Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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Mortales           

Por Mikel Pulgarín, periodista y consultor de comunicación

Mediodía en el desierto de Arizona. Agazapado en los bajos de una carreta, Burt Lancaster se protege de los rigores de un sol de justicia, al tiempo que esquiva con más pena que gloria las balas de un grupo de indios apaches, reducido, pero tanto o más molesto que el “astro rey”. Junto al legendario acróbata, convertido por la magia del celuloide en explorador de caballería, comparten refugio una mujer a la que las vejaciones indias han dejado más para allá que para acá, y un veterano sargento al que un proyectil le acaba de destrozar el pecho. Este último mira a la cámara y con gesto resignado interroga: “¿qué día es hoy?”; “miércoles”, le responden; “¡miércoles!, nunca pensé que ocurriría en miércoles”, asevera con un hilo de voz antes de expirar. Retumba un disparo y Lancaster compone una mueca de dolor. Un primer plano acerca el rostro moribundo y sorprendido del ganador en mil batallas, que con mirada perdida espeta: “¡miércoles!”.

Muchos años después de que la realidad, y no la ficción, siga recreando escenas como aquellas, existen miles de maneras de fenecer, cada cual más imaginativa e impredecible, pero persisten los mismos siete días para que el acontecimiento se produzca. Hemos ganado en cantidad, pero no en frecuencia.

Ahora, al igual que entonces, eludimos pensar en la muerte y en sus accesorios. Quizás porque ahora, incluso más que entonces, sigue siendo tabú, políticamente incorrecto, hacerlo. Lo que conocemos por Civilización o Cultura teme la desbandada general, y el consiguiente descenso de productividad, si al personal le da por gastar las energías reservadas al trabajo en ejercitar la imaginación sobre las vicisitudes del paso al más allá. Ya avisaba la copla: “Cada vez que considero que me tengo que morir, tiendo la capa en el suelo y no me harto de dormir”. Y para evitar la somnolencia generalizada, que está reñida con el crecimiento del PIB y la libre circulación de capitales, la Humanidad ha ido depositando aluviones de sedimento, en forma de miedo y superstición, en el delta de la Vida.

Sin embargo, las prohibiciones también están para ser eludidas. Y esto lo saben muy bien el hombre y la mujer (que les pregunten a Adán y a Eva). Y así, algunos osaron y lograron disipar el vaho de las tinieblas. Y nacieron la Ciencia, la Filosofía, la Literatura o el Arte, trozos del Conocimiento que tienen como objeto fundamental hacer frente a la muerte, mirarla cara a cara y gritar: “no me asustas, no te tengo miedo”.

Más atrás, caminamos el resto de los mortales, temerosos, pero también deseosos de probar del fruto prohibido. De vez en cuando, por nuestras mentes pasan ráfagas de curiosidad. ¿Cómo será? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Qué habrá? Muchos piensan en el Cielo eterno, algunos en la Nada no menos eterna, y todos tenemos un segundo para los nuestros, para aquellos que se fueron y para los que quedarán. Sabemos que sólo en la mente de estos últimos, a través del recuerdo, seguiremos estando vivos, aunque sea por un instante. Un escalofrío nos recorre el espinazo. Raudos restablecemos el orden, el tabú. No en vano estamos en pleno Distrito Apache y las flechas silban por doquier. Memento mori, memento vivere. “Recuerda que eres mortal, acuérdate de vivir”.