Por José Manuel Alonso
Foto 1: Parrado y Canessa con el arriero chileno que los encontró en el bosque, 23 de diciembre de 1972 y Foto 2: Parrado y Canessa en Bilbao con este periodista: junio de 1974
El pasado 10 de febrero se celebró en Valladolid la Gala de los Premios Goya de cine y la gran triunfadora fue la película “La sociedad de la nieve”, con doce premios de trece nominaciones, incluyendo el de la “Mejor película del año”, dirigida por Juan Antonio Bayona, que también recibió premio de mejor dirección… Probablemente, la película logrará otros premios ya que refleja con bastante exactitud lo que relataron los 16 supervivientes de la tragedia de los Andes, que duró 72 días en medio de la nada, con comida recortada de los compañeros muertos y con temperaturas gélidas y rodeados de nieve…
Precisamente esa película “La sociedad de la nieve”, lleva esa denominación por el hecho de que más del 95% de cuanto ocurre en la película es en la Cordillera de los Andes, rodeada de montañas y repleta de nieve, donde precisamente ha habido más de treinta accidentes de aviación, en los que, al parecer, nadie había sobrevivido hasta que lo hizo este reducido grupo de pasajeros que el 13 de octubre de 1972, viajaban en el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, que había partido de la ciudad argentina de Mendoza, con destino a Santiago de Chile. El avión no pudo ser controlado y se precipitó en los Andes. En él, viajaban, además de 5 tripulantes, 40 pasajeros: 19 jugadores del equipo de rugby Old Christians Club, sus amigos y sus familiares, con el fin de disputar la Copa de la Amistad en Santiago de Chile…
Este accidente fue bautizado como “La tragedia de los Andes”
Este desastre, conocido como “La tragedia de los Andes”, se produjo por las malas condiciones climatológicas y, sobre todo, debido a una lectura incorrecta de la navegación por parte de los pilotos… A cuatro mil metros de altura, el avión se partió y el fuselaje fue a parar a la mitad de una colina nevada, colina que los lejanos vecinos del lugar conocían como “El valle de lágrimas” (…) Trece personas murieron en la colisión y otras dieciséis fallecieron víctimas de las heridas y del frío, ya que llegaron a soportar temperaturas de hasta 40 grados bajo cero los 72 días que permanecieron aislado en los Andes… Veinticuatro horas después del accidente pudieron conocer, a través de la radio, que se había decidido suspender los trabajos de búsqueda del avión…
Transcurridos nueve días después del accidente y tras haber agotado los escasos alimentos que encontraron en lo que quedaba del avión y en el equipaje, los supervivientes, para mantenerse con vida, tomaron una decisión cuyo conocimiento conmocionó al mundo: comer carne de los fallecidos para mantenerse con vida…
Cuando el grupo de supervivientes, de 18 personas, llevaba 62 días entre la nieve, dos jóvenes, Fernando Parrado y Roberto Canessa, tomaron la decisión de abandonar el avión y caminar entre la nieve hasta encontrar un lugar habitado… Tardaron ocho días en encontrarlo, después de atravesar alrededor de 70 kilómetros en los Andes… Una vez salvados, Parrado afirmaba: “Lo importante era no perder la esperanza ni en las situaciones más difíciles” (…) Y añadía: “Una crisis como esta te enseña más que la Universidad de Harvard” (…)
El “milagro” nos lo contaron en Bilbao, dos años más tarde
Canessa con el periodista, en el hotel de Bilbao, e imagen del grupo en el accidentado avión
Probablemente, uno de los textos de mayor éxito publicados por este periodista, con fecha 10 de junio de 1974, en la sección “Tema vivo / Tema de Opinión” de “La Hoja del Lunes de Bilbao”, la de mayor tirada de España, fue el titulado: “Una victoria sobre la muerte”, con el subtítulo de “Setenta días en un traga-vidas” (…) Y de aquel insólito e histórico suceso, los dos principales protagonistas, Roberto Canessa y Fernando Parrado, los que salvaron a los demás catorce supervivientes, en su visita a Bilbao, coincidiendo con su desplazamiento por medio mundo, me dedicaron el libro titulado: “¡Viven! La tragedia de los Andes”, y me lo dedicaron con sus firmas y con estas palabras: “A José Manuel Alonso, que hizo la entrevista más entrañable y mejor preparada… Con nuestros mejores deseos” (…)
Escribía entonces: “Si tuviera que recordar y definir a los dos personajes, diría que Parrado, que perdió en el accidente a su madre, a su hermana y a su mejor amigo, e incluso en los primeros días después del accidente le dieron por muerto, se mostró muy frío y calculador; y Canessa pareció siempre más imaginativo y optimista, muy buen conversador, con solo dos años en la Facultad de Medicina, y fue el que hizo mejorar las condiciones de existencia dentro y fuera de la nave, incluso en la alimentación de la carne de los muertos”…
El tema merecía la pena, no solo por el suceso en sí, sino porque ese libro citado se estaba agotando en todas las librerías, y fue cuando esos dos protagonistas del hecho reflejado en el libro: Canessa y Parrado, llegaron a Bilbao, junio de 1974, y durante un par de días transmitieron a los medios de información toda su experiencia trágica que vivieron durante unas diez semanas, desde el viernes 13 de octubre de 1972…
