Por Juan I. Pagola vía Ethic
La inteligencia artificial ha irrumpido en los medios de comunicación y está abriendo un nuevo debate. En un mundo en el que los robots escriben historias, la gran pregunta es qué es ahora el periodismo
La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido con fuerza en la construcción del discurso. En 2022, ChatGPT se ha convertido en una de las plataformas más rompedoras en el procesamiento del lenguaje. Este modelo de IA emplea más de 175 millones de parámetros combinados de texto. Puedes preguntar al chat por lo que sucedió el domingo 8 de enero con los manifestantes bolsonaristas en la explanada de los tres poderes en Brasilia. O cuáles son las previsiones del Banco Central Europeo para este año de cara a fijar los tipos de interés. O cómo se desarrolló la final del Mundial de Catar en la que Argentina se proclamó campeón del mundo. Seguramente, en pocos segundos tendrás una crónica bastante aproximada de los tres hechos.
Entre otras cosas, este nuevo episodio de la revolución digital toca directamente el corazón de la narrativa informativa y la mediación clásica entre la realidad y la opinión pública. Aquello que ya se ha puesto en práctica en multitud de ocasiones durante el último decenio, a través de bots empleados en las redes sociales para inclinar la balanza de la opinión (Brexit, Trump, Bolsonaro, Colombia…), adquiere ahora una categoría más compleja y sofisticada. El discurso lo elabora la máquina, el sesgo lo deciden los algoritmos y la opinión la reproduce, sin darse cuenta, el público a partir de dichas coordenadas.
En cuántas ocasiones nos hemos preguntado cuál es la verdadera función de los medios de comunicación en este contexto. En un tiempo en el que la verdad se tambalea entre tanta desinformación, se dice que la participación activa del periodista es más trascendente que nunca. Pero al mismo tiempo, gran parte de la audiencia elige fórmulas más rápidas y ágiles para informarse. ¿Tiene hoy sentido la existencia de los profesionales de la información? ¿Qué papel juegan? ¿La calidad de la información ha dejado de ser importante? ¿Cómo superar esta larga crisis?
El protagonismo de los medios de comunicación de masas en la segunda mitad del siglo XX, a través de la narración de los grandes acontecimientos y con una gran influencia en la sociedad, se desvanece progresivamente. El asesinato de Kennedy, la Guerra de Vietnam, el Mayo del 68, la llegada a la Luna, la caída del Muro de Berlín, la Guerra del Golfo, la muerte de Lady Di, el 11-S… fueron hechos noticiosos que leímos en la prensa, escuchamos en la radio o vimos en directo por la televisión. Una realidad contada, más o menos verazmente, por profesionales de la información que asumían su papel de narradores e interpretadores de lo que allí pasaba en aquel momento. Había una asunción de la responsabilidad por parte de los periodistas y una legitimación de su papel por parte de sus audiencias. Tal y como señaló Martín Barbero en De los medios a las mediaciones (Gustavo Gili), la función de la comunicación se podía entender desde las mediaciones con la cultura y los procesos sociales.
«El discurso lo elabora la máquina, el sesgo lo deciden los algoritmos y la opinión la reproduce el público a partir de dichas coordenadas»
El periodista Jeff Jarvis se pregunta en El fin de los medios de comunicación de masas (Gestión 2000) si la información se ha convertido meramente en un negocio de contenidos. Esta idea no es nueva, pero aún así, ahondaría en un formato de información entendida como mercancía y una audiencia convertida en consumidora de dichos contenidos. La búsqueda desesperada de rentabilidad de los medios de comunicación en su particular transición hacia lo digital, ha profundizado en nuevas fórmulas de monetización de sus presencias on line que han descuidado el sentido de la información como servicio público. ¿El profesional de la información trata de narrar la realidad para ofrecérsela a la ciudadanía de la forma más honesta y veraz, o elige, genera y edita contenidos, introduciendo sesgos de espectacularidad, para obtener el mayor número de clickbaits y así incrementar los ingresos publicitarios del medio? ¿Qué porcentaje queda de lo uno y de lo otro? ¿Cuánto más o menos informada está hoy la ciudadanía que la de hace veinte o treinta años?
El nuevo escenario de la comunicación fragmenta la narración de la realidad en mil versiones, democratizando su acceso y participación, pero poniendo en duda la verosimilitud de los mensajes que emiten infinidad de actores al mismo tiempo. Couldry (Medios de comunicación, Alianza Editorial) describe las cinco dimensiones con las que funcionan los medios de comunicación: conectar, representar, imaginar, compartir y gobernar. Y señala que «la categoría noticia se ha vuelto inestable», entre otras cosas porque en «las redes sociales se califica de noticia cualquier cosa», sin tener en cuenta si la fuente de la que provienen «es una institución informativa, comentarios de amigos o mentiras propagadas por bots».
El espacio omnipresente que ocupaban hace décadas los medios de comunicación de masas, quizás de modo monopolístico, se achica ahora por todos los costados. Por un lado, las empresas e instituciones se han convertido en potentes agentes de información, generadores de noticias y novedades que, desde sus propios intereses, envían a la opinión pública a través de sus sites y cuentas on line. ¿Por qué acudir a un intermediario -medio de comunicación- para qué te cuente lo que pasa si lo puedes hacer directamente consultando las fuentes primarias? Y en el otro lado, la ciudadanía, que mayoritariamente elige la inmediatez y la síntesis de los mensajes a través de las redes sociales para informarse, sin importarle su procedencia o fiabilidad.
Los retos a los que se enfrenta el periodismo son de gran calado y van a condicionar el futuro próximo. Los avances tecnológicos en la sociedad digital no lo ponen fácil porque nos adentran en un escenario turbulento poco propicio para el análisis sosegado y razonado de lo que sucede. Como señala Tranche en La máscara sobre la realidad (Alianza Editorial), es necesario parir un modelo que sea factible para sobrevivir «hiperconectados a este presente incesante». Transitamos una era de vértigo en la que la información se diluye entre tanta opinión y se desdibuja el rol periodístico, porque cualquiera dispone de un instrumento para contarnos lo que ha visto o escuchado. Sin embargo, muchos opinamos que la profesión de la información sigue siendo necesaria para explicar e interpretar el mundo complejo en el que vivimos.
El periodismo solo sobrevivirá en la era digital si, apoyándose en la tecnología, recupera principios fundamentales como la búsqueda del rigor y la veracidad. La profesión informativa solo tendrá sentido si se valora como tal, tratando de mitigar la precariedad laboral, la multitarea y la producción acelerada a las que está sometida desde hace tiempo. La labor de informar prevalecerá dignamente si desde las distintas corporaciones y grupos mediáticos se respeta la independencia del profesional, se cree en dicha tarea y se le permite realizarla en libertad. Es una sencilla cuestión de redignificación y de volver a su esencia primigenia. Por otro lado, nada nuevo bajo el sol. ¿Será posible?