Por Mª Isabel Luque Muñoz
A los/as periodistas vasco/as con afecto y compromiso con la Memoria Histórica.
Pisó dos siglos.
Los abarcó con su aliento
y desparramó
sobre ellos vida y fuerza.
Como esa tierra fértil
que el labrador exprime
Hasta el último surco
Para obtener cosecha.
Mi abuela
parió seis hijos
como seis soles,
que vinieron al mundo
con seis bocas
cargadas de tristeza.
Mi abuela
amamantaba, cosía,
doblaba su espalda
sobre la pila de piedra,
planchaba, guisaba
en la vieja
hornilla de leña.
Mi abuela
contaba los jornales
del hombre de casa.
Contaba los platos
de legumbres,
contaba los panes
en la alacena,
contaba los días…
¡Juan, no nos llega!
Mi abuela
quedo sola, la muerte
se llevó a Juan
los jornales,
los platos,
los panes,
los días…
Mi abuela
con seis hijos
como seis soles,
seis ausencias,
seis bocas negras
de hambre.
Y estalló la guerra.
Mi abuela
sola, desolada,
sin nada,
solo seis necesidades
imperiosas,
seis futuros rotos
entre las bombas
y el alba.
Mi abuela
traspaso caminos
de exilio, polvorientos
y halló su casa,
cobijo de soldados,
tapiada por la hierba,
puertas arrancadas,
ventanas abiertas
sin nada
que guardar
tras los muros de tierra.
Mi abuela
nunca fue a la escuela.
No era importante.
No fue miliciana
ni enfermera.
No estuvo en el frente
ni en las trincheras.
Vida anónima,
sí,
mi abuela.