Parrado nos relata brevemente el hecho trágico con estas palabras: “De los 45 pasajeros, siete salieron despedidos del avión, al romperse la cola y las dos alas; once murieron en el interior del fuselaje en el momento del accidente o poco después, ocho a consecuencia de un alud, cuando llevaban ya 16 días resistiendo junto a otros diecinueve compañeros, y tres de ésos morían a causa de las heridas, del hambre o del frío. En suma, 16 supervivientes después de 70 días, entre nieve, a temperaturas de 30 y 40 grados bajo cero” (…)
Dramática decisión: alimentarse del cuerpo de sus compañeros muertos
Abandonados a sus menguadas fuerzas, en un monte hostil, devastador, repleto de nieve, agotadas sus reservas alimenticias y su resistencia física, los supervivientes, como ya hemos indicado, se vieron abocados a una dramática decisión: alimentarse del cuerpo de sus compañeros muertos para poder seguir viviendo… La fortaleza y la imaginación humana se despertó cada día y cada noche de “encierro” dentro de la única cubierta de fuselaje de avión… Al oír, a través de un transistor, que se había abandonado la búsqueda del aparato siniestrado, siniestrado por el fallo humano del piloto, que creyó que había salvado ya Los Andes y debía enfilar hacia Santiago de Chile, superado ya Curicó, la única vital obsesión de los supervivientes era escapar de allí, lograr salvar las enormes alturas de los Andes y llegar a algún valle de Chile, en el Oeste… Y después de muchos intentos infructuosos, dos de los más jóvenes, Canessa y Parrado, en una agotadora marcha de diez días por la terrible cordillera andina, con alturas de 5.000 metros, consiguieron llegar a un poblado chileno y salvarse ellos primero, y rescatar a sus catorce compañeros después, con la ayuda de los vecinos chilenos y de varios helicópteros…
El grito unánime en el mundo fue: ¡ESTÁN VIVOS! ¡VIVEN!…
Habían transcurrido 72 días desde que el avión desapareció en el ”traga-vidas” de Los Andes y nueve semanas desde que dieran oficialmente por muertos a los 45 pasajeros: 15 jugadores del equipo de rugby del Colegio Stella Maris de Montevideo, de los Hermanos Cristianos Irlandeses, parientes y amigos de los jugadores y cinco miembros de la tripulación… Y la salvación de 16 personas, jóvenes en su mayoría, cinco de ellos del equipo de rugby, parecía por entero milagrosa… Cuanto ocurrió en esos 72 días interminables, hasta el rescate de último pasajero que quedaba vivo, todo ha quedado reflejado hasta hoy en numerosos escritos e incluso en varias películas, pero lo de mayor éxito fue en un libro escrito por el novelista inglés Piers Paul Read, y “firmado” y promocionado por los 16 supervivientes. En versión castellana está editado por Noguer, y lleva el título de “¡Viven! La tragedia de los Andes”.
Y hace ya cerca de cincuenta años que Canessa y Parrado, los dos grandes protagonistas vivos que salvaron a los demás, hacían escala de su gira por el mundo en Bilbao… Este periodista estuvo acompañándoles durante más de un día: en el Hotel Aránzazu, en El Corte Inglés, viajando en un Seat124 y en el Golf de Neguri, donde comimos comida clásica vasca, que les encantó, y conversamos largamente… En todas esas horas no solo tuvimos tiempo de hacer una larga entrevista sino de responder a las numerosas preguntas que ellos nos hicieron sobre el País Vasco y el euskera… Enseguida comprendimos que ellos no hablaban nunca de los Andes, sino de “cuando estábamos en la montaña” (…) y lo hacían recordando a cuantos murieron, sobre todo sus familiares y amigos
Fue Canessa el que nos habló también de los dos vascos que viajaban en el avión: Rafael Echevarren y Pedro Algorta… “Echevarren era de buenos sentimientos, impetuoso y testarudo, pero de gran coraje, de apretar los dientes y sufrir para dentro, y murió derrotado por las circunstancias, por las heridas… Algorta, sin embargo, más reservado, callado, con una manera muy peculiar en el pensar, quizá el más idealista de todos los pasajeros” (…)
La mayoría de los que seguimos toda la historia del accidente primero y de lo mucho que se escribió sobre él después, esperábamos con ansiedad que los protagonistas de la tragedia escribieran el libro. No fue así, se escribieron varios, aunque en la mayoría de los casos los protagonistas me confesaron que desconocían al autor, “en muchos de los escritos sobre la tragedia, se desvirtúa o se omite la realidad de los hechos. Por eso, nos decidimos en publicar este de Paul Read, más objetivo, más veraz, incluso, por eso, más duro y frío que todos los demás” (…) Y acertaron, porque en aquel año, este libro fue “best-seller”, además de en España, en Estados Unidos, Francia, Italia, e incluso Japón… Preguntados los protagonistas de como repartían las ganancias, me contestaron: “Lógicamente, si hay beneficio lo repartimos entre los dieciséis supervivientes y, sobre todo, hemos construido viviendas y una escuela”..
