Por Antton Bastero, 64 años, actor, titiritero y periodista
Al final se trata de comunicarnos. Y da un poco lo mismo la herramienta que utilicemos. Es una necesidad vital del ser humano. Ponerse en contacto, establecer códigos y volcarse el uno en el otro. Y sí, las herramientas son múltiples, pero yo prefiero las que cuentan con un feedback que retroalimente la comunicación, la humanice y haga crecer a las personas. El teatro en directo tiene todas esas características y por eso, sobre el resto de herramientas de expresión, es mi preferida.
Trabajo a diario con las redes sociales y he trabajado profesionalmente en radio y prensa escrita pero creo que en el teatro, a diferencia del resto de medios, la comunicación viaja como las pelotas de tenis, de aquí para allá, de forma continuada, de tú a tú. A veces con la respiración entrecortada, otras de forma fluida, las más con emoción.
La comunicación escrita tiene la virtud de poder llegar a más gente, los artículos de prensa, probablemente, con menos vida que las novelas o la poesía. Pero el teatro, a diferencia del cine, la pintura y otras artes, establece una comunicación inmediata, personal, más aún si el teatro es participativo o se instala en la calle para sorpresa del espectador no avisado. Eso sí, me horroriza el teatro que solo sirve para vanagloriar al actor. Comunicación, por favor. Hablemos los lenguajes de la calle, con comprensión, sin fatuos egocentrismos. Denme el teatro que fluye, el de las personas que se ríen, aplauden, se sorprenden. El teatro que también fluye sobre el escenario y hace que los actores traten de conversar con el público. En un momento en el que las redes sociales parecen acercarnos al lejano, apuesto por la cercanía, en el baile, en el guiño y la comunicación auténtica. Para mí es el teatro mucho más que un medio para comunicarnos y expresar ideas e intercambiar información. El teatro, y las artes escénicas en general, sobreviven a día de hoy desde la prehistoria donde aquellas sombras proyectadas en la pared de las cavernas y que ya contaban historias a la lumbre del fuego, creaban familia y tribu. Teatro para sentir que somos humanos. Y eso no tiene precio.
Después de 43 años he vuelto a presentar un nuevo espectáculo teatral, «Dame un silbidito», esta vez en el Certamen de Teatro Breve de Pabellón 6 de Bilbao. Y una vez más he vuelto a sentir el calor del público, su sorpresa, su respiración y sus silencios llenos de atención. Antes, durante y tras la representación. No cabe duda que soy un ser afortunado.