Por Teresa Aranguren vía Infolibre
A Pablo González le detuvieron en la ciudad polaca de Przemysl cerca de la frontera con Ucrania, cuatro días después de comenzar la invasión rusa de este país. Las autoridades polacas le acusan de espiar para Rusia y lleva en prisión preventiva desde hace ya más de cien días, la mayor parte de este tiempo incomunicado. Es periodista freelance con mucha experiencia en la zona y ha cubierto, entre otras, la guerra del Dombás, la región separatista de población mayoritariamente filo-rusa que sirvió de pretexto a Vladímir Putin para lanzar su invasión de Ucrania.
Pablo González tiene doble nacionalidad, española y rusa, porque es nieto de uno de aquellos niños que se llamaron “de la guerra”, hijos de republicanos españoles enviados a la Unión Soviética para escapar de la represión que se anunciaba tras la ya inevitable victoria del bando franquista en la guerra de España. Su perfil profesional viene marcado por esta circunstancia y es un tanto atípico, no hay mucho español que hable ruso y conozca por propia experiencia la sociedad rusa y en general el mundo eslavo. Pero mucho me temo que lo que debería representar un plus de preparación para un periodista a la hora de informar sobre esa zona del mundo, se haya convertido en un estigma que le señala con la marca de la sospecha sin más argumento que su biografía, sus vínculos familiares, sus conocimientos y hasta sus crónicas sobre la guerra del Dombás… En las guerras se dice que la primera víctima es la verdad, en realidad la primera víctima es la libertad de información y, como consecuencia de ello, la verdad.
Pablo González estaba con un grupo de colegas con los que iba a viajar a Ucrania cuando la policía polaca lo detuvo. Iba al escenario de la guerra, a contar lo que ocurre en la guerra y no me cabe duda de que era consciente del peligro que afrontaba porque las balas no esquivan a quien lleva una identificación de prensa, a veces incluso se dirigen hacia quien la lleva, y las bombas no discriminan entre civil y militar porque no hay nada más indiscriminado que un bombardeo; un reportero de guerra se supone que está preparado para afrontar esos riesgos, pero no para el clima de forzada uniformidad que se impone fuera del campo de batalla, cuando todo matiz es sospechoso, toda discrepancia indicio de traición y todo el que no encaja con el perfil esperado puede ser un enemigo. O peor, un espía.
Un periodista encarcelado cuando está ejerciendo su profesión no es una noticia que pueda pasar inadvertida, suele ser motivo de escándalo y protestas sobre todo si el periodista es occidental y ciudadano de un país miembro de la Unión Europea. Pero en el caso de Pablo González lo realmente escandaloso es el silencio, el escaso eco mediático que su detención ha provocado, la aceptación de su encarcelamiento como un efecto normal —¿daño colateral quizás?— de esta guerra. Y habría que hacer una pregunta quizás demasiado obvia, pero hay ocasiones en las que es necesario recordar lo obvio: ¿cuál hubiera sido la reacción mediática y diplomática si a Pablo González lo hubieran detenido los rusos? Es una pregunta retórica que no requiere respuesta porque sabemos muy bien la respuesta. Como sabemos que Polonia no es país con estándares democráticos aceptables sobre todo en el campo de la independencia judicial pero mejor hacer como que no pasa nada porque Polonia es miembro de la OTAN y además ahora, tras la invasión rusa de Ucrania, su papel en la Organización Atlántica se ha hecho crucial.
El oficio de periodista y el de espía son antagónicos, uno se mueve en el terreno de la difusión y lo público, el otro en el del secreto y lo clandestino, uno se expone ante el lector, el oyente, el espectador, el otro se camufla y esconde su identidad.
Pablo González es periodista y, como tal, busca contar lo que pasa, que básicamente consiste en contar lo que otros te cuentan y lo que a otros les pasa; es periodista y busca que la gente conozca lo que él ha conocido, que sus crónicas lleguen al mayor número de personas posible y que su nombre figure al final de esas crónicas. Pablo González es lo opuesto a alguien que se oculta y actúa en secreto pero lleva más de tres meses detenido en una cárcel de una ciudad polaca acusado de ser un espía que trabaja para los servicios de inteligencia rusos. Sin apenas contacto con la familia porque las autoridades polacas no les permiten llamadas telefónicas ni visitas, menos aún con amigos y colegas, Pablo González, periodista español, ciudadano de la Unión Europea, lleva más de tres meses inmerso en un proceso que parece extraído de un relato de Franz Kafka. Su trabajo y su vida han quedado en suspenso. Como la defensa de la libertad de prensa parece haber quedado en suspenso en Europa.