Asociación Vasca de periodistas - Colegio Vasco de periodistas

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RONDA Y SU ALMAZARA: ACEITE Y ARTE

Por Cristina Maruri.

Y arranco el motor, casi al mismo tiempo que el sol lo hace en el horizonte, inundado por un Mediterráneo que me saluda con todas las tonalidades de su azul. De un apacible que serena y optimiza, tanto que, yo también arranco a silbar.

Con la entrada en el móvil y a más de una hora de carretera, lo prometedor que vislumbro el descubrimiento que voy a acometer, hace que me contagie de una similar plenitud a la de un invierno primaveral, dado que se muestra bendecido de infinidad de flores que se me aparecen por doquier, al igual que el manto vegetal, que cubre por completo los campos. Aunque en todo momento haya de estar pendiente de tanta curva, que no cesa en esta ascensión hacia una sierra hermosa con mayúsculas. Poblada de arrebujados pueblos blanco en su comienzo, como cultivos de champiñones salpicando el paisaje, pero que van desapareciendo a medida que gano altitud y éste se pinta con descarnados peñascos.

No me detengo hasta llegar a la entrada de la almazara, puerta en acero con nombre y logo, que se exhibirán en la extensa superficie de la “LA organic”.

Empatizo inmediatamente con el camino de grava que me lleva hasta el parking, con los primeros olivos que descubro, con la cuidadosa y autóctona jardinería, y con ese concierto de pájaros cantores felices, revoloteando su nuevo día.

Aparco en lo que considero el primer museo de la visita. Grava roja en el suelo y a mi alrededor gradas de piedras, que sostienen fotografías tamaño descomunal de indiscutible estética y de temática olivarera.

Por supuesto que me detengo en cada una de ellas, porque no hacerlo sería desperdiciar. Del mismo modo que lo es arrojar alimentos al basurero, con el hambre que persiste en el mundo.

Traspaso un arco de idéntica aleación de acero y asciendo por una senda que bien pudiera ser de cuento, arropada por olivos y cipreses escoltándome hasta llegar a una cafetería, sacada del país de Alicia y las mil maravillas. Contando con varias puertas forradas en cristales rojos y rosados, de apertura hacia una terraza con vistas a campo y cordillera. Con techos y paredes mostrando figuras. En su interiorismo, todo se encuentra dispuesto con criterios de elegancia y funcionalidad. 

Me tomo un café mientras espero a que den las 10: 30 del reloj, pero mientras lo hago, no pierdo detalle. Estanterías con vinos de todo el país, mini tienda de regalos, video promocional y muchas y variadas botellas de aceite, que como duendes se esparcen y lo acaparan todo.

El grupo se completa y el guía inicia la visita de este entramado multicultural que consta de veinticinco personas, de las cuales solamente yo hablo castellano.

Y con atención prestada, vamos grabando datos sobre los olivos, su crecimiento y maduración, la recolección… y de mientras, avanzamos por el caminito como Pulgarcito, pero sin dejar migas, porque se encentra estupendamente señalizado. Aunque sea inevitable perderse.

Entre hectáreas de árboles en formación, montañas lejanas, el espejismo de Ronda y los espejos que disruptivamente nos sorprenden. Huerto ecológico y paz en cantidades ingentes, envuelta en naturaleza pulcra y relajante, intervenida de forma sostenible y que da como resultado estampas de estremecedora belleza. Supongo que no se percibirá igual cuando el campo se encuentre agostado, la tierra no desprenda olores a vida madre y el sol no acaricie, sino que achicharre, pero segura estoy, que el atractivo de este lugar tampoco desmerecerá.

Descendemos y nos encontramos de frente con un lado del cuadrado edificio de la almazara, obra del reconocido arquitecto y diseñador Philippe Starck, y en el que se haya la cinta transportadora por la que discurren las olivas que serán procesadas hasta obtener el exquisito manjar y también una pasarela con final en puerta. Pero lo que más llama la atención, es un gigantesco canalón, más exactamente tubería, arrojando un denso chorro de agua a modo de cascada, sobre la cabeza de un busto cerámico que emerge desde la tierra. Una simbiosis entre ducha y fuente, que el libre creador ha instalado en este preciso lugar con el razonamiento de “por qué no”, según sus propias palabras.