Recordando otros muchos casos… para “vencer a la muerte”
En la conversación con Canessa y Parrado ellos hablaban contantemente del “objetivo principal: sobrevivir”, que, en aquellas circunstancias, en plena montaña nevada y abandonada, era lógico… Pese a todo, se trataba de seguir viviendo y servir en aquel ahora mismo de ejemplo, ya que “nuestra experiencia la pudo haber vivido cualquier otra persona, en las mismas circunstancias o en otra parecidas… Si una odisea como esa es difícil que se repita, hay mucha gente que todos los días se encuentran en similares circunstancias o sentimientos, cercanos a los nuestros de entonces. Es decir, verse sumido en una desesperación, como si la vida se le fuera para siempre… Y el nuestro fue solo un caso de una lucha contra las circunstancias adversas, muy graves… Fue un ejemplo de cómo la persona humana es capaz de vencer a la muerte, a pesar de que las condiciones de supervivencia sean casi imposibles de superar. Es una superación de la imaginación y de la resistencia del hombre o la mujer en situación límite… Lo importante entonces es que nos demos cuenta de esa necesidad de continuar, de sentir la puerta abierta o de abrirla, porque, cuando menos lo espera uno, de lo menos esperado, surge la esperanza y la superación, y surge pese a que la forma de vida sea puramente animal, sobre todo en cuanto a la lucha. Y yo creo que –finaliza Canessa– nunca fui tan buena persona como en la montaña” (…)
“El jugador de rugby se crece ante el castigo”
Pregunto: La mayoría de los viajeros erais jugadores de rugby, los demás os acompañaban, y ese hecho, el afán de equipo, de logro conjuntado, ¿os lo proporcionó más esa práctica deportiva que la propia educación?… “Puede ser posible, ya que el rugbista es una persona que responde a su equipo y, cuando se le golpea, se levanta aún con más brío. Es parecido a lo que ocurre con el toro de lidia, que cuanto más castigo recibe, mejor reacciona, se hace más bravo, lucha más contra el castigo. Eso nos ocurrió en la montaña, cuantas más dificultades encontrábamos… Cuanto más reacio se ponía el tiempo y la montaña, más fuertes nos sentíamos nosotros para salir de allí, para salvarnos… Y para ello, la mejor escuela está en la propia vida…, sobre todo compartida con la escuela pública, ya que la educación que teníamos nos permitió organizarnos y relacionarnos humanamente en aquellas circunstancias límite” (…)
“Nos salvamos por suerte y, sobre todo, por la mano de Dios”
Tanto Canessa como Parrado salieron vivos y salvaron a los que aún vivían, como ellos decían, por una de estas razones: por suerte y, sobre todo, por la mano de Dios… Canessa confiesa que él tenía una frase que repetía constantemente: “Dios mío, puedes hacerlo duro, pero no imposible” (…) A Parrado le dieron por muerto en los primeros días del encierro, y Canessa tuvo la gran suerte de que no le mató una gran roca cuando escalaba… ¿Suerte?… Los dos contestaron a la vez: “Creemos que fue la mano de Dios porque nadie puede tener tanta suerte en este mundo” (…) Y añaden: “Esa esperanza de vida fue compartida por todos los que aún vivíamos cada día… ¡Mañana, salvación!… Y mientras había vida había esperanza, hasta mañana (…) Estaba siempre por delante el miedo a la muerte, que podría venir por frío, por un alud, por debilidad psicológica y por hambre… Era evidente que para vivir teníamos que comer y lo único que teníamos era la carne de nuestros compañeros muertos, lo que, después de muchas dudas, lo aceptamos, porque estábamos seguros de que ellos hubieran hecho lo mismo” (…)
“Para sobrevivir, la única solución era la necrofagia”
