Por Julen Rekondo
En el colegio me enseñaron que, en los cursos del río, por su morfología y dinámica, se distinguen tres partes: curso alto, curso medio y curso bajo. Nos costaba entenderlo, porque era difícil conocer el río en toda su extensión. En nuestras mentes infantiles sólo imaginábamos la porción del cauce del río de nuestro propio pueblo.
En aquella época no se viajaba como ahora, y por eso para muchos chavales de mi edad, la única referencia para nuestra imaginación, era el trozo del río junto al que nos había tocado vivir. Pero al tener la suerte de que nuestra padre fuera pescador de río, tuvimos la ocasión de conocer el Arga, el Urumea, el Ebro o el Zadorra, y nos parecían inmensos. Decíamos, sorprendidos “no se puede saltar, ni cruzar a pie. ¿Cuánto cubrirá?”
En el curso alto, decía el profesor, que era un seglar en un colegio de curas, que el río tenía poco caudal, las aguas eran limpias y saltarinas, salvaban en pocos kilómetros un gran desnivel y se responsabilizaban de una intensa erosión vertical que excavaba un valle estrecho, sinuoso y profundo. Las laderas de este valle eran empinadas, de ellas se desprendían los torrentes, y los bosques retenían el agua a modo de esponjas.
En el curso medio, las fuerzas de las aguas, disminuían, el fondo del valle se aplanaba y se hacía más amplio, produciendo hermosas piedras esféricas, aplanadas, que nos permitían hacer “chipi-chapas”.
En el curso bajo, las aguas se remansaban, vagaban por el fondo del valle provocando los meandros, perdían la carga de sedimentos. A nuestro juicio infantil, los meandros eran caprichos de la naturaleza. El río, en lugar de discurrir recto, como sería lo natural, lo hacía torcido. ¿Por qué?
El profesor hablaba de la llanura de inundación, de espacios llanos alejados del agua del río. Nos sorprendía. Considerábamos el agua de su cauce el único y auténtico río. ¿Cómo entender que también la llanura de inundación es parte constitutiva del río? ¿Cómo era posible que aquel cauce tan pequeño se extendiera por todo aquel espacio? Muy en cuando el río se salía de madre, ocupaba lo suyo, producía inundaciones y daños en las huertas, pero, en justo pago, al parecer del profesor, fertilizaba el suelo.
El profesor también nos hablaba de los bosques de ribera, de los sotos (que tanto abundaban en su tierra navarra), de su importancia para limpiar las aguas, para controlar la velocidad del agua y ordenar de alguna manera la furia del río cuando, al parecer se enfadaba con el ser humano por haber ocupado su hermosa llanura de inundación.
No citaba el profesor la contaminación por nitratos, del déficit de oxígeno, de la deforestación, de la pérdida de suelos, de la pérdida de humedales…Curiosamente, no se refería el medio ambiente. Claro, el medio ambiente estaba en el río, era el río. Y, sin embargo, nos hablaba de inundaciones y daños. Decía que cuando el ser humano se asomaba demasiado a los terrenos del río, éste acababa saltando las “teóricas defensas que los humanos habían construido con tanto esfuerzo”.
Décadas después, ahora, el río sigue siendo el mismo. Ocupa la llanura de inundación, y con frecuencia determinada (le llamamos período de retorno), sigue reclamando a las personas lo que es suyo.
Los técnicos, ahora, hablamos de la contaminación por nitratos, el DBO (Demanda Biológica de Oxígeno), DQO (Demanda Química de Oxígeno), los meandros, el bosque de ribera, etcétera, y advertimos del peligro de las canalizaciones, de los peligros de intervención en el cauce sin ningún tipo de criterio medioambiental, y en definitiva de una gestión fluvial inadecuada.
Estas inundaciones, que son como otras muchas que hemos conocido, deben servirnos para reivindicar con fuerza la condición medioambiental del río, la que le hemos robado y cuya ausencia provoca sus enfados. También para definir la más adecuada ordenación de los usos de la llanura de inundación.
El río seguirá su curso, no lo olvidemos. Y dentro de un plazo no excesivamente grande, aquella llanura de inundación de la que nos hablaban en los pupitres volverá a cubrirse de agua. Ahora tenemos la posibilidad de elegir y aprender de la experiencia. Y aunque desgraciadamente en algunas zonas se ha llegado a situaciones irreversibles, debemos tener en cuenta los criterios medioambientales de aquel profesor, a pesar de que el término medio ambiente no había nacido todavía.
Todavía es el día en que hay una idea bastante extendida en nuestra comunidad sobre la necesidad de limpiar los ríos. “Hay que limpiar el río para que no se salga”, es una de las frases que más se oyen. En realidad, para mitigar el efecto de las inundaciones el río lo que necesita es espacio para desaguar la crecida y cuando el cauce es insuficiente el agua ocupa la llanura de inundación que tiene como fin almacenar y laminar las aguas de la crecida.
En el Día Mundial del Medio Ambiente que se celebra todos los años el 5 de junio desde que tuvo lugar la primera Conferencia Internacional sobre Medio Ambiente celebrada en 1972 en Estocolmo, como en todos los ámbitos del medio ambiente, la sociedad tiene que aspirar a realizar un uso sostenible del agua, lo que implica encontrar un punto de equilibrio entre el modelo de uso (producción de agua potable, agricultura, medio de transporte, usos recreativos -baño, navegación, pesca deportiva-), y la conservación del recurso agua y del sistema hídrico.
Para alcanzar un uso sostenible del agua, como condición previa necesaria, debe cambiarse la cultura clásica del agua, desarrollada y fomentada a través de las tesis de la sociedad de consumo tradicional y hasta ahora asumida por las entidades que han gestionado y administrado el agua desde un punto de vista antropocéntrico, matemático e hidráulico.
La nueva cultura del agua, la que necesita una comunidad para asegurar el uso y la gestión sostenible del medio hídrico es una cultura ecosistémica, que asume las interrelaciones entre todos los elementos del sistema hídrico y los gestiona de forma consciente y equilibrada a lo largo y ancho de la demarcación hidrográfica, desde la cabecera hasta el mar, para asegurar la disponibilidad del recurso agua, en condiciones de cantidad, calidad y flujo suficientes, para su aprovechamiento racional y para el mantenimiento de los hábitats y ecosistemas que sustenta.