Y cruzamos el umbral de la puerta, como si lo hiciéramos de un mundo a otro. Porque se ciega la luz y comienzan casi en penumbra unas escaleras que descienden. No es fácil acostumbrarse, y no solamente me estoy refiriendo a la intensidad lumínica. Es por el busto, hermano mayor del visualizado en el exterior e incrustado en la pared que nos da la bienvenida ,el que nos asombra en modo superlativo, al igual que el tono cobrizo de todo cuanto nos rodea, mientras miramos, muchos de nosotros con la boca hacia el cielo/techo,  de un templo de veintiocho metros, pintado con formas y rostro de mujer y que connoto con una surrealista Capilla Sixtina.

Ya en el primer nivel, de esta hermética cápsula espacial, de esta nave del tiempo, proseguimos con dificultades para concentrarnos en las explicaciones del guía, dado que todavía no hemos absorbido la irrealidad de nuestra nueva realidad. Contemplando otra gigantesca pintura, esta vez la de un torero, paneles con leyendas y vitrinas con diversos contenidos. La trazabilidad cultural del aceite, utensilios, producción mundial, tipos de aceitunas, calidades del oro líquido…

Pero solo le sigo con el rabillo de mis sentidos, porque continúo vagando en el descubrimiento de lo que considero una obra magnífica y genial.

Más convencida si cabe, cuando accedo al segundo nivel, topándome con un retrato modo zoom, del precursor rondeño de la aviación: Abbás Ibn Firnás, exhibiendo uno de sus artefactos.

Tras su análisis pormenorizado, mi inquieta y fiel curiosidad hace que me asome a la balconada, para enfocar mis ojos hasta el tercer nivel, y convertirme en uno de los buitres que a Abbas gustaba contemplar, sobrevolando todo aquello que la perspectiva me ofrece.

Y oteo una mastodóntica espada colgada en la pared, gigantescas cadenas, un collage de mesitas y sillas creativamente dispuestas, dos XXXXL chimeneas y una cristalera, previa a una inmensa terraza, que como la screen de un cine, me muestra de nuevo el mundo luminoso, lejano y perdido de la realidad exterior.

Me percato de que me he quedado sola y que he de devolver el parapente prestado y descender por la rampa hasta el tercer y último nivel. En el que todo se acerca, se agranda y los detalles sobresalen.

Añado a mis descubrimientos acumulados, la gran tolva central en la que se vierten las olivas y el suelo de cristal desde el que se puede apreciar, ya en un cuarto nivel y no visitable, la maquinaria que obrará la magia.

Tiempo para deambular y deleitarse, de la armonía y musicalidad que sorpresivamente desprende, un conjunto antagónico a lo convencional.

De nuevo percibo que me he quedado sola y corro como el conejito hasta atravesar puerta, traspasar una segunda pasarela y alcanzar al grupo que metros más adelante se ha detenido en un mirador. Desde el se vislumbra una de las mejores perspectivas de la arquitectura del arquitecto. Oreja, boca, cuerno y rabo de toro, se muestran bajo un cielo tan perfectamente azul, que obtendría lugar en el Libro Guinness de los récords.

Selfies y fotografías, para continuar caminito hasta alcanzar el último lado del cuadrado. Ojo de toro con guiño a un genio universal: el malagueño Picasso.

Con casi dos horas de descubrimiento, recorrido y homenaje a cultura y tradición mediterránea y andaluza, a todos se nos ha colmado el hambre de conocimiento, pero se nos ha abierto otro apetito.

Que también queda satisfactoriamente saciado, porque de regreso a la cafetería nos espera cata de sublimes aceites, con bollito tierno de pan recién horneado incluido.

Lo cierto es que no se puede pedir más a esta mañana derrochadora en dones para espíritu y cuerpo. 

En silencio y soledad retomo senda hacia el parking, mientras me agarro a las alas de los parajitos, para hacer corro con ellos y cantarle a la vida y al privilegio de vivir.