Por Mikel Pulgarín, Periodista y Consultor de Comunicación.
Atentos a la contraseña. Cuando veáis que, en las pantallas de vuestros televisores, ordenadores, tabletas o móviles -que el terminal no hace al monje-, aparecen rostros sonrientes, morenos y relajados, manos que muestran atractivos frasquitos que contienen maravillosas píldoras, y voces de tono melodioso que recomiendan su uso y abuso, prometiendo recuperar la vitalidad y la fortaleza consumidas por la astenia primaveral, entonces, sólo entonces, sabréis con certeza que el verano ha llegado.
No os fieis de los números el calendario, ni de los calores agobiantes, ni de las retenciones kilométricas en las autovías recién reinauguradas, ni tan siquiera de los “cuerpos danone” que comienzan a ser exhibidos en las calles. Esas señales no dejan de ser pistas falsas que, al igual que vienen, se van. Los movimientos de masas, como los cambios de ciclo y los acontecimientos que exigen que millones de personas reaccionen de la misma manera, necesitan de contraseñas, de esos pequeños despertadores que, sin ser conscientes, todos llevamos en nuestros cerebros, y que, por cierto, nada tienen que ver con la famosa implantación de chips que la paranoia global atribuye a Bill Gates.
Recurramos a la casuística. Haced un pequeño esfuerzo y dejad volar vuestra imaginación hacia los escenarios a los que os voy a conducir. ¡Gracias amable público, no esperaba menos de ustedes! Situaos en un 22 de diciembre, paseando por la Gran Vía de cualquier ciudad. ¿Estaríais dispuestos a asegurar que ha llegado la Navidad si, por una jugada del azar, a los señores de El Corte Inglés -o del gran almacén correspondiente- se les olvidara iluminar las fachadas, o a los de la Lotería Nacional despertar a los niños del Colegio de San Ildefonso? ¿Nos visitarían los idus de marzo si, por segunda vez, a los responsables de El Corte Inglés (este establecimiento es digno de un tratado de sociología) se les traspapelara anunciar lo de “ya es primavera”? ¿Realmente estaríamos en Semana Santa si la televisión de turno no programara “La túnica sagrada” o “Ben Hur”? ¿Qué habría sido de millones de parejas y de unidades familiares si la radio o la televisión no les hubiera recordado machaconamente la proximidad de los días de San Valentín, de la Madre, del Padre…?
Esas son las contraseñas a las que antes me refería. Tienen muy poco, o casi nada, que ver con las de la Naturaleza. El frío y el calor, el sol o la lluvia, las hojas en los árboles o en la tierra, los campos verdes o áridos, cada vez indican menos. Nuestros cachorros están perdiendo el sentido de la orientación que acompañó a sus progenitores durante generaciones. Ahora saben que un día comienza porque en la televisión programan dibujos animados, que la tarde está cayendo porque los protagonistas de la serie de moda hacen su aparición en la pequeña pantalla del móvil, que el sábado está en su apogeo porque toca hamburguesa o pizza en el Burger más próximo o que el fin de curso se acerca por los anuncios de bicicletas, patinetes y otros utensilios que han visto en el centro comercial de turno.
Los códigos por los que se estructuran las señales, signos y símbolos que tanto estudió Umberto Ecco (antes, por supuesto, de que descubriera las posibilidades de forrarse el riñón escribiendo novelas sobre abadías y rosas), empiezan a estar caducos. Han sido sustituidos por otros, más subliminales, que han penetrado nuestra corteza y arraigado con fuerza en su interior. Aún se desconoce cómo actúan y por qué son tan potentes. Pero todos sabemos que estamos sujetos a ellos, aunque nos resistamos a reconocerlo.
Dentro de poco desfilarán por los múltiples formatos de pantalla trajes de baño de los colores más variopintos, bronceadores milagrosos, depiladoras más potentes que las máquinas de cortar césped, anticelulíticos fulminantes, helados que nunca se derriten y viajes de ensoñación. Entonces el verano estará en su apogeo. Pero antes nos darán una ración extra de vitaminas, justo las necesarias para llegar en buen estado a las mieles que nos esperan, y las suficientes para no desertar en el último tramo. Volverán los rostros morenos y sonrientes, manos curtidas nos mostrarán envases acristalados que guardan píldoras multicolores. Voces aterciopeladas nos anunciarán la derrota de la astenia primaveral y el triunfo de la vitalidad y de la alegría de vivir. Entonces el verano habrá llegado. Atentos a la contraseña.