Por Cristina Maruri
Supongo que un titular así puede connotar al lector con África. Con sabanas infinitas, animales salvajes, toda la gama de amarillos, y millares de ñus cruzando el río en busca de pastos.
Una imagen que ansían los turistas, que también en cantidades ingentes se trasladan a estos exóticos parajes todos los años y por estas fechas, para asistir a un espectáculo de gran belleza, aunque no carente de crueldad.
Sin embargo, mis letras van en otra dirección, en la del Mediterráneo. En la de los territorios y asentamientos que soportan, no ya solamente la pobreza extrema, sino temperaturas que se elevan constante e irremediablemente y que en menos tiempo del que pensamos, van a hacer imposible la vida de los seres humanos.
No soy catastrofista, ni única en este pensamiento sobre el movimiento migratorio que se avecina, y que no será de pateras conteniendo decenas o centenares de personas que arriesgan su vida, para asegurarla. Sino que, habrán de hacerlo ciudades enteras, incluso países.
¿Quién soporta temperaturas de más de sesenta o setenta grados Celsius; quién puede vivir sin agua?
Es preocupante tanto el aumento de temperaturas en la ribera más sureña y pobre del arco Mediterráneo, como el abandono de núcleos poblacionales por falta del líquido elemento, a lo largo y ancho de la historia.
¿Tan poco hemos aprendido que no hemos aprendido nada?
Ni a cuidar el agua, ni a prevenir incendios, ni a aprovecharnos de la situación idílica de nuestro territorio, en que el literalmente nos podemos beber el mar, previo a su pasar por una desaladora.
No prevemos, nos adocenamos y solo enfocamos hacia la esfera pequeña, cercana y en casos amarronada, de nuestro ombligo. Nos volvemos insensibles a un campo que se grieta, a miles de animales que escuálidos se sacrifican, al crepitar de árboles y al llorar de tanta naturaleza y vida, que es arrasada por el estival fuego.
Pero seguimos consumiendo recursos que no tenemos, mientras nuestros gobernantes se preocupan por cambiar sillas por sillones, votos por millones; en lugar de embalsar, canalizar, regar; dar de beber…
Creo en el ser humano, en su capacidad de discernir, de emprender y de resolver; de administrar con juicio y aplicando valores. Pero en algunas ocasiones, temo por una vista ciega, un corazón endurecido, una piel sin tacto, unas piernas sin paso, un sonido sin oído; en definitiva, una vida sin mayor sentido, que barriga llena y abultado bolsillo.