan también la vista, tras lluvias caprichosas e intensas.
Hablar de primavera es empoderar la bondad y la capacidad de amar, de hacer magia y convertir revertiendo. Ser quienes somos y acometer logros que mejoren y nos alcen, que a todos salven.
Poner en la picota de cualquier árbol; olivo, castaño, o nogal, el respeto y la tolerancia, la libertad, la igualdad, pero también hemos de reservar hojas y ramas; praderas, para nuestro derecho inalienable e ineludible, de ser felices. (Cristina Maruri)