Asistimos estupefactos a un carnaval, de la incertidumbre y el esnobismo. A una espiral de restregar por los suelos ética y verdad. Todo fluctúa, todo cuenta y es utilizable, en la balanza del poder, gloria o vil metal. Y condicionados y embebidos como estamos en este mundo cada vez más irreal, no escatimamos en abusar, porque al parecer no existen límites para continuar engrosando dicha espiral.
Pero como dirían nuestras abuelas, estamos empezando la casa de la felicidad por el tejado, un tejado que, por cierto, no tiene más que goteras, asimilándose a un queso gruyere con pizarra de sinrazón, y nos olivamos de lo importante, lo realmente trascendente: de sus cimientos.
No tenemos más que detenernos un poco, que por otro lado parece más que una necesidad un privilegio, en estos tiempos de paupérrima contemplación, y contar en vez de ovejas, el número de cuentos y el de pesadillas, contar lágrimas y contar nuestras sonrisas. Sentir el latir de un corazón henchido o por el contrario congestionado, mirar la imagen en un espejo, por siempre nublado.
Vestirnos y perfumarnos, mientras se rae y decolora nuestra alma, porque ilusión, esperanza, motivación, equilibrio, sensibilidad, caridad, empatía, simpatía, cordialidad, amabilidad, las gemas del tesoro en el cofre de la humanidad; han sido capturadas por los crueles piratas del horror y el mal.
Y no es solo rima o pareado, tinta sobre un papel mojado, sino es el universo que se quiebra desquiciado, porque con los parámetros equivocados, no logra colocar piedra sobre piedra.
Por eso persisten las plagas que avergüenzan al ser humano. Plagas históricas, no erradicadas. Y no lo sea por falta de medios, sino por intención, por pretensión, por carencia de motivos. Hambre guerra y discriminación. Los tres vértices de esa pirámide que invertida ascendemos, pero que en realidad no nos lleva hacia la luz sino al pozo del tenebrismo. Porque la equivocación y el error cuando los envenenan conciencias retorcidas, no obtienen otro resultado, no alcanzan diferente destino.
Supongo que somos muchos, muchísimos, los que, aunando fuerza, podríamos revertir el sentido, por no decir sinsentido de los pasos, de las piedras de esta pirámide, que nos condena a todos, a toda la especie. Pero, sin embargo, no lo hacemos.
Por miedo, dejadez, continuismo, por no meternos en líos. Pero en esto no seamos ensoñadores niños, y aceptemos y anticipemos el buscado final, que no será otro que una Roma prendida, bajo una lira despótica y desafinada.
No hay casa sin cimientos que perdure, y aunque lo neguemos, como un Pedro tricobarde, cualquier viento en todos los tiempos, se llevará nuestra enclenque y vacua pirámide. No resistiremos, en polvo nos corvertiremos.
Cristina Maruri