Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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LA POSIBLE BALADA DE PELLO IRUJO OLLO EN SAN CRISTÓBAL,MONTE EZKABA

Por Arantzazu Ametzaga Iribarren- Bibliotecaria y escritora

Para un hombre tan joven, estrenando la segunda década de su juventud, con apetencia de vivir  libre bajo el sol, con derecho a la felicidad, se hicieron interminables aquellos mas de dos mil días enclaustrado en el Fuerte San Cristóbal. Penosos resultaban por la privación  de libertad y fatales condiciones alimentarias y sanitaria, aún más por la condena de muerte que pesaba sobre su cabeza.  Suponía el día a día de esa espera angustiosa del final de la noche en que con un poco de esperanza y un mucho de terror, atendía a la llamada de los carceleros, quienes lista en mano, dictaban los nombres de los que se iban a fusilar al salir el sol.

Así lo iba contando Pello Irujo Ollo pasados treinta y cinco años a su regreso a la tierra madre, a su Ama Lur, rememorando la existencia de aquellos otros años en que sufrió penuria y temor certero a ser fusilado… sofocando la rebeldía de las ansias vitales de su cuerpo y de su mente que buscaban correr por el campo libre de las fas faldas del monte Ezkaba. Que igual de hermosas resultaban en invierno con su manto de nieve como en verano con su alfombra e hierba.

Se hacen eternas las noches, cortos los amaneces, infinitos los minutos  esperando el requerimiento mañanero de los carceleros  y sintiendo después el alivio de no ser exigido para el fusilamiento. Pero quedaba el alma corroída por la amargura de la muerte de los  compañeros, el verlos en derrotada fila trajinando por el pasillo que los conducía al paredón de la muerte.  Aquellos abrazos de despedida, el amargo saber que su muerte producía… un desatino más del vencedor en aquella guerra que iniciaron  para demoler una república y levantar un estado que tenia ribetes de historias pasadas.  Otras vez ejército contra el pueblo. Imposición doctrinal contra la libre exposición de ideas.

Pello Irujo Ollo nacido en Lizarra en 1910, ultimo hijo de Daniel Irujo Urra, abogado defensor de Sabino Arana, y de Aniana  Ollo, y se preguntaba, tras las rejas de hierro del del Fuerte San Cristóbal porque se le negaba la libertad de pensar y se le imponía la muerte. Porqué se le negaba el derecho  de expresar su razonamiento, más aún, el de escucharle. Él trabajaba de forma pacifica por sus creencias en la libertad de su pueblo, en los derechos sociales del mismo. Había incluso arriesgado su vida por salvar de la muerte al obispo Ramóin Gandasegi, partidario del bando rebelde, cruzando aquella frontera que imponía su bando entre unos y otros.

Las ideas de cada hombre o mujer deben ser respetadas, combatidas con el verbo, expuestas y dispuestas a todo contraataque, pero​nadie en este mundo posee la verdadera razón de las cosas. Nacemos desvalidos, nos criamos vacilantes, nos desarrollamos con intermitentes avances y retrocesos, logramos la madurez tras largas pautas de incertidumbre.

Pello Irujo Ollo nació en una Lizarra que fue carlista y perdió su guerra. En una familia que fue carlista y evoluciono hacia un nacionalismo democrático. No querían a nadie en el paredón de fusilamiento, querían a todos en la el congreso del acercamiento. Nadie podía ser tu enemigo porque pensara distinto, pero debía existir la disposición de la concordia sobre la fatalidad del adoctrinamiento.

Largas fueron las noches y los días del recluso Pello Irujo Ollo en el Fuerte San Cristóbal. Cada hora y sus cuartos le llegaban daos por las campanadas de las iglesias de la cercana Iruña, advirtiendo el avance inexorable del tiempo. De la juventud que se le iba entre rejas a la vejez que le llegaba si no era llamado al fusilamiento matutino. Se tapaba los oídos, rodillas en tierra, para no escuchar el lamento final de los hombres entre la de descarga del pelotón y el tiro de gracia, que cercenaba sus vidas por la osadía de haber soñado otra vida para su país.

Pello Irujo Ollo habia estudiado Derecho pero en aquellas horas interminables de su juventud extinta y en espera de su muerte, decidió que si conocía la liberación final, se haría periodista. Comunicaría su verdad con decisión, la expondría al juicio público, la haría valedera para un mejor porvenir mejor para la Humanidad en general, para su pequeño país en particular.

Su pecado era ser Irujo, así lo afirmaron en el juicio militar que le condenó a muerte. Los Irujos querían la restitución de la soberanía de su pueblo arrasada por fuerzas militares hacía un siglo inmediato, y casi quinientos desde la conquista del reino de Nabrra. Y de aún antes por la posesión, también militar, por parte del reino de de Castilla, de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Que querían una reunión de los pueblos vascos de una vertiente a la otra del Pirineo, el Zazpoak Bat. tal como se estableció en el principio de los tiempos.

El joven Irujo tenia la convicción de las leyes del reino de Nabarra eran buenas para la felicidad pública, que debía aplicarse su sabia administración en los tiempos modernos. Sin fronteras fortificadas ni avances militares. Ni reyes o mandatarios alucinados declarando la guerra a su modo y convivencia. Ni decidiendo en nombre de Dios la voluntad y sobre todo la existencia de los pueblos. Mas valía recordar al monte Ezkaba con su ermita de San Cristóbal, patrón de los caminantes, que este fuerte militar construido  tras la la Guerra de los Cinco años, la de sus abuelos, que servía de vigilancia y prisión y represión y muerte.

Que el tufo de los cuerpos mal enterrados en las acequias no hacia bueno el lugar. El santo cristiano no podía proteger a nadie desde su ermita, ni guiar sus pasos, y así fue con aquella multitud de presos desesperados que se echó al monte y fueron perseguidos con saña, apresados y finalmente fusilados.  Reos de muerte por intentar salvar la vida, por ser humano pensante y no súbdito sumiso.

Un hombre o una mujer no debe vivir con miedo. Ni sumiso. Ni sometido. Ni portando el arma agobiante de la venganza o del oprobio. Debe ventilar sus ideales, trabajarlos con esmero, hacer de la palabra  el motor de la vida. Saber que somos iguales por ser humanos y que todos juntos valemos mas que cualquier mandatario, y cada uno de nosotros, valía tanto como el. Era la vieja formula de coronación de los reyes de Nabarra en la catedral de Iruña, y ojalá se hubiera aplicado en aquella guerra y aquella guarnicion de San Cristóbal.

Pello Irujo Ollo aceptaba con dolor que los guardianes del nuevo estado habían torcido su vida, arrancado de su pueblo natal, separado de familiares y amigos, sentenciado por la fuerza de las armas que sustentaba el poder. Que si lograba salir vivo de aquella prisión, tenía que recomenzar su vida y posiblemente lejos de lo conocido. Rogaba al Señor, porque era creyente, que nunca más se repitiera su martirio en otro hijo de Dios, pero su oración quedó indeterminada en el inmenso caos que le siguió con la guerra mundial que asolo al mundo, y las que se sucedieron. Y se siguen sucediendo. Aunque si en verdad sus verdugos intentaron malograr su existencia, Pello Irujo Ollo venció porque prevaleció su esperanza en un mundo mejor donde el verbo pudiera expresar su verdad, confirmar su creencia, valorar su humanidad.