Por Cristina Maruri
Calentamos motores. Es la primavera, la cantidad de horas de luz, las flores y el verde rabioso de los árboles. Es la sangre alterada y la necesidad, que ya acosa. Por eso en nuestras pantallas sustituimos cuadros de Excel por compañías aéreas, y plataformas de alojamientos y alquiler de vehículos. Se nos hace la boca agua pensando en esa playita tostándonos al sol, o en una caminata sin más compañía que el trinar de pájaros. En una tierra lejana por descubrir o una cercana, en la que degustar en torno a una mesa con amigos.
Sueños para hacer realidad, aunque en un rasgo intrínsecamente humano, estemos pensando en los nuestros. Solo y solamente en nuestros sueños.
Y es que reconociendo que es muy difícil lanzar la mirada más allá del ombligo, porque en los tiempos que corren la cuesta arriba de la vida está harto empinada; las vacaciones significan también el sueño de muchos otros.
Es cierto que, en el mundo creado injusto y desigual, existen necesidades por todas partes y en cada rincón, pero no es menos cierto, que el nivel de gravedad de esas necesidades es bien diferente y las posibilidades de cubrirlas también. Porque hay muchos lugares y millones de seres humanos, que solo tienen una oportunidad y una esperanza: la que nosotros les ofrezcamos; la mano que les tendamos.
No hay puertas para llamar, por ejemplo, en una África en la que un plato de arroz cada dos días, o un vasito de agua es un todo un privilegio. En la que aldeas enteras esperan en arcén el pasar de una furgoneta para pedir ayuda. Cualquier tipo de ayuda.
Todo es bien recibido cuando se carece de todo y por muy poco que sea lo que aportemos, es tan sumamente agradecido; que a menudo estremece.
Por eso nunca dudemos en dejar espacio en nuestra maleta, para un vestidito que a nuestros hijos se les ha quedado pequeño, o una camiseta de deporte de la que se han aburrido. Chancletas para sus pies descalzos, bolígrafos que jamás podrán comprar y una gran bolsa de chuches para repartir.
Por eso reservemos también tiempo de nuestro itinerario para visitar alguna ONG o proyecto solidario. Adquirir souvenirs, que a menudo significan su alimento. Acercarnos a auténticos héroes y heroínas (no los que seguimos en Instagram) y que son quienes renuncian a sus propias vidas, para que vivan las de los demás.
Para finalizar y aunque pueda parecer extraño, cuando vuelves de tu viaje, recuerdas muchas cosas, pero la que te llena el alma y que jamás olvidarás, es la sonrisa de ese niño y el brillar de sus ojitos, cuando le regalaste aquel caramelo.