Pronunciarlo es casi un trabalenguas, pero aproximarse a esta cuestión desde un ángulo jocoso o trivial, no supone a mi entender acierto.
Su calado va mucho más allá y se codea con otros grandes retos de nuestra civilización en el momento en el que se encuentra, tales como la sostenibilidad. Sin embargo, no apreciamos su dimensión y mucho menos su repercusión, aunque como tantas otras cuestiones, su abordaje llegará pronto y no será un acto de voluntad sino de necesidad. Vivimos en la sociedad del desperdicio, y lo afirma esta viajera empedernida que ha recorrido muchos lugares del planeta en el que todo se aprovecha y recicla varias veces, dado que cuando se carece de hasta lo imprescindible, cualquier posesión/propiedad se considera un tesoro.
Pero nuestra inconsciencia derrochadora es tal que no la limitamos a recursos naturales y materiales, sino que la extendemos a ámbitos del conocimiento, la experiencia, la creatividad, la genialidad.
En una sociedad en la perseguimos inclusión, léase movilidad, diversidad… establecemos acérrima discriminación en función de las edades. Sentenciamos “que si los jóvenes no saben, que si los viejos no entienden. “Topicazos”, que a menudo esconden nuestros propios egoísmos e inseguridades. Los factores económicos, en empresas y corporaciones, también nutren este despilfarro. Pero hemos de caer en la cuenta de que todo cambia y lo hace muy rápido. Y con una esperanza de vida alargada como los rayos de sol en un atardecer, los llamados viejos de antes son los madurit@s de hoy y probablemente serán jóvenes en un mañana.
No caemos en la cuenta, de que el secreto de la supervivencia de nuestra especie es la adaptación, y que estamos programados para ello. Por tanto, las descalificaciones generales por cuestión de edad, basándonos en prejuicios, modas, miedos o intereses; vacuo valor tiene. Máxime, cuando si damos una oportunidad al individuo o individua, este nos demuestra que nos encontramos equivocados.
Me reitero en que una sociedad inteligente, es aquella que aprovecha y valoriza todos sus recursos, naturales, materiales y humanos, y en esta gran cuestión de edadismo, se necesita un gran pacto. La involucración de todos los agentes, porque requiere de un cambio de mentalidad y eso no se logra de la noche a la mañana, con fuegos artificiales cuya pólvora se difumina en momentos.
Integremos en nuestra agenda este nuevo reto y abandonemos ese camino fácil que nos lleva a una nueva fragmentación. Extraigamos el haber de cada ser humano para situarlo en el lugar que corresponde y que no es otro, que el que más le enriquece y como sociedad más nos aporta.
No desechemos nada, no desterremos a nadie.