Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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Primavera sin fronteras

Por Cristina Maruri.

Viviendo en un mundo que podemos calificar de incalificable, al igual que inabordable, porque una vida no da para tanto (ya quisiera yo), estos días, he sentido la necesidad de salirme del guión. Ese que, como hilo invisible, nos tiene atados, mientras nos moviliza cual marionetas. Constriñendo nuestros pasos, por la economía; nuestros pensamientos, por la política y nuestros sentimientos, por las continuas amenazas, existentes y/o fingidas, que nos atenazan. Un viaje emprendido, que, a pesar de coincidir con peregrinos, no iba rumbo Santiago, sino a tierras que forman parte de esa España que denominan vaciada.

¿Vaciada de qué?

Si se trata de recursos empleados en ellas, puedo consentir, porque no hago sino constatar que éstos cada vez son más exiguos. Los horarios de consulta de los médicos, las escuelas, o los trabajadores forestales, que vienen cuidando de algo tan maravilloso y vulnerable como son nuestros bosques, merman de manera imparable.

Pero para no caer en el pozo sin fondo de la crítica por mucho que la intente constructiva, prefiero transmitir y sentir parte de mis kilómetros recorridos, como en verdad la percibo; como la España llena, repleta, completa; libre.

Porque los pulmones se ensanchan al respirar oxígeno y no monóxido, y la vista no se agota y rebota en murallas de cemento, sino que corre hasta extasiada y cansada reposar donde finiquita el infinito horizonte.

Lugares donde es impensable escuchar más sonidos que los que puedas contar con los dedos de una mano; como, por ejemplo, el susurro de las hojas de árboles de decenas de especies chocando, mientras con afecto se saludan.

No hay bocinas, relojes, gritos o deslizar de vehículos. No hay neones ni canciones, que no sean la compuesta por la madre naturaleza para su hija Primavera.

Ni Miguel Ángel, Goya o Picasso, podrían encontrar en su paleta, los colores con los que valles y montañas se pintan. Incluso la Capilla Sixtina quedaría relegada, ante paisajes, que más que milagro, son sueños en sí mismos.

No hay fronteras para la primavera, sobrevolada por las golondrinas cada amanecer y cada atardecer. Ni para el tañer de campanas, a modo de castañuelas, en los volantes de la Sierra de la Demanda. No hay Soria, Rioja, Burgos o Álava, solo existe un sol que reseca y una luna que refresca; ambos a su entender.

Y qué puedo escribir sobre el agua, que, huyendo de mapas y reparticiones, por todas partes emana. Discurriendo duce o estruendosa. Cascadas y escorrentías. Cauces de ríos y molinos, copiosos, cuyas riberas nos sumergen en el más hermoso de los cuentos. La contemplación en estos parajes se hace indispensable, porque perder en ellos el tiempo, es ganarlo. Premio gordo de la lotería, oro de veinticuatro quilates. Quién no prefiere en el reparto tres montes en vez de tres adoquines.

Oda son estas palabras a la realidad real y no a la virtual. Oda para recordar que no necesitamos imaginar la perfección de nuestro planeta, porque en muchos de sus rincones, belleza, libertad y naturaleza todavía existen. Seamos responsables, no depredadores.