Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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LA LIBERTAD DEL CORAZÓN

Por Héctor Herranz

Esta noche he tenido un sueño que me ha proporcionado tal sensación de bienestar que la tranquilidad que amenizaba mi pecho parecía que dispusiera de un corazón nuevo. Se dice que el corazón manda más que el cerebro y que es el artífice de todos nuestros anhelos reflejados en este mundo material, habiendo un verdadero abismo entre los continuos deseos que surgen de la mente y la voluntad subyacente de este nuestro maravilloso órgano del amor.

Por esta regla tan hermosa, porque estoy seguro de que no hay corazones que deseen algo destructivo, el mío desea fugarse por tierras silvestres, repletas de verdes praderas y con caballos salvajes, que galopan libres fundiéndose con la tenue luz de un atardecer.

Reconozco que me ha costado levantarme, no por sueño, sino porque disfrutaba a más no poder de la sensación de amor que anidaba en mi pecho -la cual conservo todavía en este momento mientras escribo y que no sé cuánto durará-, pero que me impulsa a escribir estas letras para asegurar con total certeza que el Amor, escrito con mayúscula, existe y que, en este instante, yo estoy sintiéndolo. Podría ser mi amor por los caballos o meramente por la naturaleza, pero ni siquiera cuando estoy rodeado de ello, he logrado sentir esa sensación tan placentera. Cosas del subconsciente. Quizá me está diciendo “cómprate un caballo, ve a una granja, disfruta del aire fresco” si lo tomo literalmente, pero, en el centro de ese corazón, que comparte una sintonía plena con mi centro de gravedad cero, lo más probable es que me esté diciendo que soy libre y que goce de la libertad, porque, como la mayoría de los seres humanos, no me doy cuenta de que la libertad va conmigo.

Y esto es algo que deseo para todos los seres humanos: la libertad en sí misma, pero, especialmente, que nos demos cuenta de que la tenemos y que nos pasamos el día corriendo detrás de algo que cambia de forma constante con tal de fijar un destino al que acudir, mientras ignoramos que el presente es el único lugar que vivimos plenamente, si es que decidimos vivirlo y no perdernos en la marea del pensamiento.

¿Dónde vamos corriendo? Muchos se ponen delante del plato y, cuando han terminado, se dan cuenta de que han estado tan centrados en lo que tenían que hacer después que no recuerdan los sabores o la textura y, en definitiva, el jugo que nos proporciona la amalgama de nuestros sentidos más básicos. Se nos fue la vida y no la vivimos.

Pero, ¿dónde vamos con tanta prisa? Donde tenemos que llegar ya hemos llegado. No vamos a poder ir más allá de lo que nosotros mismos hemos establecido. Porque el destino existe. Algunos dirán que no creen. No seré yo quien entre a jugar a los opuestos: “que sí, que no, que caiga un chaparrón…” El destino existe y ya nos ha alcanzado. Porque el destino es hoy. Y es solo hoy cuando tenemos todo a nuestro alcance y no lo vemos.

Miremos más allá, miremos al Amor que se siente cuando uno se siente y se sabe libre como un caballo salvaje. Miremos al Hoy con mayúscula y salgamos de la ecuación del ayer y del mañana, que nos tiene en vilo en un significativo sentimiento de preocupación que nada bueno trae y solo alcanza a no darnos cuenta ni de lo que hemos desayunado. Miremos más dentro sin dejar de mirar fuera, pero, sobre todo, empecemos por mirar, porque lo peor que podemos ofrecernos es una venda en los ojos, y quitarla, aunque cueste, es como alcanzar el néctar divino que se derrame por

todas partes, concretamente, por ese corazón que da saltos en el pecho y que lo único que anhela en todos los seres humanos es paz y bienestar. Lo dijo alguien, no sé quién, un tal Einstein, pero, con la ciencia bajo el brazo, aseveró: “El amor es luz que ilumina a quien la da y a quien la recibe. El amor es gravedad porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El amor es poder porque multiplica lo mejor que tenemos y permite que la Humanidad no se extinga en su ciego egoísmo”.

Incluso Putin, muchos años antes de que asolara lo que no tenía que asolar y, por increíble que parezca la afirmación, llegó a expresar ante un medio de comunicación que el amor era la energía primordial. Después falló la coherencia, pero justos y pecadores comparten escena en el mismo libreto.

En definitiva, amemos más, temamos menos, corramos cero y vivamos nuestras elecciones como si no hubiera un mañana que conquistar, porque Magallanes ya pasó por el globo y, posiblemente, incluso él, que navegaba con rumbo imparable, iba provisto de diligencia.

Nos lo dijo Georgia O’Keeffe: “La mayor parte de la gente en la ciudad corre tanto, que no tiene tiempo de mirar flores. Quiero que las miren, lo quieran o no”. Nada más lejos de imponerse, sino de apelar al sentido común de detenerse un poco y respirar para así poder reflexionar y, quizá, percatarnos de la genuinidad que nos rodea, dentro y fuera.