Esa solución tan difícil de sobrevivir a costa de sus compañeros muertos, públicamente no lo entendió la mayoría de la gente, que llegó a manifestar que sólo Dios podría perdonarles… Tanto Canessa como Parrado responden al unísono: “No lo entendemos porque la gente no podía ponerse en nuestro lugar, en aquel infierno, sin nada salvo nieve… La necrofagia fue solo una parte del hecho dramático y le damos solamente el valor trágico que tenía… ¿Con que contábamos allá arriba para sobrevivir?” (…)Sin embargo, ese comportamiento no lo entendió la sociedad y, públicamente, se dijo que Dios os perdone… La respuesta fue clara e inmediata: “La gente no lo entendió porque nadie podía ponerse en nuestro lugar, en aquel infierno… Somos realistas y creemos que la necrofagia fue solo una parte del hecho dramático… Y le damos el valor que tenía. ¿Con que contábamos allá en plena montaña, apartada del mundo, día tras día? … Pues con un trozo de avión, unos equipajes y un cerco altísimo lleno y repleto de nieve. Nada de eso nos servía para alimentarnos… Por eso no entendemos por qué llama tanto la atención nuestra lógica reacción de la vida frente a la muerte… Sufrimos, eso si, un choque psicológico, pero supimos vencerlo… Y todos los que murieron en el alud lo habrían entendido así… E incluso los que sobrevivíamos lo entendíamos así: si moríamos quisiéramos que usaran nuestro cuerpo sin vacilar… Y lo que queremos que se fije la gente de nuestra durísima experiencia es en aquella superación, aquella lucha, aquella constante reacción de por vida” (…)
Durante la conversación, tanto Canessa como Parrado, afirmaron más de una vez que la experiencia fue, sobre todo, humana; trágica; muy trágica, pero humana… Ambos nos contaron, durante más de un día que pasamos con ellos, que “los compañeros de la tragedia que fueron muriendo junto a nosotros, lo hicieron, ¿cómo diríamos?, pues con una sencilla entrega e incluso con una corta y triste sonrisa… Y teníamos un slogan: no está muerto quien pelea… Había que seguir peleando para estar vivo, la misma pelea era una demostración de ello, pensando siempre en la salvación, en si no es hoy, que sea mañana” (…)
¿Y cuándo ese mañana se cumplía, ya era el hoy?… Respuesta: “Seguíamos vivos y efectivamente, cuando ese mañana se cumplía y era ya hoy, y le costaba a uno creérselo” (…) Pasaban esos días hasta que cumplidos los 64, Parrado y Canessa decidieron salir en busca de la salvación superando las montañas y encontrando por fin la civilización… Y ellos dos nos lo explicaron: “Salir de allí, porque de seguir, esperando a que tarde o temprano nos muriéramos, como ocurrió a varios compañeros unos días antes de nuestra caminata, quedarse allí más tiempo era ya absurdo y suicida” (…) Parrado completa la respuesta: “Sali de allí con mi compañero Canessa, pero hubiera escapado con cualquiera o incluso yo solo. Iba a salvarme yo y como consecuencia todos los demás compañeros” (…)
Este periodista cree que eso mismo pensaba Canessa: salvarse uno y salvar a todos los demás… Por eso, cuando el clima mejoró con la posibilidad del verano austral, el 12 de diciembre Nando Parrado y Roberto Canessa escalaron sin equipo un pico montañoso de 4.650 metros sobre el nivel del mar y descendieron hacia Chile… encontrándose al fin con el arriero Sergio Catalán, que posibilitó su rescate el 21 de diciembre, y dos días más tarde se rescataron a los últimos supervivientes que había quedado en el fuselaje del avión… Varios campesinos de la zona, con sus caballos, se llevaron primero a los heridos y luego a los demás…
Por fin el deseo de encontrar zona habitada se logró al fin, pero no fue fácil, hasta el punto que después de ocho días entre montañas nevadas, cuenta Parrado que “pese a que al otro lado de un rio aparecía un campesino a caballo rodeado de vacas, me preguntaba si aquello eran vacas. No llegaba a creerlo, había una completa inseguridad en lo que veía… Es decir, cuando uno añora algo y más si es la propia vida, y por fin lo tiene a su alcance, no llega a creérselo, le parece imposible, un sueño” (…)
Termino con una frase que durante la charla con ese periodista repitieron Canessa y Parrado: “Nos salvamos porque teníamos un solo propósito cuando abandonamos el avión accidentado: Vamos a caminar hasta morir” (…) Y no sólo ellos consiguieron salvarse, sino que salvaron también a catorce compañeros de la tragedia, tragedia que vivieron cuarenta y cinco personas, siempre recordadas…