Por Tono Álvarez Solís
Nada se sustrae a las leyes de la naturaleza. Son universales. Nacer, crecer, fructificar, decaer y morir. Desde las estrellas hasta nosotros es así. La creación política, actividad substancial del ser humano, se rige igualmente por dichas leyes. Occidente se encuentra en su fase final.
Otra ley: todo ente se resiste a su propia extinción. Hoy lo vemos en Argentina, con Miley haciendo política con una motosierra. Lo vemos aquí con Abascal proponiendo una España de señoritos, toreros y tonadilleras. Y lo vemos en EEUU con un trumpismo queriendo reeditar un país impolutamente ario, que nunca existió. El fascismo, último disfraz del capitalismo, se exhibe sin pudor. Pero el baile se está acabando.
Voltaire, Rousseau, Diderot, d’Alembert …, han sido substituidos por Amazon, el teléfono móvil y otros sistemas estupidizantes. La Ilustración es, hoy, alguna página en internet.
En sus buenos momentos, Occidente, era una forma de ver y de hacer las cosas. También de explicarlas. Poseíamos, aparentemente, la filosofía, la estética, la moral, y teníamos la patente de la democracia. Luego empezamos a exportar tan magnífica civilización a cañonazos, y el resto del mundo se lo tomó a mal. Desagradecidos.
Occidente se ha ido jibarizando. Por el camino, vestidos y oropeles han caído, y dejado al descubierto la esencia interna. Es el mundo de una raza blanca que se cree con derecho a todo.
Todo empieza a presentarse, en esta fase final, como una gran mentira. Capitalismo, humanismo y cristianismo, que teóricamente informan la civilización occidental, no funcionan ya en la forma que habían sido previstos.
Europa, donde empezó el invento, ha dado un traspié colosal. Intentar asaltar el supermercado ruso por la puerta trasera ucraniana, no ha salido bien. No se puede jugar de forma tan zafia con un país que tiene como deporte nacional el ajedrez. Ha sido el detonante y catalizador de un cambio mundial que se extiende a una velocidad inusitada. Más hacia el Este, la sombra de China lo va tapando todo.
Tras la guerra fría, internet tenía que ser el arma definitiva para conseguir un mundo americano. Pero ha sido exactamente al revés. Es un arma de doble filo.
El tercer mundo, ahora llamado sur global, más por acojone que por respeto, ya no permite que le hablemos de derechos humanos. Nos ven en la pantalla: pobreza creciente, fentanil y racismo, son la otra cara del sueño americano.
“American Way of Life”, ya no vende como antes. Hay otras opciones que valorar. Allí donde hay un alboroto, aparecen banderas rusas. La comunidad internacional ya no somos nosotros. Son ellos.
La realidad es liquida en todo cambio de paradigma. Las etiquetas definitorias pierden significado. Izquierdas o derechas son categorías que comienzan a estar obsoletas. Hay otras nuevas: los que trabajan y los que consumen, los que comen y los que no, los blancos y los otros, los que tienen materias primas y los que tienen billetes… Esta última categoría es interesante. El sur global ha caído en la cuenta de que los billetes no se comen. Estamos apañados.
Hagamos una consideración final: toda civilización que cae, es incapaz de aplicar medidas correctoras. Insistimos en trabajar menos, en una vida de eternas vacaciones, en viajar constantemente para no aprender nada, y en consumir desaforadamente lo que no necesitamos. La inteligencia artificial es una manifestación de nuestra estupidez natural.
Occidente empezó en Roma y acabará como Roma, en medio de una fiestaza de gladiadores y pan subvencionado. Panem et circenses. Fuera de las murallas, otro mundo está naciendo y no nos gustará un carajo. El parto será doloroso. Falta saber en qué grado.
Voltaire, Rousseau, Diderot, d’Alembert…, desde su paraíso, republicano por supuesto, deben rezar para que eso de la reencarnación no sea cierto.
Los niños chinos, que hoy se hacen fotos con el pato Donald en Disneylandia, se las harán con Felipe VI o Carlos III por el mismo precio.
Occidens delendus est